No se por qué, pero me da la impresión que el cielo se parece a mi padre: ronca y ronca. Ni siquiera está lloviendo. Escucho los descomunales truenos descender a la tierra para hacernos la visita y dejarnos tembloroso hasta lo más profundo de los pensamientos. Así se la pasa Cuernavaca, Morelos. La ciudad mexicana de la eterna primavera.
Sin embargo, el diecinueve de septiembre, el día del terremoto, fue distinto. Entre los lugares más afectados por el sismo que sacudió a México está su capital y los Estados de Puebla y Morelos. ¡Y precisamente me tenía que encontrar en uno de ellos!
En el momento del temblor estaba en casa, en un segundo piso. La desesperación que me vino en ese momento fue inimaginable para mí, tanto así que lo primero que hice fue correr hacia el balcón ¿por qué? No tengo ni idea. Pero como vi que la casa se movía cada vez más fuerte, cual si estuviera bailando, decidí afrontar el terrible miedo que me producía entrar a la casa, bajar por la escalera; pensaba que esta sería la primera en caerse, y salir por la sala. Cuando lo logré no sabía que temblaba más, si la tierra o mi cuerpo. Vi saltar el agua de la piscina como si fueran olas del mar. Después del temblor lo peor que me pasó fue quedarme incomunicado con mi familia en Colombia por varias horas.
Esa misma noche decidí viajar junto a mis amigos y una brigada de rescate de la Universidad a Jojutla uno de los municipios más afectados del Estado. Dolor o sufrimiento no son palabras adecuadas para describir la realidad que se está afrontando en este municipio.
Escombros por todas partes, la gente tratando de sacar de sus casas lo poco que les queda pero, por otro lado, miles de personas tratando de ayudar, de entregar víveres, agua, medicamentos. Son cientos de familias las que han resultado afectadas por el terremoto.
Mientras viajábamos hacia el pueblo, uno de mis compañeros mexicanos comentaba: “minutos antes del terremoto, algunos colegios realizaban simulacros de evacuación, para conmemorar el sismo del ‘85. Los estudiantes tenían claro qué hacer en ese momento y quizás eso les salvó la vida a muchos. Sin embargo, el desastre ha sido incalculable”.
¿Un terremoto igual de aterrador también un 19 de septiembre? ¡Tal vez peor! ¿Por qué semejante coincidencia? ¿quería la tierra conmemorar semejante suceso?
Al día siguiente camino por el pueblo. Por todos lados se ve gente dispuesta ayudar; de los servicios de socorro, bomberos, policías, médicos, estudiantes, hasta el Presidente de México. Por todas partes ofrecen comida ¡es increíble! Tortas de jamón, tacos, agua, hasta ceviche.
En la entrada de una casa hay una señora de avanzada edad junto a su esposo, hablo con ellos, la señora me dice que lo sucedido “fue como el fin del mundo”. Me invita a pasar a su casa para que mire cómo quedó. El llanto se apodera de ella, su única esperanza es un hijo que tienen en Estados Unidos, con el cual han tratado de comunicarse pero no han podido.
En el pueblo se puede ver la fragilidad del alma humana. Nada de elitismos, de clases, de razas, simplemente la gente caminando dispuesta a ayudar. Adi Hernández, uno de los jóvenes brigadistas describe su experiencia de la siguiente manera: “la situación se ve muy crítica. Me da tristeza ver a Morelos en esta situación. Nunca habíamos enfrentado tanta devastación, tanta pérdida humana, material y cultural, pero veo un pueblo unido. Me da mucha alegría ver cómo el pueblo se ha solidarizado con esta gente. Ha sido masivo el apoyo, en los lugares en que yo fui incluso decían “ya no traigas más víveres porque estamos a reventar”, eso me llena de orgullo y gratitud”.
Voy llegando al zócalo, en la esquina no me dejan pasar porque ‘están esperando a que ese edificio se derrumbe’, un edificio de cinco pisos. Doy la vuelta y al llegar al zócalo lo encuentro lleno de gente, casi no hay por donde caminar. Veo una familia sentada en un muro: una señora de unos cincuenta años, una un poco más joven y varios niños, su ropa bastante deteriorada, están sucios pero felices porque van a comer algo de lo que les han brindado los brigadistas.
¿Cuánto tardará en reconstruirse el lugar? ¿dónde pasarán la noche las familias que perdieron su casa? ¿tiene capacidad el Gobierno para entregar una nueva vivienda todas las personas que se quedaron sin un lugar donde vivir? ¿Qué tan preparado está un país como Colombia para enfrentar una situación de este tipo? ¿Qué tanto influye la corrupción de un país como México o Colombia en la preparación y la atención a un desastre como este?
Valdría la pena conocer la opinión de los políticos corruptos, sin embargo hay cosas que están pasando aquí en México que ya lo dejan a uno sin palabras. Que no puedan traer ayudas de otros lugares del país al Estado de Morelos, porque su Gobernador ha ordenado poner a todos los vehículos un mensaje que dice: “Si Graco levantó Morelos, también puede levantar al país”, eso es algo absolutamente detestable y por ese motivo se han dejado de recibir ayudas importantes. No quiero imaginar qué sucedería en Colombia donde también estamos llenos de “Gracos”.
Y si los políticos se convierten en un obstáculo para la entrega de ayudas que provienen de otras fuentes, ¿cómo será a la hora de entregar una casa? Aun hay muchas personas esperando la casa que se les prometió desde el terremoto del ’85 y están viviendo en situaciones precarias. Entonces, ¿qué pueden esperar los del terremoto de ahora?
Al regresar a casa no sé ni qué hacer, me parece que todo tiembla, se mueve la ventana y el corazón se me paraliza. Y si no hay terremotos hay rayos, los escucho caer en el patio de la casa del vecino.
Siento que el cielo ronca y la tierra le responde.