Carlos Julio Siachoque siempre ha corrido. Cuando era ciclista lo hacía por las carreteras colombianas y con frecuencia en las de otros países. Después trabajó con el narcotráfico y se fue de afán por el mundo en representación de un capo. Ahora dice, con orgullo, que es corredor de bolsa.
–¿Corredor de bolsa?
–Sí, yo todas las tardes corro por la bolsa de pan, la bolsa de leche…
En el barrio Santa Isabel, en Bogotá, se levanta una casa de tres pisos y 25 metros de fondo. Un aviso en el portón anuncia Bicicletería Repuestos. La tienda no siempre está abierta.
–Esta no es una calle comercial, casi no viene nadie. A veces pasan unos testigos de… ¿cómo es que se llaman?
–Jehová
–Esos…
Luego confesará que esas lagunas se deben a que “ya está viejito” y se le olvidan las palabras. Hoy Carlos Julio tiene 63 años.
–También gente a pedir la hora, pero por acá no se vende mucho a los que pasan. La fábrica funciona más por encargo.
Esa falta de memoria desaparece cuando me muestra una camiseta blanca con la bandera de Colombia. La saca de un montón de ropa que tiene en su oficina, la mira con cariño: es su pasado. Esa, con la que corrió la Vuelta al Táchira de 1981, tiene un significado especial. También aparece en la tarjeta de Siacon, su empresa. En ella hay una foto suya donde lleva puesta esa camiseta. Una fotografía en donde, tal vez por el tiempo en que fue tomada, tal vez por la calidad, pareciera que estuviera corriendo a una velocidad que se le escapa al lente.
A los ciclistas colombianos se les mide muchas veces por la cantidad de Vueltas a Colombia y Clásicos RCN que han corrido y ganado. Carlos Julio corrió muchas. No ganó ninguna. Su mejor posición la consiguió en la Vuelta a Colombia de 1975, cuando llegó de tercero. Sin embargo, el Clásico POC, de Polímeros Colombianos de 1974, lo llevó a la fama porque se enfrentó y le ganó a las estrellas europeas del momento, entre las que se contaban Felice Gimondi y el español José Manuel Fuente. En esa carrera también venció a su amigo Martín “Cochise” Rodríguez, uno de los pedalistas colombianos que más gloria le han traído al país.
Pero ni esa carrera, ni sus triunfos en México, Centroamérica o Italia lo marcaron tanto como la competencia en los Andes venezolanos. Corría el año 81, momento en que Carlos Julio, con 32 años, llegaba a la edad de retiro. Lo invitaron a correr uno de los clásicos amateur más importantes de Latinoamérica en esa época: la Vuelta al Táchira. La creencia de ese entonces era que luego de pasar por el mejor rendimiento, que iba de los 25 a los 32, ya era hora para un ciclista de alejarse del deporte. Junto con la Vuelta a Colombia y la Vuelta de la Juventud en México, la carrera en Venezuela era la competencia latinoamericana más importante a la que podían acceder los colombianos en los setenta y principios de los ochenta.
Correr después de los treinta, una edad que todos reservaban para el retiro no era su única motivación. Había una espinita que le picaba y que tenía que sacarse. La primera vez que estuvo en Táchira participó como novato, en el año 74. Esa vez iba de primero, pero los líderes del equipo, Álvaro Pachón y Juan de Dios “Escobita” Morales, lo superaron y lo relegaron al tercer lugar. Una creencia más de la época era que no podía ganar un novato. Igual siempre fue gregario, nunca líder, o al menos eso afirma. Al siguiente año llegó de quinto. En 1980, un año antes de la que sería quizás su última carrera quedó en uno de esos puestos que ni aparecen en las listas. Esa carrera le fue siempre esquiva. Pero en 1980, contra todo pronóstico, logró ganarla ya a punto de retirarse de las rutas.
El triunfo en Tachira, además, le dejó los bolsillos bien ajustados. Doce mil bolívares: más de cincuenta mil dólares de la época. A eso hay que sumarle los regalos por etapas y la copa que aún conserva.
Al año siguiente de coronarse en el vecino país, quedó de segundo en Italia en el Piccolo Giro, la versión amateur del Giro de Italia, hoy conocida como Girobio. Detrás de Francesco Cesarini, un local, logró una de sus mayores hazañas.
–¿Y no ganó más en Italia? Esa es una competencia más importante a nivel mundial.
–No, eso allá se pagaba en Liras, millones de liras. Pero esa lira no vale un carajo. De todos modos no me puedo quejar de que corrí con hambre, se hizo platica.
En 1984 se retiró del ciclismo. Le ofrecieron trabajar como entrenador, pero su temperamento no se lo permitía. Para explicarse cuenta una anécdota de cuando insultó al hermano de Noemí Sanín en una carrera de la Senior Masters. Entonces declinó seguir como formador de nuevos talentos y se alejó de las rutas. “Me mamé de eso”, repite constantemente. Tuvieron que pasar más de 22 años para que retomara su pasión, esa que no le gusta ver por televisión sino vivirla, sentirla.
Narcotráfico, drogas, coca, traqueto. Todas fueron palabras que llenaron los periódicos colombianos por mucho tiempo y que son parte de la historia contemporánea de Colombia. Pero esas palabras no salen de su boca. El problema, mi error, el negocio ese, es la forma en que Carlos Julio se refiere a su relación con las drogas.
–Lo que le voy a contar no se puede escribir
–Pero si ya pagaste tu condena
–No importa, eso es hacerle apología al delito
Esa última frase también la usa para referirse a El patrón del mal, la serie de televisión inspirada en la vida de Pablo Escobar, y todas las series y películas que hagan referencia al narcotráfico. Lo dice con rabia y empieza su diatriba contra la forma en que la televisión aborda ese tema. Su cachucha baila sobre su cabeza y trata de acomodársela constantemente, como queriendo dejar esas ideas adentro, para no olvidar el mal que la cocaína le ha hecho al país y a su vida.
Sin embargo, en medio de todo lo que cuenta, hay cosas que deja escribir y permiten construir esa parte de su historia que pertenece a lo que se llama el bajo mundo, a pesar de que en Colombia ese mundo ha permeado y pertenecido a todos los mundos posibles.
El 21 de noviembre de 2001 murió asesinado, en la Fundación Santa Fe, un sujeto de nombre Alberto Plazas Siachoque, ganadero y dueño de la antigua droguería Yaneth, patrocinadora de varios ciclistas colombianos. De él en algún momento se sugirió que era un capo del narcotráfico, acusación nunca probada por la justicia, tal vez porque fue un empresario pujante y nunca tuvo relación con ese mundo.
Carlos Julio conoció a Plazas Siachoque en los años setenta. Su futuro patrocinador no le creyó que fuera santandereano, a pesar de su acento, de las palabras que usaba y, sobre todo, de su paciencia. O su falta de ésta. “Los Siachoque son de Boyacá y nosotros debemos ser parientes”, cuenta que le dijo.
Efectivamente, el papá de Carlos Julio, Juan Pablo Siachoque, era primo del papá de Alberto. Eso le permitió ganarse la confianza del dueño de la droguería Yaneth. Recibió su patrocinio en 1979 y lo tuvo hasta su retiro en el 84. Desde entonces, Carlos Julio manejó el equipo y el dinero. Lo hizo con tanta responsabilidad que recibió una oferta de trabajo. Pasó de manejar bicicletas a manejar algo de lo que no sabía nada: ganado.
Según él, con el tiempo y el auge del narcotráfico comenzó a administrar las relaciones públicas de un nuevo empleador. Era la mano derecha de un capo y en todo momento hizo el trabajo para el que se comprometía, porque Carlos Julio dice que si se mete como lambón, cumple como lambón.
–¿Nunca le dio miedo?
–En ese mundo lo que vale es la palabra, no la chequera. La palabra. Y de torcidos, yo de eso nada. Siempre he cumplido lo que digo. Por eso, creo, siguo vivo.
Luego vino el problema.
El 22 de noviembre de 1996 hubo un allanamiento en el barrio San Antonio de Bogotá. Como parte de la Operación Triángulo, destinada a seguir cargamentos de droga y armas, la Policía se encontró una tonelada de cocaína valorada en unos 28 mil millones de pesos, aunque algunos aumentan la cifra a más del doble. La droga, de un 95% de pureza, estaba escondida entre bultos de café. La Policía, en su momento, le quería atribuir la propiedad a un gran narco de la capital. El edificio que sirvió de caleta estaba a nombre de Carlos Julio Siachoque Quiñónez.
Casi dos años después, el 18 de septiembre de 1998, el antiguo pedalista, gloria nacional, se entregaba a la justicia y asumía su culpabilidad como único dueño de la droga incautada. “Me tocaba, porque yo era el delincuente y la justicia es la justicia.” Fueron dos años huyendo, dos años en que muy pocos sabían de su paradero.
Era la época de los jueces sin rostro, momento en que el acusado no sabía quién lo juzgaba ni quién lo acusaba. Para algunos, una justicia con tufillo a inquisición medieval. Para otros era algo necesario para poder hacer justicia en un país donde las amenazas se cumplían y los carros bomba podían estar a la vuelta de la esquina. Esta figura, en que se reserva la identidad del testigo, se acabó por sentencia de la Corte Constitucional en el año 2000, pues se vulneraba el debido proceso si el acusado no sabía quién era el que hablaba en contra suya.
“Yo fui víctima de un sapo”. Se excusa, pero acto seguido reitera su culpabilidad: baja la cabeza y se reacomoda su cachucha. Nunca conoció a la persona que lo condenó ni supo quién lo delató con la Policía. Y aunque lo intuye no quiere escarbar más del pasado, “el asunto ese” es mejor enterrarlo.
–El juez me condenó a nueve años.
La prensa de la época asegura que fueron en realidad seis.
–Me pusieron ocho y uno más por ser figura pública. Porque yo tenía que ser ejemplo para los jóvenes. Me rebajaron tres años, por entregarme y por sentencia anticipada. Todo eso de la ley… 65, creo.
Esta vez la memoria no le falló, esa fue la ley que le otorgó beneficios. Aunque él me aseguró que era nueva y en realidad fue expedida en el 93
Terminó pagando 33 meses de cárcel en Ubaté. El 6 de agosto de 2001 estaba de nuevo en libertad y con su familia.
–¿Y tu familia cómo lo tomó?
–Al pie del cañón, al pie mío. Le cumplí a la sociedad y salí. Eso fue entrar con la cabeza agachada y salir con la cabeza en alto.
Bogotá. Punto de partida: casa de Carlos Julio, Barrio Santa Isabel, calle primera con 27; destino: Clínica Marly, Chapinero, calle 49 con once. Tres de la tarde.
Carlos Julio se pone su chaleco reflector, combina con unas tobilleras que cumplen con un propósito: que los carros lo vean. Se pone su casco. Trata de acomodar la bomba para inflar las llantas. No cabe en ningún lado. Su mujer, siempre a su lado desde que se alista, le trae una maleta cuya única función va a ser llevar un pequeño aparato. Se monta. Allá nos vemos, dice.
Luego de un viaje en bus por fin llego a la Clínica, me bajo afanado y encuentro a Carlos Julio en la esquina con una gran sonrisa. ¿Cansado? No. Lucía más cansando yo por las 3 cuadras que me tocó caminar.
–¿Sí ve por qué prefiero ir en bicicleta? Llevo rato esperándolo, ya hice mi vuelta en la clínica.
Recorrer unas cincuenta cuadras en bicicleta más rápido que el transporte público no sólo es culpa del caos en Bogotá. Carlos Julio lo logra, ya superando los 60 años, gracias a una rutina que tiene desde hace seis, cuando las ruedas lo volvieron a enamorar.
En el 2006, luego de 22 años y pico de dejar las rutas, vuelve a ver sus bicicletas y decide formar parte de los “cricas”.
–¿Cricas?
–Criollos callejeros, así nos llaman a los de la Asociación Bogotá. O los cuchos boys, como los llamo yo. También están los French Poodle, que son los de Ejeciclismo. Esos son los ricos, a los que sí les prestan las calles y las pistas, porque ellos tienen los contactos, tienen la plata. A nosotros los pobres no nos prestan las vías. Es que el ciclismo es muy elitista, es muy costoso. Yo me hice fue a base de disciplina.
Disciplina. Según dice, en cada momento de su vida fue eso lo que lo llevó a ciertos triunfos, incluso cuando estaba metido “en el negocio ese”.
Sesenta y tres años recién cumplidos. Se levanta a las cuatro y media de la mañana todos los días. Antes que su esposa Isabel se despierte, lee el periódico El Tiempo. Pase lo que pase, Isabel sabe que la suscripción a uno de los diarios tradicionales del país es algo que no puede faltar en su casa.
A las cinco y media, la madre de tres hijos suyos está levantada para desayunar. Dice que un buen desayuno es importante antes de salir para que no le dé lo que los ciclistas llaman la chirosa, o la pálida como se le conoce en otros medios. Es esa debilidad del cuerpo, ese malestar, que impide hacer ejercicio. Una falta de fuerzas que Carlos Julio se niega a aceptar. A él la chirosa no le da. Tanto que se enfurece cuando sus amigos le insinúan que le pasó en el Clásico Senior Master de Chía de agosto de 2012 cuando se tuvo que retirar el primer día.
No hay un plan fijo de entrenamiento, excepto por su duración: toda la mañana, desde las seis y media que sale hasta las once o doce que está volviendo a su casa. Hay dos opciones, ir al velódromo Primero de Mayo, lo que se llama pista, o ir por los alrededores de Bogotá, lo que se denomina ruta, el tipo de competencia donde Rigoberto Urán consiguó una medalla de plata en las Olimpiadas de Londres del 2012. En caso de salir de la ciudad el camino es incierto, pero fácilmente puede superar los 80 o 100 kilómetros. Son entre cuatro y seis horas de trabajo fuerte, algo que muchos no podríamos resistir sin sucumbir a la chirosa.
A esa rutina diaria a veces se le atraviesa alguna competencia, como la Vuelta a Colombia Senior Master que se corrió en septiembre de 2012, pero de lo contrario su rutina es estricta, gane o pierda, corra o no.
Para celebrar sus 63 años, Carlos Julio llega a casa con una medalla de oro que ganó en Girardot. Pero no es una medalla lo único que trae de vuelta. Viene vestido de puntos rojos y no precisamente por ser un campeón de montaña. Carlos Julio Siachoque ganó la contrarreloj por equipos enfermo de varicela. Y mañana saldrá a entrenar.