Froilán Zapata mide un metro ochenta y cinco, piel blanca y ojos verdes con más acento paisa que porteño. Su esposa Lexy Durán, una negra de pelo rizado con peinado de palmera y gafas Ray Ban de marco grueso maneja la tienda de café en el centro de Quibdó. Mientras él madruga a pasarle revista a los cafetales de su finca “El Terruño” en el Carmen Atrato, a 98 kilómetros de la capital del Chocó, ella atiende Café Chocó Mestizo, la única tienda de café del departamento. Un negocio que parecía no tener futuro porque en Quibdó “quién iba a pagar mil pesos por un tinto”, pero donde ahora después de las tres de la tarde no hay mesa ni silla para sentarse.
Froilán creció como cotero, por eso reconoce los buenos granos igual que cualquier barista. Un hombre de la tierra que se hizo cultivador en medio de la guerra. Se le paró firme al ELN, las Farc y a los paramilitares que pasaron patrullando frente a su finca “El terruño”; un territorio libre de armas porque Froilán no dejó entrar a ningún grupo armado, ni siquiera al ejército. Convirtió no sólo sus doce hectáreas sino también las cinco del hoy llamado Pueblo de la Memoria Histórica en una barricada neutral desde donde resistió para no dejarse arrebatar el territorio.
El antiguo sanatorio de tuberculosos del Carmen funcionó en una época como centro de reclutamiento del ELN pero luego, cuando este grupo abandonó la zona, el gobierno se lo entregó a Froilan para que lo usara como la sede de la Occa (Organización campesina y caficultora del Carmen de Atrato), que se transformó en el Pueblo de la Memoria Histórica. Por mantenerse firme y no dejar entrar ni siquiera a la policía, en 1996 fue acusado de ser ideólogo del Erg (Ejército Revolucionario Guevarista) porque“ si dejaba entrar a los unos, después se me venían los otros encima”, dice.
Froilán fue una de las cinco mil personas que no abandonó su “Terruño” en el Alto Atrato. Bajo el manto protector del padre Mario de Jesús Herrera Montoya, lideró el grupo de los resistentes que volteaban la cara para no ver los cadáveres que dejaban los tiroteos sobre la carretera. Más de la mitad de los habitantes del Carmen migró hacia Quibdó y otros cruzaron la frontera antioqueña, a 30 kilómetros de allí.
La presencia de Froilán en los consejos comunitarios de Quibdó resultaba llamativa para el entonces Presidente Uribe. Llegaba con su carriel lleno de bolsas de café y panelas a entusiasmar con la agricultura sostenible. Con una tarjetica roja que decía “Lo escucho”, y una amarilla que decía “Me escucha”, se turnaban la palabra con el Presidente para demostrarle con hechos que el Chocó era más fértil de lo que él decía. La gente seguía atrapada entre las tomas guerrilleras y las medidas del TLC que amenazaban con quebrar a los caficultores. Froilán y Lexy producían su café en medio de las balas, un producto cuidado y querido que terminaba en la Federación Nacional de cafeteros confundido bajo el sello Juan Valdés. Hasta que resolvieron liberarse y con la seguridad de estar produciendo el mejor café del Chocó se lo entregaron a Lavazza, la empresa italiana que le dio una calificación de 90% y lo denominó de acidez media, cuerpo medio y notas achocolatadas. Lo bautizaron Chocó Mestizo, un café producido entre el Chocó y Antioquia que se siente medio chocoano y medio paisa porque como dice Lexy “en Colombia todos somos una mezcla”. Dos de las hectáreas del “Terruño” las convirtieron en cafetal y el resto lo dejaron para el plátano, la yuca y el ganado. De esa tierra salen 30 cargas de pergamino -granos blancos- al año, cada una de 125 kilos. Froilán siembra, recoge, tuesta y transporta hasta las manos de Lexy quién lo muele y se lo sirve a los chocoanos que ya aprendieron a tomar capuchino, espresso y granizado.
Las preocupaciones de Froilán oscilan entre la obligación que tiene con Bancolombia y la amenaza del alcalde de Carmen de Atrato, Alexander Echavarría quien le tiene el ojo puesto a las cinco hectáreas del Pueblo de la Memoria Histórica donde setenta familias viven hace quince años. La última palabra la tiene Betty Eugenia Moreno, directora de la Unidad de Víctimas de Chocó de quien se espera falle en justicia, le reconozca el derecho a los ocupantes de buena fe y autorice comenzar el proceso de escrituración colectiva de esas cincuenta hectáreas que le pertenecen a quienes las han habitado y trabajado en medio del cruce de disparos cuando nadie se atrevía a acercarse por esas tierras y a duras penas sabían dónde quedaba en el mapa, el Carmen de Atrato.