Definitivamente son difíciles los tiempos que vive el departamento de Nariño, tras el bloqueo de la carretera Panamericana por parte de los indígenas del Cauca, quienes, aprovechando hábilmente la situación geográfica del departamento, mantienen aislada a la región del interior del país con las consecuentes pérdidas para los sectores agropecuarios y el comercio de la región.
Lo anterior, además del desabastecimiento de gas y gasolina, la posible interrupción de clases por carencia de transporte y el desayuno escolar, la retención de productos que normalmente se comercializan con el interior del país. Esto afecta y empobrece a los sectores agrícolas y lecheros de la zona.
Por supuesto que hay rabia en las comunidades del sur. Nariño históricamente ha sido una tierra que se ha encontrado al margen de las prioridades nacionales desde las épocas mismas de la independencia. El nariñense, por idiosincrasia, es una persona amable, original y valiosa que no encaja fácilmente con los moldes de otras regiones del país.
En medio de esta barahúnda, un pequeño sector de “líderes”, basándose en una vieja idea de Gustavo Álvarez Gardeazábal quien de una manera literaria y, no tanto lógica, hace algunas décadas dijo “Colombia perderá a Nariño, como perdió a Panamá”, han salido a enarbolar la bandera de la independencia para crear la República de Pasto (de Nariño no, porque al interior del departamento, así el territorio sea pequeño, hay una diferencia muy marcada de criterios).
Es claro que el chiste se cuenta por sí solo. Los defensores de tal idea la basan en una supuesta inviabilidad del país y en el discurso de la consabida pobreza y el marginamiento, que no porque sea cierto, alcanza a justificar la creación de una nueva república. De igual manera, según ellos, los colombianos somos personas que nos odiamos y nos detestamos a punto de anhelar permanentemente no pertenecer a este país.
Aquí caben dos cosas: o el despecho que ha causado la situación del paro produjo un daño psicológico o estas ideas son producto de una borrachera. En cualquier caso y, para centrarnos en el tema, partamos de que somos un país heterogéneo, diverso; es más, solo en el departamento de Nariño se pueden identificar tres regiones —pueden haber otras— con una idiosincrasia y unos intereses diferentes: la costa pacífica, Pasto y los municipios del sur encabezados por Ipiales.
En todo caso —y como no es la intención de este artículo generar más amarguras de las que ya tenemos— imaginemos por un momento la nueva República de Pasto. La casa presidencial funcionaría en Chachaguí (por la cercanía del aeropuerto) o en la plaza de Nariño; en eso difícilmente se lograría un acuerdo. El Congreso de la República en Pilcuan o el Potrerillo, habría sectores que abogan más por el Potrerillo para no perder la misional visión de gobernar de la mano con el pueblo.
Ya no seríamos hinchas de la Selección Colombia, en una Copa América nos representaría el Deportivo Pasto o el Atlético Ipiales (aquí el primer punto de discordia entre dos de las zonas que siempre han discrepado por un mal entendido regionalismo y porque, de todas maneras, es una causa noble: representar a la nueva república). Y no olvidemos que el fútbol, en la sociedad actual, se convierte en un problema de Estado.
A las pocas décadas de esta nueva patria, Ipiales decidiría independizarse por el marcado centralismo de Pasto y el abandono y la marginalidad y la pobreza generada por unos gobernantes —los de Pasto— que no han tenido ni la grandeza ni la visión para jalonar procesos que hagan de esta región un emporio de progreso y desarrollo. Igual ocurriría con Tumaco y, a lo mejor, otras regiones apelarían al discurso veintejuliero y crearían otras repúblicas que me recuerdan a la cantinflesca república de los cocos o al aroma triste de las tierras de nadie.
Bueno, pues, en esto de buscar salidas improbables hay gente que es experta, pero la realidad es que, en Nariño, más allá de las diferencias políticas con el centro del país, la mayoría de ciudadanos nos sentimos profundamente colombianos, tenemos familiares y amigos radicados en el interior del país, empresarios que trabajan o tiene vínculos económicos con rolos, paisas, tolimenses o santandereanos a quienes los promotores de la idea parecen despreciar
Y un último dato: que nos anexemos al Ecuador, opinan otros. No creo que los vecinos de la república de Juan Montalvo estén muy interesados en un territorio, cuya parte costera hierve en narcotráfico y violencia. Perdón, en todo caso.