El 9 de octubre se completaron 53 años de la muerte de Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como el Che Guevara, uno de los mayores iconos revolucionarios de América Latina. Fue fusilado en La Higuera, una vereda perdida de Bolivia, un día después de haber sido herido y capturado en combate durante la última de sus campañas guerrilleras. Allí había ido a parar luego de haber librado luchas revolucionarias en Cuba, y el Congo, en África.
El Che fue el principal practicante y defensor de la idea de que mediante la lucha guerrillera en los campos era posible desalojar del poder a las oligarquías de los países de América Latina y el tercer mundo, para posteriormente construir el socialismo; idea que se fortaleció tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959.
Pudo haberse quedado en su posición de ministro del gobierno revolucionario cubano; pero en 1965 desapareció de la vista pública y se dedicó a su mayor empeño: extender la lucha guerrillera revolucionaria por todo el continente con la idea de crear muchos campos de batalla, de manera que el imperialismo de los Estados Unidos no pudiese concentrar todas sus fuerzas en un solo lugar y lograr la victoria gracias a su abrumador poder militar.
Al igual que José Martí y otros pensadores latinoamericanos, pensaba que el futuro de América Latina solo se podía asegurar mediante la implementación del sueño de Simón Bolívar: la creación de un gran país que ocupe el lugar de las muchas republiquetas creadas según los intereses de las oligarquías locales.
Muerto el Che, muchos quisieron emularlo. Cientos, probablemente miles de jóvenes latinoamericanos, gran parte de ellos estudiantes universitarios, se lanzaron a las montañas y a la lucha guerrillera al grito de “revolución o muerte”. La inmensa mayoría de ellos quedaron sepultados en tumbas anónimas; o fueron torturados y desaparecidos por los militares del continente. Sus vidas fueron el precio que pagaron por atreverse a soñar y a tratar de materializar la idea de la sociedad socialista, en donde la riqueza material no fuese privilegio de una minoría.
En Colombia, personajes como Camilo Torres, el sacerdote revolucionario devenido en guerrillero; Jaime Arenas, Ricardo Lara y Víctor Medina, estudiantes de la UIS; y Julio Cesar Cortés, estudiante de la Universidad Nacional, son solo algunos nombres que simbolizan a las decenas de jóvenes que ofrendaron sus vidas en una lucha que pretendió ser émula del ejemplo del Che.
Aunque las oligarquías latinoamericanas, la derecha, y el imperialismo norteamericano suspiraron aliviados al conocer la noticia de la muerte del Che, no lograron borrarlo de la conciencia de los latinoamericanos, a pesar de que sus asesinos ocultaron sus restos en una fosa secreta durante 30 años. Pero con los años el mito del Che Guevara se acrecentó. Su renuncia a los privilegios y comodidades, la coherencia entre lo que decía y lo que hacía, y la entrega absoluta a la causa que defendía, le aseguraron un lugar de honor entre los revolucionarios latinoamericanos. Hoy su nombre y su ejemplo son honrados en bibliotecas, plazas y monumentos.
Lo más importante es que hace parte de la conciencia y la tradición de lucha latinoamericanas. Junto a los caciques y negros que resistieron la dominación española, junto a Galán el comunero, Bolívar, Zapata, Villa, José y Farabundo Martí, Sandino, Camilo Torres y Fidel Castro, el Che Guevara simboliza lo más íntegro y lo más abnegado de los patriotas latinoamericanos.
El legado y el ideario del Che Guevara se encuentran hoy en los movimientos progresistas del continente, sean los tupamaros del gran Pepe Mujica, el movimiento indígena y obrero boliviano, la revolución ciudadana del Ecuador, el Partido de los Trabajadores brasileño, la Revolución Bolivariana de Venezuela, y, por supuesto, la digna Cuba, que desde los días del Che resiste el criminal bloqueo norteamericano. Ninguno de los grandes movimientos populares latinoamericanos ha dejado de honrar al Che Guevara; todos, en una manera o en otra, se nutren de sus ideas y de su ejemplo.
A 53 años de su caída en combate, el Che Guevara está más vivo que nunca, los héroes nunca mueren.
Adenda. Paloma Valencia en su cinismo encarna el cinismo del uribismo. Condena a los maestros por no querer regresar a clases presenciales, pero ella misma defiende que el congreso “sesione” virtualmente. Ha de pensar que un niño no vale lo que un senador.
