Sus inmediatos colaboradores, para congraciarse, le decían que lo hacía muy bien. Por su parte, él se creía el Vargas Llosa de Borinquen. Quienes han leído sus aportes al grupo cerrado de Telegram se preguntan cómo fue que lo eligieron. Puerto Rico no sale de su asombro. Y el gobernador, Ricardo Rosselló, que se ufanaba de tener un celular de alta gama, hoy está que lo arroja por la ventana porque ese aparatico y su insensatez lo tienen con un pie en el asfalto.
La severa crisis política se desató cuando se reveló el contenido de los mensajes que intercambiaba en el chat. No quedaba títere en cabeza. Se burlaba de los políticos, comentaba sobre el copete de Trump recién engominado, ridiculizaba a la población lgtbi, menospreciaba a los pobres y hasta la gordita caderona que les ayudaba como conserje fue blanco de sus señalamientos.
Se creía muy ingenioso con el uso de las palabras. Y junto con los participantes en los diálogos virtuales terminaban sus intervenciones con un ja… ja… o un emoticón de una carita feliz.
Los escritos que compendia 889 páginas fueron reveladas por el Centro de Periodismo Investigativo, que recibió el documento completo por parte de una fuente anónima. Fue el fin de semana. Y Roselló se cansó de contar ovejitas procurando conciliar el sueño. Sin embargo, hasta los nobles animalitos salían de huida, temiendo caer en las redes de su lengua viperina.
Imagine usted lo que pasaría si en Colombia salieran a la luz las conversaciones de tantos grupos que circulan por ahí, o de las conversaciones en las cuales, por equívoco, una mujer le dice a su amigo: “Ayer en la tarde estuviste genial” y, descubre luego, que se lo envió a su marido, quien lleva más de dos meses en abstinencia.
O el despistado que no verifica a quién se lo envía y le dice: “Mija, qué pena, pero no he podido darle platica porque la bruja de mi mujer me saca hasta el último peso.” Y una vez se va por esa autopista virtual, descubre que le llegó fue a su esposa y no a la amante enfurecida porque no le ha pasado nada en la quincena.
Y qué tal el empleado que le remite por equivocación un wasapaso a su jefe en el que anota: “Ahora que Rodríguez se va de viaje a Santa Marta, daría lo que fuera para que el avión se cayera y el cretino no vuelva a toposiar acá en la oficina”. Suena un bep bep y sale el superior a decirle: “Muchas gracias, Jiménez, por desearme buena suerte en mis vacaciones”. Caramba, usted se lo envió a quién menos debía, y en menos de una semana andará con una hoja de vida debajo del brazo buscando trabajo. Por supuesto, desea arrojarle el celular al primer tractomula que encuentre.
Mensajitos desprevenidos pero perjudiciales se escriben a cada instante. Vuelan por todas partes en ese limbo indeterminado que es la Internet. Han causado roturas en las relaciones sentimentales, despidos en las empresas, problemas con los gota a gota, alegatos entre compañeros, y en el caso del gobernador de Puerto Rico y sus colaboradores, el que a vuelta de poco tiempo anden buscando chamba en los Estados Unidos, donde no cesan de perseguir a los inmigrantes…