Mis primeros recuerdos de la música de Vicente Fernández (1940-2021) se remontan a la infancia, allá por los años setenta. En el pueblo de mi padre, al que viajábamos al menos una vez al año, mi abuela tenía una tienda en cuya rocola los clientes solían poner sus canciones una y otra vez.
Ya en los ochenta, cuando me quedaba el fin de semana en casa de mi abuelo en la ciudad de México, recuerdo que los sábados por la noche le gustaba ver películas en la televisión y solían pasar algunas protagonizadas por el Charro de Huentitán, como La ley del monte (1976) o El tahúr (1979).
A principios de los noventa era común que la fiesta de fin de cursos del colegio se animara con Volver, volver como irónica despedida de un lugar al que los estudiantes esperaban no tener que volver nunca. Y ya en la universidad, en las primeras escapadas con amigos a las cantinas, tampoco faltaban canciones del Chente.
Confieso que no podía considerarme su fan: las canciones de sus primeros discos, de tono más golpeado, me parecían machistas. Pero con los años el artista fue diversificando su repertorio, y llegaron canciones de tono más lúdico y festivo, como “Un millón de primaveras” o “Estos celos”, que le ayudaron a conectarse con las nuevas generaciones.
Entre boleros y baladas, su interpretación de Perdón a dúo con su hijo Alejandro me parece excelente, muy sentida.
Este breve recorrido anecdótico por la música y la filmografía de Vicente Fernández es apenas un vistazo a la forma en que el Chente ha acompañado a los mexicanos por generaciones. A unos su música les gusta más, a otros menos, pero sus canciones se escuchan en todos los estratos y casi en toda ocasión, incluidos los funerales, como demostró el suyo propio.
En México, hasta quienes se consideran sus detractores, indirectamente también se han visto beneficiados por sus interpretaciones. Y es que Vicente Fernández llevó la música vernácula mexicana a los rincones más insospechados del orbe.
Desde que llegué a Colombia, una de las cosas que más me han llamado la atención es el arraigo que tiene aquí la música de mariachi. No es casualidad que el mismo Chente se refiriera a este país como su segunda casa.
De modo que, como mexicano residente en el exterior, uno no puede sentirse más que agradecido con su legado, pues gracias a Vicente Fernández a México y a los mexicanos nos quieren un poquito más en el mundo.
Gratitud que también se extiende a Colombia, por ser un país que tanto ha abierto su corazón a la música del Chente y a otras tantas expresiones de la cultura mexicana.