Inés Cabrejo llegó a lo más alto de la montaña, a 3450 mt, acompañada de sus dos hijas y sus dos únicos nietos. En una bolsa de lona de color azul claro llevaban dos cofres blancos ovalados. En uno de los cofres estaban las cenizas de su esposo. Se llamaba Luis Alberto Amaya. Tenía 69 años. Murió de Covid-19 el pasado 31 de julio de 2020, luego de permanecer un mes y un día en la Uci del hospital Marly. En el otro cofre estaban las cenizas de su primera hija. Claudia Ximena Amaya murió de cáncer hace 18 años, cuando apenas tenía 25. Hoy los despidieron. Los dos cofres se quedaron enterrados bajo unos árboles en una finca gigante que ya lleva seis años siendo un camposanto.
En la Reserva Natural El Pajonal de Cogua, a 70 kilómetros de Bogotá —donde estamos— han subido este sábado unas 50 personas. La caravana de once carros la lidera una camioneta de la ONG Colombia Reserva de Vida que coordina el proyecto de reforestación y siembra de cenizas de los fallecidos.
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la familia Amaya Cabrejo sembró ocho árboles que ubicaron en forma de círculo. En la mitad abrieron dos huecos y allí, en medio de un llanto pasmado pero doloroso, metieron los dos cofres. A cuatro árboles le pusieron una placa blanca de plástico con la foto y el nombre de Luis Alberto. Las otras cuatro placas tenían la foto de Claudia Ximena.
En la reserva ya más de 7 mil placas de plástico amarradas cada una a un árbol joven. La postal que deja la imagen de las 7 mil placas blancas en medio de los diferentes verdes de la naturaleza del páramo de Guerrero es dolorosa. Pero no deja de ser bella. Allí también están las cenizas del actor Carlos “el gordo” Benjumea. El actor murió el pasado 13 de mayo. En su honor hay cuatro árboles sembrados.
—Esto es muy bonito y genera mucha paz y tranquilidad— dice John Jairo Torres. Él está con su novia, su hermana y sus sobrinos. Su papá, Jairo Torres, murió hace dos meses. John Jairo no trae cenizas. Al no haber velorio ni despedida tradicional en medio de la pandemia, sus compañeros de oficina no le enviaron ni coronas ni flores. Le regalaron un bono para plantar un árbol en homenaje a su padre. John Jairo lloró mientras que al árbol que sembró le amarraba una cruz de madera pequeñita que su papá siempre tenía en la mesa de noche.
La reserva El Pajonal es una zona vital para el embalse del Neusa, el mayor abastecedor de agua para el norte de Bogotá y la sabana norte. El terreno es propiedad de Margarita Ballesteros. Era una finca gigante de cultivos de papa y cebolla que le heredó su abuelo. Buscando como hacer productivo el lugar por algún tiempo sin hacerle más daño a la naturaleza con la explotación agrícola o ganadera, lo convirtió en camposanto.
La idea se la entregó un amigo agrónomo que hace seis años subió hasta allí con las cenizas de su padre para que sí o sí le permitieran enterrarlas en medio de aquella montaña. Margarita acompañada por su hermano Jaime Ballesteros crearon la ONG Colombia Reserva de Vida para darle vida al proyecto. Ante Parques Nacionales inscribió el lugar como reserva natural. Ahora su terreno es intocable. Lo único que allí se puede hacer es reforestar.
El lugar no es un cementerio ni un bosque cenizario. Es un parque natural de 31 fanegadas en medio de la fría naturaleza del páramo de Guerrero para hacerle un homenaje a los fallecidos con la siembra de árboles. Las cenizas que allí se entierran biológicamente se convierten en el abono de cada árbol plantado. Las cenizas, un símbolo de muerte, allí generan vida.
A pocos metros de Catalina Valencia, sus hijas y sus nietos, la familia Sierra enterraron las cenizas de Adelina Sierra. Tenía 68 años. Murió de Covid-19 el pasado mes de junio. Antes de que el virus de origen chino se convirtiera en pandemia y matara a la fecha a más de 100 mil colombianos, el proyecto de Margarita Ballesteros para reforestar el páramo había sembrado —en cinco años— unos tres mil árboles. En medio de la pandemia y luego de que empezara la apertura gradual, de septiembre de 2020 a la fecha (julio de 2021), se han sembrado unos cuatro mil árboles y se han enterrado unas mil cenizas.
Hay funerarias que se han sumado al proyecto. Las funerarias La luz y Gaviria les ofrecen a los deudos el servicio de dejar las cenizas en el alto del páramo de Guerrero, en Cogua, que queda en la punta de una de las montañas del municipio a una hora en carro del pueblo. Desde allí, detrás de la zona que se está reforestando, se divisa a plenitud el embalse del Neusa y la verde sabana que colinda con el norte de Bogotá.
El proyecto lo dirige Margarita. Su hermano Jaime Ballesteros es el director de promoción de la ONG. Para que todo marche bien tienen 15 empleados. El bono para sembrar un árbol cuesta $140 mil. El sembrar las cenizas en el camposanto tiene un valor de $800 mil. Con los ingresos que se obtienen pagan los salarios de los colaboradores, mandan a hacer las placas, compran árboles, y mantienen el lugar que está vigilado por un Sagrado corazón de Jesús de 50 centímetros de alto y una Virgen un poquito más pequeña que los familiares de los homenajeados han dejado allí.
La pandemia que originó el Covid-19 cambió hasta la forma de despedir a los muertos. El funeral para quienes han muerto por el virus desapareció. A los cementerios tampoco pueden entrar. El proyecto de la ONG Colombia Reserva de Vida de los hermanos Ballesteros es una opción para acompañar y despedir en familia, sin etiquetas ni señalamientos y de una forma diferente, a quienes se llevó el Covid-19. Enterrar las cenizas en este páramo es una forma de cerrar el duelo que la pandemia nos arrebató.