En los sistemas parlamentarios y semiparlamentarios, concluida la elección del primer ministro, se conforma un tradicional gabinete en la sombra. Desde ese gabinete, el jefe de la oposición tiende a liderar una vigilancia técnica y detallada a cada movimiento del gobierno. Así, la oposición cuenta con las herramientas suficientes para hacer un control político riguroso y emplazar al gobierno con la expectativa de promover su caída y que el inmaculado jefe de la oposición eventualmente se convierta en primer ministro.
Por el contrario, en nuestro sistema presidencialista no se ha institucionalizado la figura del gabinete en la sombra o del inmaculado líder de la oposición (quien ocupa la curul del segundo no está obligado a declararse en oposición), pues la efectividad entre los sectores opositores depende, en mayor medida, de la capacidad adaptativa de los partidos. De ahí que la oposición que se libre desde el Congreso se pueda convertir en una cuestión de agendas paralelas con múltiples orientaciones, énfasis y enfoques.
Al parecer, esa será la naturaleza de la temprana oposición durante el gobierno Petro, con una oposición de corte uribista y otra no uribista (encabezada por Cambio Radical).
Ahora bien, lo particular en la era Petro es que Federico Gutiérrez, el candidato que agrupó la casi totalidad de los partidos tradicionales, no tiene la más mínima vocería en el Congreso y su oposición será extraparlamentaria; es decir, por fuera de los recintos del capitolio y tan solo con la tribuna de las redes sociales y ciertos medios aliados (Semana o El Colombiano). Así, Gutiérrez no será un protagonista directo de los grandes debates del país, no podrá citar estratégicos debates de control político o atizar el natural desgaste en la coalición de gobierno.
Y aunque para Federico “no tener partido” o no formar parte de ninguno le pueda resultar rentable en temporada electoral, cuando baja la inmediatez de la campaña e inicia el ejercicio de gobierno, los partidos se convierten en piezas esenciales de gobernabilidad o de capacidad de presión ante el gobierno. Aunque Federico se haya alzado con cerca de 5 millones de votos en la primera vuelta, ningún congresista se definirá propiamente como “fiquista” o vocero de Creemos, pues el exalcalde se negó a fortalecer electoralmente su mo vimiento y en sus años en La Alpujarra solo impulsó sectores conservadores y uribistas.
Hasta Daniel Quintero, némesis de Gutiérrez y avezado en lides partidistas, aprovechó su posición para meter candidatos en las listas del Pacto Histórico, mover la maquinaria local a favor del Petro y consolidar una minibancada propia.
Lo más seguro es que Fico quedará reducido a una oposición de redes sociales o en alguna columna dominical en El Colombiano o Semana. Su voz no tendrá mayor peso entre los alaridos de María Fernanda Cabal, la retórica de Miguel Uribe o la sagacidad de David Luna. Hasta creo que Miguel Polo Polo tendrá más margen de maniobra. También dudo que Federico tenga la capacidad de movilizar las calles, agitar la indignación popular o promover una oposición nacional, y esto se debe precisamente a eso: Federico Gutiérrez no se ha consolidado como una figura nacional.
Además, también le asiste la presión de pensar en su futuro inmediato, para no perder vigencia en la opinión pública o convertirse en “otro Fajardo” (un ejemplo de oposición extraparlamentaria fallida). En algunos meses deberá decidir si vuelve a La Alpujarra (la opción más sensata) o aspira a la gobernación de Antioquia. Experiencia que le sería favorable para entender que el país cambió y que su discurso de campaña solo conectó con los intereses del uribismo, la corrupción y la extrema derecha.
Pero también será una posición donde no tendrá mucho margen de maniobra ante Petro, pues no es habitual que un alcalde o gobernador se vaya lanza y ristre contra un presidente. Eso sí le queda más sencillo a un senador, solo hay que recordar que Duque fue uno de los mayores opositores a Santos y Petro fue el mayor opositor a Duque, ¿Y a dónde los llevó esa oposición parlamentaria?