Los exponentes de centro no tienen la fuerza necesaria para valerse por sí mismos y cumplir sus metas electorales, principalmente porque el país está polarizado, corrupto y cooptado por mafias campantes de familias poderosas y, en este momento, no perdona tibiezas. Las mayores fuerzas electorales se encuentran en los polos, quienes más que estar radicalizados tienen opiniones claras frente a la manera de actuar al momento de tomar decisiones. El centro también las tiene, pero a falta de valor o en busca de mantener su retórica "centrista" prefiere mantenerlas en la bruma, haciendo creer a la gente, a través de discursos opacos, lo que más les convenga para ganar electores. El problema radica en que no están dispuestos a hacer pactos con la izquierda, y más que por testarudez lo hacen por conveniencia, así esto arriesgue el futuro del país y de procesos importantes como la aplicación de los acuerdos de paz.
Es el caso de la alcaldesa Claudia López, quien llegó a ostentar su cargo debido a que la izquierda bogotana se negaba a elegir a un personaje como Holman Morris, y no tuvo más reparo que creer de mala gana en su discurso, el cuál se fue desenmascarando con el paso de los años. Queda claro que la política que se ha manejado de puertas para adentro en el Palacio de Liévano ha sido una, y aquella que se ha expuesto ante la opinión pública ha sido otra. De ahí que la alcaldesa regañe públicamente a la fuerza pública luego de las graves violaciones a los derechos humanos cometidas por la institución durante el paro nacional, y al mismo tiempo ordene la militarización de la ciudad y entregue informes a las asociaciones internacionales de derechos humanos en donde estas violaciones se ignoraban por completo y se estigmatizaba, en cambio, a los manifestantes.
En la teoría, el centro político se entiende a sí mismo como una fuerza no polarizante, que intenta rescatar lo mejor de las políticas sociales, típicas de izquierda, y lo mejor de las políticas de seguridad, típicas de derecha. En la práctica en cambio, las decisiones que toma son simplistas y poco interesadas en realizar cambios de profundidad. Las políticas sociales que aplica son perezosas y las de seguridad, ineficaces. En la práctica, además, no se puede encontrar un punto medio frente a ciertos temas, por ejemplo las políticas económicas o la reforma agraria, al menos no en un país como Colombia, donde la gran parte de sus problemas estructurales radican en la desigualdad de ingresos y la posesión de tierras.
Debido a situaciones como estas se le ha ido abriendo paso a un fenómeno electoral en el cual podría llamarse "el paso a la derecha", no solo en Colombia sino en la generalidad de las democracias modernas marcadas por la polarización. Para explicarlo de manera simple, en caso de que un candidato de centro y uno de derecha se enfrenten, los electores de izquierda darán un paso a la derecha, dando como ganador al candidato de centro. Si en cambio es el candidato de izquierda quien se opone al de derecha, aquellos quienes darán el paso hacia la derecha serán los de centro, dándole la victoria al candidato de derecha, situación que ya sucedió en 2018. Claramente, esto puede variar dependiendo de muchos factores, pero al menos en el caso de Colombia, que es un país históricamente echado hacia la derecha, esta teoría acierta.
Es del análisis de esta situación qué podemos decir que la estrategia del centro es canalla, pues se basa en destruir las posibilidades de la izquierda para poder cooptar sus votos en una posible segunda vuelta. Lo mismo sucede con la derecha, quién está interesada en destruir al centro, tal y como lo viene haciendo, pues sabe que solo así podrá aprovecharse de sus bases electorales. Lo realmente canalla de esta estrategia es la cuestión del doble discurso que se maneja desde lo alto de la estructura del centro, en donde se venden como algo que realmente no son y chantajean a la izquierda con un “si no soy yo es la derecha, pero tu jamás”. El centro, que se plantea con una cara amable y sumisa, es en verdad un lobo vestido de oveja, que no muerde al fuerte, sino al más débil. Ya no lo mostraron de manera clara exponentes como Claudia López en Bogotá y el alternativo Daniel Quintero en Medellín, por no dar más ejemplos.
Todos los análisis políticos y encuestas apuntan a lo mismo: si se hiciera una coalición real entre la izquierda y el centro, el panorama para las próximas elecciones sería muy diferente, incluso con una posible victoria en primera vuelta. Las oportunidades están dadas pero las voluntades no, y esto tiene una razón. El "alternativismo" y progresismo del centro va hasta un punto, un punto flácido, que no fastidia, en donde no se toca realmente aquello que hay que tocar, y en donde no se perturba a quien no hay que perturbar. La política colombiana no necesita de benditas de agua tibia; necesita una desinfección profunda de la herida que los gobernantes del pasado han dejado en la democracia. Es hora de que el centro empiece de una vez por todas a hacer política sin pelos en la lengua, y cargue el peso de tomar postura en un país que no asimila las tibiezas, en vez de seguir haciendo una política sensacionalista y populista, que gana solo de discursos que se caen al momento de ejercer.