En medio de la violencia que azota al país —donde cada día caen líderes sociales y exguerrilleros que le están cumpliendo a la paz, al tiempo que un gran sector del bloque de poder antepone sus grandes ganancias capitalistas ante la vida, colocándole palos en la rueda a una paz que parece no tener futuro, y complementando con una gran corrupción que sigue de largo—, un sector político al que han denominado tibio alza la voz dizque para “no polarizar”, ya que según este las disputas de los extremos, no la dialéctica de la política, son lo que en parte atiza el fuego de la violencia en Colombia, aduciendo que es el centro que dicen representar el futuro del país. Y quién lo creyera, Iván Duque, el máximo representante del Centro Democrático en el poder central, recientemente se ha proclamado “de extremo centro”.
Y es entonces cuando viene al ruedo de la discusión política la diferenciación entre izquierda, centro y derecha como la esencia de la trilogía política de nuestros días. Comencemos con la díada histórica, izquierda y derecha para entender si existe el centro en Colombia y qué representa.
La gran díada derecha e izquierda tiene su génesis en 1789, cuando en la reunión de los Estados Generales en la Francia, que pronto se abría hacia su revolución, se discutía sobre el veto real; es decir, si el rey de Francia debía tener la capacidad de rebatir cualquier ley, aunque hubiera sido aprobada por mayoría en el parlamento. En dicho debate y para la votación, los nobles y el clero, las clases más ricas y partidarias de la monarquía, se situaron a la derecha del presidente de la asamblea, mientras que los revolucionarios contrarios al veto real se situaron a la izquierda. De ahí viene la denominación de la diada que nos sigue persiguiendo en Colombia. Lamentablemente, a balas en muchos casos.
Cuando se piensa tradicionalmente en la izquierda, se quiere hacer mención al autoritarismo, eliminar la propiedad privada y, sobre todo, establecer control gubernamental en todos los aspectos del individuo y del país, tanto en lo social como en lo económico. Lo que sutilmente algunos llaman “castrochavismo” a fin de desviar el verdadero debate. Pero la izquierda con la llamada caída del Muro de Berlín es más que eso. La izquierda en sí engloba “los principios de [...] justicia e igualdad social, libertades reales, dignidad humana, solidaridad y —ante la explotación económica y la instrumentalización de las conciencias— la consideración del hombre como fin y no como simple mercancía”, de acuerdo a Paulina Fernández Christlieb. Para la izquierda el ser humano es el centro de todo y el ente del todo, a lo renacentista.
La derecha, por su parte, dice tener como arraigo “la historia, la defensa del pasado, y sobre todo, de la tradición”, no en vano nos habla de valores religiosos y de la familia como la gran célula moral de la sociedad. Antepone el individuo a la sociedad al señalar que la iniciativa personal es el motor de desarrollo económico de la sociedad a la cual no se le deben colocar trabas. Antes por el contrario, fomentarla. No en vano mientras se desgravan las rentas individuales y empresariales, se grava a la gran masa social. En Colombia se acuñó la referencia que “las ganancias son privadas, mientras las pérdidas son sociales”. El IVA se generaliza a la sociedad, especialmente entre los más pobres y la clase media, pero las exenciones tributarias solo favorecen a los minoritarios empresarios, terratenientes y banqueros.
Mientras la derecha nos habla de “orden” y “respeto” en medio de libertad individual, por otro lado nos habla del “más fuerte” como único capaz de sobrevivir en la sociedad, al cual el mercado capitalista debe darle todas las herramientas posibles para que aplique su fuerza. Fuerza que como ya sabemos, las han aplicado terratenientes y paramilitares en el campo colombiano. Y por supuesto, la derecha dice que el gran leviatán de la ley debe ser el imperante. Y entonces uno se pregunta, cuál ley, la de arriba, la que esculca y escucha y la que dice estar a favor del “más fuerte”. ¿Será entonces la ley reciente de Trump y de Néstor Humberto Martínez?
Pero en medio de la gran díada aparece el centro y nos dice que “las democracias suelen favorecer a los moderados y castiga a los extremistas”, y que “para hacer política hay que moderar el tono para obtener el fin”. En Colombia, como ya dijimos, el centro aduce “no polarizar”. Es lo que Barak Obama en su reciente libro titulado Una tierra prometida define como “la política basada en tender puentes” o “hablar con y para el público más amplio posible”, lo que significa tanto para ricos como para pobres al mismo tiempo.
Duverger por su parte define al centro como “un punto geométrico, en el cual se reúnen los moderados de la derecha y los de la izquierda”. Sarcásticamente en Colombia le dicen “sí pero no”. Y el mismo Duverger en su célebre libro Los partidos políticos contextualiza: “se es centrista porque se considera que las dos posiciones que se oponen entre sí presentan elementos positivos tan fuertes que justifican una síntesis o una mediación, o porque se considera que ambos contendientes están equivocados, en cuyo caso el camino correcto consiste en situarse en el centro, es decir, por encima de las partes”.
Volviendo a Colombia, el centro al igual que el politólogo Norberto Bobbio aduce que la diada en sus casos extremos “desprecia la democracia”. Casos extremos que como sabemos son representados por el fascismo por un lado y el comunismo extremo por el otro. Pero cuidado, se hace alusión a los extremos, más no al sentido de la derecha y la izquierda en su esencia democrática. No es la contextualización ni de las guerrillas maximalistas ni mucho menos del fascismo militar de las autodefensas o sus apologistas en el uribismo.
Al aclarar la trilogía, o mejor decir la díada dominante y el centro que aparece y desaparece según las circunstancias, entonces viene la cruda realidad de nuestro país y con ello las categorizaciones que anteriormente definimos, pero sobre todo la determinación de cuál camino tomar ante una situación concreta de las tantas que se presenta en nuestro país, y más aún en momentos cuando la violencia es la razón de ser del sector dominante de la derecha colombiana. Aunque nuestra historia ha sido una historia de violencia permanente.
Históricamente estuvimos dominados políticamente por el partido del “orden” del lado conservador y por el otro, del “libre examen” en representación del liberalismo, que por cierto, este último en su momento Carlos Lleras Restrepo denominó como “un conjunto de matices de izquierda”. Hubo momentos en que estos partidos tuvieron diferencias, y no en vano se fueron a la guerra a fin de confrontar sus ideas. Se diferenciaron por la Iglesia, la educación, la familia, la organización del Estado, la reforma agraria a favor de los campesinos sin tierras, los sindicatos, los impuestos para los más ricos, los subsidios, etcétera, pero de un tiempo para acá se igualaron ante la ley de la corrupción, el clientelismo, las coimas, y quien lo creyera, se igualaron ante la muerte, ya que tanto liberales como conservadores fueron electos con apoyo paramilitar al Congreso en diversas formas. En este orden de ideas, en Colombia existe una similitud en la derecha y una clara diferencia en una dispersa izquierda.
La izquierda tiene su origen en la lucha por los pobres y descamisados que una vez representó el liberalismo de Alfonso López Pumarejo y Gaitán. Luego asume su camino propio con los sindicatos y el partido comunista, para finalmente sucumbir en el aspecto organizacional con la trifulca de las líneas Moscú, Pekín y el trotskismo, situación que aun sobrevive con la dispersión sindical y de movimientos escasamente representativos. Pero más allá de esto, el pensamiento de izquierda aquí analizado se refleja en quienes luchan o defiende el medio ambiente, las libertades sindicales, la educación gratuita, la no militarización de la vida pública, la anticorrupción, el feminismos y el laicismo en todo sentido, mejores salarios y empleo, la gratuidad del agua para los estratos 1 y 2, la defensa de la salud pública, y sobre todo, la defensa a ultranza de los derechos humanos en un país caracterizado por la violencia contra el movimiento social desde el poder.
En entonces cuando a todas estas, y en momentos cuando se enfrentaban dos antagonismo claramente opuestos en las elecciones de 2018, por un lado Duque como expresión del ala fascista del bloque de poder, el uribismo, fiel reflejo del paramilitarismo, y Gustavo Petro, un férreo opositor y crítico del uribismo, que anteponía el valor de la vida a la muerte, un sector que hoy se dice de centro se refugió en el abstencionismo aduciendo que lo que había en el momento era un confrontación de extremos polarizantes, y que la mejor manera de no polarizar era alejarse de esa discusión. Olvidaron, que ante el fascismo y la opresión de cualquiera de la díada no se podía ser indiferente, y que la vida, tal como hoy lo podemos constatar, es violentada a diario.
Precisamente sobre el particular Noberto Bobbio dice en su célebre libro Derecha e izquierda que “frente al fascismo y al nazismo hubo que comportarse como extremistas, escogiendo entre resignarse y resistir. Y no dudo que fueron los extremistas de entonces los que llevaron la razón”. Aquí parece que no ha pasado, porque al decir de muchos, el centro no existe, se disfraza. ¿Entonces qué es el centro en Colombia y que dice representar?
Más allá de no polarizar, lo cual hasta ahora resulta inocuo, el centro no se define a ciencia cierta ante los grandes temas del país, salvo casos muy puntuales, y su supuestamente diferenciación con la diada se ve reflejada en una malversación casi que raya en la envidia hacia la figura de Gustavo Petro, el cual, sin venir de la izquierda militante radical marxista, presenta un ascenso político que los medios de comunicación afines al sistema dominante han encasillado en el radicalismo de izquierda. Lo anterior sin tener en cuenta que su figuración política se ha basado en la lucha contra la corrupción caso debates del banco Andino, el paramilitarismo y últimamente la mafia en la justicia con el tema de Odebrecht , el Grupo Aval y el exfiscal Néstor Humberto Martínez. Y en esa si polarización, quienes dicen ser de centro divagan hasta el punto que una de sus superpuestas figuras como Juanita Goebertus dice sin tapujos: “debemos ayudar a posicionar el centro y dejar esa idea que somos tibios (…). Nuestro reto ante la crítica de tibieza es poner ideas sobre la mesa”. Como quien dice, el centro se busca, pero no se encuentra, lo que refleja que aún “no existe”, por lo que le deseamos suerte en su búsqueda a fin de romper la díada de la historia.