Una de las estrategias del llamado "centro político", liderado por Fajardo, como lo ha enunciado la periodista María Antonia Pardo en su Facebook ha consistido en propagar el miedo a los dos "extremos" del espectro político: Duque —Uribe— y Petro. De ese modo, solo una tercería, liderada por Fajardo, podría vencer a tales extremos. La base de esta estrategia reside en el supuesto de que, en un escenario de segunda vuelta entre Duque y Petro, Duque ganaría con creces, pues en el país "hay más antipetrismo que antiuribismo". Así lo retrató Daniel Samper Ospina en Twitter.
Más aún, para reafirmar su posición, el "centro", aunque no todos estén de acuerdo con esa caricatura, ha sostenido que Petro "encarna el coco del castrochavismo" y que su crecimiento es gasolina para el ascenso del uribismo. Tal postura ha sido argumentada una y otra vez por el periodista Daniel Coronell, y la ha confirmado más moderadamente en su nueva columna Petrificados.
Esta tesis del "centro" no deja de tener su dosis de fatalismo: a poco más de dos meses de las presidenciales ya da por sentado que Duque irremediablemente estará en primera vuelta y que el candidato a vencer, por ende, es Petro. Subestiman la división existente entre Uribe y Vargas Lleras y no consideran la volatilidad de los punteros de las encuestas: hasta principios de febrero de este año Fajardo las lideraba.
Pero esta estrategia implica aceptar que el uribismo obtuvo la victoria ideológica contra Petro. Petro, es cierto, tuvo simpatías por el gobierno venezolano en unos tiempos en los que Chávez era un referente para la izquierda latinoamericana. Además, no ha sido enfático, como la derecha y la ultraderecha colombiana, en rechazar las barbaridades de Maduro. Pero en la propia práctica política Petro ha sido respetuoso de las reglas de juego de las instituciones democráticas colombianas, todo ello pese a que algunos de sus copartidarios del M-19 han sido asesinados —como Carlos Pizarro— o que desde la institucionalidad algunos funcionarios públicos hubieran torpedeado su administración, elegida por voto popular en Bogotá, como en el caso del actuar del exprocurador anulado Alejandro Ordóñez. Pocos recuerdan ya que Petro fue enfático en rechazar el accionar violento de la hoy Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, y que tuvo diferencias con el Polo Democrático al respecto. Algunos fajardistas, inclusive, aunque no usan la expresión "castrochavista" —y pese a que están en coalición con Robledo—, tildan a Petro de "izquierdista radical", aún cuando su programa de gobierno hable, no de tumbar el capitalismo, sino de reformar industrialmente el agro, diversificar la economía, proteger recursos estratégicos como el agua, u ordenar los territorios contra el cambio climático. Una de las cosas realmente radicales de Petro —y una de las razones por las cuales recibe tanta oposición— es el antiuribismo en sus derivaciones más corruptas y antidemocráticas, y que bajo el esquema de la nefasta tesis del "Estado de opinión" casi hace reelegir a Uribe una segunda vez si no fuera por el actuar de la Corte Constitucional. Pero el antiuribismo en esta variante no necesariamente riñe con la democracia, que es un campo de lucha política sin armas y bajo la protección de derechos fundamentales.
El centro político pudo haber decidido ayudar a vencer el estigma uribista contra el candidato Petro, pues su programa es ideológicamente más cercano a él que el de Duque o Vargas Lleras. Sin embargo, algunos de sus partidarios han decidido alimentar una matriz de opinión según la cual Uribe y Petro son iguales. Es el caso de Daniel Samper Ospina, quien promovió el 18 de marzo el hashtag "UribeYPetroUnanse", ya que "El estilo caudillsia (sic) y mesiánico los iguala". Es cierto que ambos políticos tienen estilos caudillistas, pero eso también tiene que ver más con las características de nuestra cultura política súbdito-parroquiana, la cual, para ser cambiada, supone reformas educativas a mediano y largo plazo. Y, dado el prontuario criminal del uribismo, la comparación es a todas luces desproporcionada. Si el temor es que Petro se perpetúe en el poder a través de una constituyente y no la reforma al proyecto societal del neoliberalismo de la Constitución de 1991, hay que mostrarlo con argumentos, no alimentar los delirantes razonamientos del uribismo. Ya pasó una vez que la ceguera del antipetrismo impidió que un candidato más moderado y constructivo como Rafael Pardo pudiera ganar las elecciones a la alcaldía de Bogotá en 2015. Esa vez, el líder de opinión Daniel Samper Ospina decidió apoyar a Peñalosa.
Pero más grave todavía es que el centro político no se ha dado cuenta de que está clavando un puñal a sí mismo. Hoy es Petro el que recibe oposición de parte de casi todos los sectores políticos, pero no se puede olvidar que el uribismo ha llegado a inocular en la mente de miles de personas que Juan Manuel Santos, un presidente liberal proveniente de la oligárquica familia Santos, es un comunista guerrillero que le entregó el país a la Farc, pese a que la votación de ésta en el Congreso no les alcanzó ni para una curul. Esta fuente de polarización se aplicará contra quien sea que amenace los intereses del uribismo, y eso no exime a la Coalición Colombia, quien cuenta con una de las investigadoras que destapó el escándalo de la parapolítica, Claudia López, ni uno de los mayores opositores del uribismo, Jorge Enrique Robledo. Ya se les olvidó que cuando Fajardo punteaba las encuestas Álvaro Uribe publicó montajes que, palabras más, palabras menos, acusaban a la Coalición Colombia de querer convertirnos en Venezuela. Otra vez el coco del castrochavismo.
Aunque la Coalición Colombia se proclamó victoriosa en las elecciones a Congreso —y tiene razones para hacerlo—, la suma de votos de la Alianza Verde y el Polo para el Senado no alcanzan ni siquiera a igualar los más de 2.800.000 que obtuvo Petro en la consulta. El escenario es peor cuando sectores del llamado centro se resignan a una situación alimentada por el uribismo, a la que, en vez criticarse, se le da rienda suelta porque beneficia a su candidato Fajardo. Ya no es posible una coalición en primera vuelta, pero los sectores alternativos no podemos perder de vista que nuestro real adversario es el uribismo y el vargasllerismo. Si no "nos damos pasito" y encontramos algún consenso, ahí sí solo queda esperar el inevitable retorno del uribismo a la Casa de Nariño, con el retroceso democrático que ello implicaría en términos del proceso de paz y de las reformas anticorrupción y de justicia social que tanto necesita este país para poder ser, realmente y no en los papeles de una constitución, un Estado social de derecho.