Como cualquiera sabe aunque no sepa sino eso, el “centro” es alfa y el omega del pensamiento político hegemónico. El remanso ideal de equilibrio y equidistancia que nos libra de las devastadoras tempestades que suelen desencadenar los extremismos. De un signo y de otro, como suelen repetir sin desmayo sus voceros más ingenuos o más entusiastas. A Pedro Sánchez sin embargo los resultados de las elecciones del pasado domingo le han convertido el centro en un infierno. En el lugar más inhóspito de la actual política española. Sánchez es nominalmente de izquierda porque si ahora mismo es presidente de gobierno es porque lo propuso para dicho cargo el Partido Socialista Obrero Español, del cual es secretario general. Pero en la práctica es un político de centro porque de ese carácter es la política con la que adelantó la breve campaña electoral que concluyó con las votaciones del domingo. A lo largo de la misma se ofreció como la alternativa equidistante entre la derecha representada por el Partido Popular, Ciudadanos y VOX y la izquierda representada por Unidas Podemos, en capacidad por lo tanto de resolver de la mejor manera posible los dos grandes problemas con los que enfrenta de inmediato España: la crisis económica internacional en ciernes y el desafío planteado por el independentismo catalán.
De hecho, durante el debate entre los cinco candidatos a la presidencia, televisado el pasado lunes 4 de noviembre, reiteró su deseo de que el voto mayoritario de los españoles le otorgara la mayoría absoluta con el fin de gobernar sin tener que depender de los apoyos de la derecha o de la izquierda. Algo que solo puede lograrse en un régimen parlamentario como el español cuando obtienes la mayoría absoluta, porque con mayoría relativa solo se puede gobernar en alianza o con el apoyo de otros partidos políticos. Pero como los españoles desoyeron su llamado y no solo no le concedieron la mayoría absoluta sino que inclusive muchos dejaron de votarle, Sánchez hoy se ve abocado a la tomar la decisión de aliarse con la derecha o con la izquierda si es que quiere ser reelegido. Una decisión muy difícil en primer lugar porque tanto el PP, como Ciudadanos y VOX se han negado hasta ahora a pactar con él, aunque al final de la partida Ciudadanos e inclusive el PP terminen haciéndolo. Eso sí al precio de cobrar la cabeza del propio Sánchez: el PP ha dejado caer que estaría dispuesto a votar por un candidato del Psoe siempre que no sea Pedro Sánchez. Incluso han sugerido el nombre de Josep Borrell, su actual ministro de relaciones exteriores.
El PP, Ciudadanos y VOX se han negado a pactar con Sánchez,
aunque al final Ciudadanos e inclusive el PP terminen haciéndolo.
Eso sí al precio de cobrar la cabeza del propio Sánchez
La decisión es difícil, en segundo lugar, porque si se alía con Unidas Podemos - que si le ha ofrecido explícitamente una alianza - solo podrá hacerlo desafiando el veto que la todo poderosa Confederación Española de Organizaciones Empresariales le ha puesto a un gobierno en el que participe UP, por temor a que este partido consiga elevar los impuestos a las grandes fortunas, derogar la reforma laboral o revertir la privatización de los bienes y los servicios públicos. A este problema, que no es menor, se añade que la suma de los votos del Psoe y de UP no basta para lograr la mayoría absoluta. Y los votos que faltan solo pueden dárselos precisamente los independistas catalanes. Esos que, a su demanda de un plebiscito sobre la independencia de Cataluña, han añadido la exigencia de una amnistía a los dirigentes políticos y a los líderes sociales republicanos e independentistas condenados hace poco a largas penas de prisión por el Tribunal Supremo. Conceder ambas demandas a cambio de sus votos le resulta a Pedro Sánchez prácticamente imposible. Y si concediera aunque solo fuera la amnistía se enfrentaría a una feroz y agotadora campaña política y mediática de los defensores de la España una, grande y libre en contra de su gobierno, que haría palidecer las que - por otros motivos evidentemente – han enfrentado Maduro, Correa o Morales. Lo dicho el centro se ha convertido para Sánchez en un infierno.