“La Mona” sale de la trocha después de haberse inyectado una dosis de heroína. Cuando sube por la colina, en el fondo se observa el lote desierto y extenso donde nadie la molesta. Es uno de los lugares preferidos por ella: rodeada de árboles, el silencio es la armonía de su paranoia.
Oriunda de Venezuela, vende manillas y bisutería en diferentes parques de Cúcuta. Desde noviembre trabaja en Colombia. En su antiguo hogar se había vuelto peligroso el consumo de droga y al no tener un trabajo estable, y recomendada por los amigos, decidió venirse a la ciudad fronteriza. “Me gano acá en un día, lo que me gano allá en una semana”, dice la joven, pero no confiesa su edad.
Se dirige al Ventura Plaza. Es un centro comercial como cualquiera pero la ventaja es que, como asegura don Marcos, vendedor informal, “acá si dejan trabajar”. Vendedores ambulantes, venezolanos, consumidores de droga, barristas y parches de la periferia de Cúcuta se reúnen en el paraíso de la mendicidad.
Al medio día cientos de clientes atraviesan el cemento ardiente. Y ubicados tácticamente, los mendigos rodean a los transeúntes. El “Flaco” es experto en el arte del teatro trágico. Resplandece en sus movimientos y mirada perdida. Algunos transeúntes, ya sea por miedo o convencidos de las penurias de este joven, les obsequian monedas. Más tarde cuando el sol se oculta, el Flaco viaja hasta el barrio Cuberos y recibe su dosis de bazuco que tanto anhela.
Para los venezolanos que rodean a los transeúntes la cuestión es más complicada ya que van bien vestidos, muchas de las personas parecen no creerles. Jerson, quién negocia ese día llaveros, pasados 3 horas no ha logrado vender. La actitud del venezolano es desafiante y sobradora. No convencen y se enojan al ver que no les compran. Se sientan letargos sobre algunos muros y, de repente se levantan y cercan a un desconocido con una sonrisa en la cara. Según ellos, creen convencer a los cucuteños con: “el llavero de luz es un inconfundible producto de excelente calidad que no lo encontrará en Colombia”.
Para la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco) la llegada de venezolanos a Cúcuta se debe a la crisis económica y social que vive el vecino país. Sumado a ello se presentan de 25 a 30 robos en un sector determinado de la zona céntrica de la ciudad. Muchos de ellos con motos de placas venezolanas, informa la Policía de Cúcuta.
Martín Manzano, director de la Fundación el Camino, asegura que la población indigente de venezolanos se ha incrementado notablemente en los últimos meses. Varios de los internos del vecino país que viven en la fundación, han tenido problemas con la justicia y el consumo de droga.
Por ejemplo, a quién llamaré Kamikaze para proteger su identidad, llegó a Cúcuta por amenazas de muerte. Fue lucero en la cárcel El Rodeo y según él, se iría a Bogotá a “cocinar”. Hasta ahora va de la fundación a la calle, de la calle a la fundación.
Llegada la tarde sigue la pasarela de transeúntes bien vestidos que se dirigen al centro comercial. La Mona, luego de haber almorzado en la Fundación el Camino, se sienta a charlar con algunos artesanos de la plaza. Ese día no quiso vender y se engomó viendo como los skaters saltan sobre el pavimento.
Marihuana, perico, animales de razas: pastor alemán, lobo siberiano, labrador (bajo un sol abrasador; pobres perritos); cueros, pipas, cerveza venezolana, pasan de mano en mano frente a los auxiliares de la policía. Es un mercado donde confluyen diferentes culturas e ideologías. No obstante para algunos colombianos la llegada de venezolanos les preocupa. “Si, es un poco molesto porque hay más competencia”, asegura una joven vendedora de globos. Aun así el cucuteño es amable y no pelea la zona, es tolerante ante la desgracia del venezolano.
En la noche el ambiente se aviva y mejora las ventas, sobre todo los fines de semana cuando llegan los parches de niños de diferentes barrios de Cúcuta. Mientras en el centro comercial, en el local de Juan Valdez, la clase alta de la ciudad se deleita con la exquisitez del sabor del café y se sienten como reyes en el alfeizar, debajo algunos niños consumen marihuana y se mofan de sus atuendos a la moda. Al mismo tiempo los vendedores venezolanos gimen en comparsa con los colombianos. La competencia es regia, pero sana. La afluencia de transeúntes es incesante. Los jóvenes pordioseros aparecen como fantasmas delante de las personas que aguardan el bus o pasean por la zona. Desaparecen tan pronto completan para su dosis de bazuco. Ángel, un vendedor de bisuterías se pega un pase rápido bajo una carpa. Bladimir, artesano, se da cuenta que su compañero de trabajo consume drogas en su espacio. Bladimir le reprocha y Ángel, en un tono suave y limpiándose la nariz, le suplica que se relaje, que no pasará nada. Acto seguido corre con una cuerdita en su mano a por una chica que pasa.
Así termina un día en uno de los lugares preferidos para practicar la mendicidad en Cúcuta.
@JuanCachastan
Nota:La foto es mía del interior del centro comercial