Una de las noticias que se ha hecho viral por estos días es la relacionada con la fiscal que se negó a recibir la denuncia o la puesta a disposición de un ciudadano que había sido encontrado en posesión de un aparato celular presuntamente robado.
Los detalles de la situación, tales como la captura, el lugar y las circunstancias, son hasta el momento desconocidos. Sin embargo, lo importante en este momento no es ni la presunta receptación ni los pormenores del procedimiento, sino la actitud de una funcionaria cuya labor es precisamente investigar los hechos antes mencionados con la mayor diligencia posible.
Pese a ello y por las razones que fueran, la mentada servidora prefirió regañar a un agente de la policía, del que tampoco sabemos nada, dándole a entender que tal situación carecía de importancia. Claro, qué va a importar la posesión de un celular robado en un país donde a diario se cometen hurtos por valores astronómicos, se usufructúan todo tipo de propiedades robadas o se cometen cualquier cantidad de actos de corrupción.
¿Por qué debería una fiscal prestar atención a algo tan fútil como una presunta posesión de un aparato ajeno? La respuesta es sencilla, porque es su deber. Sí, así de simple. Ahora bien, habrá quien piense que no hay que hacer tanto escándalo por algo como eso y sus razones tendrá, pero al hacerlo pasará por alto un hecho importante: la costumbre de pensar que existen conductas que, aunque ilegales no merecen mayor atención, enviando así un mensaje equivocado.
Al no prestar atención a la posesión de un celular robado —supongamos que esa es la situación— se corre el riesgo de repetir el comportamiento, ¿por qué habría que prestarse atención al hurto de una bicicleta, de una billetera o de un computador?, ¿por qué habría que investigar a los dueños de un local por comprar y vender mercancía de dudosa procedencia?, ¿por qué debería catear un edificio comercial lleno de locales donde se comercia sin conocer la procedencia de las mercancías?, ¿por qué investigar a un grupo de personas que sustraen cosas de las casas?, ¿por qué?
Creo que llegado a este punto el lector habrá entendido mi punto, el más caudaloso de los ríos nace de una pequeña gotera y desemboca en un anchuroso mar. Es posible que en unos días el asunto esté olvidado por la opinión pública y que este tipo de situaciones se sigan repitiendo. Lo anterior emulando la situación descrita con en la demanda de Sandalio, esa vieja canción del llano donde el campesino víctima de un hurto no solo no encontró justicia, sino que ganó una multa.
Por ello el colombiano de a pie, ante una noticia como esta, jura al igual que un llanero: “Yo ya me lo imaginaba en lo que esto iba a parar. Que el diablo venga y me escupa con monedas de metal si al perdérseme otra vaca acudo a la autoridad… que el dueño ponga la res y entre nosotros la sal”.