¿El caudillo Francisco Franco fue demócrata?

¿El caudillo Francisco Franco fue demócrata?

De acuerdo con el historiador Enrique Moradiellos antes de que Franco muriera la sociedad española ya era cívica y democrática

Por: Francisco Henao
noviembre 17, 2017
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¿El caudillo Francisco Franco fue demócrata?
Foto: AFP

Leo en el diario ABC de Madrid que el joven historiador Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961) gana premio Nacional de Historia 2017 por su Historia mínima de la Guerra Civil Española, el titular con el que encabeza la noticia es bastante capcioso y empapado en veneno. Arguye Moradiellos, basado en la autoridad que da el lucir el título de historiador, que “antes de que Franco muriera la sociedad española ya era cívica y democrática”. Por un toque con la varita mágica de Harry Potter, metamorfosea la figura del dictador Franco, en el nuevo Franco demócrata y borra de un plumazo cualquier tentación que se tenga de compararlo con el temido Stalin que azotó a su pueblo sin piedad alguna o con la frialdad con que Truman decidió casi que él solito soltar sin el menor escrúpulo dos bombas atómicas sobre población civil mientras él jugaba al golf en su Kansas City, uno de los mayores actos de barbarie en la historia de la humanidad.

Moradiellos es el típico historiador que quiere reconstruir la historia sentado cómodamente en su atelier, frente a una taza humeante de embrujador café, soñando con que de sus líneas está brotando un mundo mejor, habitable y acogedor, donde quepan los intelectuales como él. Al diablo si el asunto se entronca o no con la historia verídica. Lo único que cuenta a la hora de la verdad para él es fabular con la historia. Quizá con la idea recóndita de emular con el mago Alexandre Dumas que prestidigitaba con la historia en sus fantásticas historietas. Pero Dumas nunca se hizo pasar por historiador. Simplemente es una de las cumbres francesas de la novela, por ello está enterrado en el Panteón, donde solo descansan los gloriosos.

En la Guerra Civil de 1936, “hubo de todo en ambos bandos”, nos dice el laureado historiador. Pero hablar de ‘ambos bandos’ es una yerta metáfora que responde al soliloquio que el historiador se esmera en transmitir y su búsqueda por edulcorar uno de los períodos más sombríos de la historia de España, que se debe aceptar así, porque así ocurrió y así mismo se debe enseñar a los que van naciendo ahora, para que al final de cuentas sepan cómo construir su mismidad sabiendo que lo clásico, lo barroco, el rococó, lo dionisíaco y hasta lo brutal van de la mano por donde transite ese asunto llamado EGO. En el momento aquel, en rigor no se puede hablar de ‘dos bandos’, más preciso cabe decir que hubo un Ejército que terminó provocando un terrible genocidio: mató a más de un millón de seres españoles. Que hoy –ay- 81 años después, bastantes/muchos responsables políticos, de manera voluntariosa y torticera intentan ignorar o como pasar de puntillas por tan siniestro momento. Prefieren solazarse discutiendo el gran pasado histórico de la Corona española; otros son infatigables en detenerse, repetir y martillar cada que pueden en los “40 años de paz con Juan Carlos”. Para justificar esta impostura invocan la convivencia pacífica, o la actitud inteligente de preferir el futuro, antes que permanecer anclado en el rencor de un pasado que no aporta nada.

Yo llamaría a esto negar la realidad, lo cual se erige en un acto de cobardía y en vituperio de cualquier código de decencia, con el propósito de mantener su parcela de poder. No se trata de pedir cárcel para satisfacer el deseo de justicia a estas alturas. Quedarán hoy, si es que queda alguno, muy poquitos vivos de los que protagonizaron aquellos actos aterradores. Otra cosa serían sus efectos colaterales que sí que los debe de haber por ahí en algún rinconcito bien camuflados. Mas a nadie interesa remover las aguas, a no ser que sea un tullido que espera el milagro. Pero lo que sí debería suceder es que al menos se reconozca semejante crimen lo cual podría servir de catarsis espiritual, donde el ansia de justicia con que sueña el humillado y ofendido traiga algún tipo de alivio y reconstruya las mil partes desperdigadas con que la tragedia bélica de 1936 aplastó cada corazón que fue machacado por la maquinaria de Franco y su amplia y larga cauda de incondicionales que lo acompañaron muy bien mimetizados para no despertar sospechas, compuesta de políticos a derecha e izquierda,  civiles de alcurnia y familias de noble estirpe que clamaban venganza por el abril 14 de 1931, cuando el rey Don Alfonso XIII tuvo que abandonar para siempre España. Lo que demuestra que las fuerzas conservadoras son inmensamente poderosas, como argumenta Edith Wharton.

Hablar hoy de un Franco democrático es el resultado de un verdadero y suicida volantín dialéctico que ni siquiera roza el esperpento valleinclanesco, si consideramos a este como lo desproporcionado y que chafa cualquier sentido de lo razonable. Franco fue, profesor Moradiellos, no un ‘demócrata’ como dice usted, sino un sanguinario dictador, que enlutó a Media España. A lo mejor lo que busca el premiado historiador es cerrar las heridas de 1936 de una vez para siempre. Aunque una herida es una herida y ni siquiera se desvanece con mil pasadas por el quirófano. No es convincente usar tal calificativo así se pronuncie en tono neutro e inocuo. El historiador no debe decir por decir, y menos aún buscar con frenesí agradar y quedar bien para obtener reconocimientos y laureles que lo sabemos pronto se marchitan. Lo que el historiador de raza debe perseguir a cualquier precio es la justicia histórica, que no gusta a aquellos que el poder quita el sueño y destruye el pudor. El frenesí que posee a los que suspiran por un puesto para la posteridad es de tales dimensiones que los lleva a suprimir y castrar todo vestigio de verdad, a trapichear con la historia y a encontrar mentecatos que secunden sus torvas componendas con libros históricos llenos de disfraces y tergiversaciones donde se tapa el dolor y el mal causado. Francisco Franco, apodado ‘El Caudillo por la gracia de Dios’, así figuraba en las pesetas, bailó su vals y siempre lo hizo así, desde los comienzos hasta su muerte el 20 noviembre 1975, jamás tuvo alma para pensar que mientras él bailaba millones de españoles lloraban. Era despiadado como todo cruel dictador. Comandó un ejército golpista aplaudido y vitoreado por lo que sueñan que la Corona, la Mitra, deben reinar por siempre, y que tanto martiriza a quienes desean vivir en verdad y con algo de apacibilidad en su interior, porque la auténtica vida debe guiarse, más que por símbolos vacíos, por gozosas realidades. Ganar premios literarios a costa de transmutar la mentira en verdad es una vil ambición.

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