Reconozco que el título y contenido de mi tesis de pregrado El despido, así como mi larga pertenencia a la Asociación de Abogados Laboralistas al Servicio de los Trabajadores, me sesgan favorablemente a quienes, como se dice popularmente, son “echados del trabajo” o forzados a renunciar. Igualmente el haber sido declarado insubsistente en dos destinos públicos, frustrando el proceso de arribo a mi máximo nivel de ineficiencia en ellos, también me impide ser objetivo con uno de los casos más dramáticos de retiro de funcionarios de alto nivel en la administración Duque en plena tormenta del justísimo paro nacional iniciado a fines de abril.
No me refiero tanto a la renuncia con más pena que gloria del ministro de Hacienda, de cuyo nombre no quiero acordarme, salido por la puerta de atrás junto con su reforma antipopular en medio de la tormenta, inundado de bonos agua. Hago referencia a la renuncia de Claudia Blum al Ministerio de Relaciones Exteriores, cuya gestión fue tan gris que ni siquiera puede darse el lujo de la impopularidad que acompañará para siempre jamás a Carrasquilla. Más aún, creo que la verdadera noticia no fue la dimisión de la flamante cancillera, sino que la mayoría del país apenas vino a enterarse de que ella era la ministra cuando se anunció su salida. Más aún, al ver su foto en las primeras planas de diarios y emisiones televisivas, la mayoría creyó que se anunciaba una nueva versión de los Monster en la que el papel principal lo jugaba Morticia, versión que de hecho fue confirmada por las grandes analistas Tola y Maruja.
Pues bien, la señora Blum Capurro hizo méritos más que suficientes para seguir al frente de un ministerio en el que le faltaba muy poco para llegar a la incompetencia absoluta. De hecho, antes de comenzar su gestión se conocieron grabaciones en las que hablando con Francisco Santos, embajador ante Estados Unidos, se burlaban del entonces ministro de exteriores, Carlos Holmes Trujillo. La chismografía y el “rajar” de otros sin compasión son casi consustanciales a la colombianidad, pero llegar a un alto cargo hablando mal de un jerarca aún en funciones requiere de un talento y un sentido de oportunidad que no los tiene cualquiera.
Tan buena funcionaria fue la nueva titular de la cartera que dejó al bufón que funge de representante del país ante la potencia del norte y le permitió que contrariara todo tino diplomático al intervenir en asuntos internos de esa nación apoyando a Trump. Definitivamente así situó a Colombia en las grandes ligas de la política internacional. Qué importa que como consecuencia allá no le paren bolas a nuestro diplomático, que anda como alma en pena por los pasillos de la Secretaría de Estado implorando que el nuevo presidente, míster Biden le conceda al subpresidente colombiano, ya no una cita, sino que siquiera el conteste una llamadita. La inepitud total hubiera sido la permanencia de este personaje en el país del norte, al menos para que siguieran confundiéndolo con un pokémon los nostálgicos que aún le hacen a este juego ya pasado de moda en un tiempo en el que todo cambia aceleradamente. Pero no, un daño colateral de la salida de Claudia fue el posterior retiro de Santos, alma bendita que al menos da algo de picante a la tragicomedia de la política colombiana.
Continuando con el posicionamiento de Colombia en las cumbres, para no quedarse atrás del patrón en materia de mano dura con Rusia, la Cancillería no dudó en ver la mano de Moscú en nuestra patria y expulsó diplomáticos que estaban averiguando en Ciudad Bolívar sobre secretos industriales de las empresas colombianas en los sectores populares y que seguramente querían robarse los secretos del tamal o la mazamorra y replicar en su país las experiencias de Hidroituango, Dragacol y los puentes de la vía al Llano, entre otras. No está mal como comienzo de una mala película de espionaje, pero aún faltaba mucho para llegar a la cima de la intriga internacional, por lo que debía dejarse a la ministra siquiera dos años más para que le diera algo más de solidez a esa trama.
En lo que sí arañó la completa ineptitud fue en lo relacionado con Venezuela, tema en el que se quedó repitiendo el mantra de Guaidó como presidente legítimo y no movió un dedo para tratar de restablecer las relaciones, así fuera a nivel consular, de manera que se pudieran normalizar los asuntos cotidianos de los ciudadanos a ambos lados de la frontera. Como herencia de la gestión quedan además, abandonadas a su suerte flotante, las lanchas de la Armada colombiana que se fueron por el río Orinoco hasta la nación vecina, el año pasado en medio de la extraña Operación Gedeón que comenzó en Colombia y terminó en Venezuela con la captura de varios mercenarios gringos que pretendían reclamar la recompensa que ofrece el gobierno de Estados Unidos por Nicolás Maduro.
En fin, Duque sí que mostró ineficiencia al truncar la brillante carrera de la doctora Blum, que venía sentando importantes precedentes en la arena internacional, al punto que era segura su nominación al Premio Iso Transilvania 2021. Su tesis de que la acción de las disidencias es una muestra de incumplimiento del pacto de paz por las Farc es realmente innovadora y podría calificarse, de acuerdo a los estándares del gran gourmet de las relaciones internacionales Idi Amín como el máximum de tópicos asnales sin antecedentes en la diplomacia mundial.
En esta situación cabe aplicar las sabias palabras que se atribuyen a un famoso expresidente: “cuando recibí la conducción del país, éste estaba al borde del abismo, hoy puedo decir que hemos dado un paso adelante”.
En este cataplum, lamentablemente no solo se ha ido al carajo la doctora Blum sino también la brillante política exterior pachosantista de Duque, que parece diseñada por su Zapateiro, ¡ajuá!