Joseph Goebbels, político alemán, nazi y ministro del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda, decía con toda razón que una mentira repetida mil veces se puede convertir en una verdad. Concluía también que si esa mentira era dicha por un sujeto carismático sería aún más difícil contradecirla y si la mentira contaba además con el apoyo y la difusión de los medios de comunicación de masas, por más irracional que fuera lo difundido, entre más se repita se haría una verdad incuestionable, y si la gente lo creía su acción se inspirará en ella.
La construcción de la mentira para su mayor recepción debe ir precedida por bajas pasiones que inhiban la posibilidad del pensamiento, del debate y el raciocinio; las mejores para tal fin son: el miedo, la rabia y el odio. El miedo paraliza y crea la sensación de que la única forma de estar a salvo es con la destrucción de lo que amenaza; la rabia inspira el actuar impulsivo e irracional, y el odio imposibilita escuchar a la contraparte o tener en cuenta sus apreciaciones y niega al otro. Estas pasiones y sus resultados deben ir dirigidas al “enemigo”, que es el conjunto de personas, pensamientos o sectores de la población que por ser distintos o dudar no aceptan la imposición de la mentira.
La mentira que quiere ser verdad: el castrochavismo. Los enemigos: los que no logran convencer. El líder carismático: Uribe Vélez y su Centro Democrático. El aparato comunicacional de masas: los canales y medios informativos tradicionales del país.
Pero la mentira puede ser deliberada. Este concepto del castrochavismo no es más que apiñar arbitrariamente los apellidos Castro y Chávez, sumando el sufijo ismo, haciendo parecer al concepto como un supuesto movimiento o tendencia, con el fin de clasificar a un sector de la sociedad que se opone a la visión de país de los promotores de la farsa.
El catrochavismo no es un sistema económico definitivo o un sector político dentro del continente; Fidel Castro falleció, Hugo Chávez falleció, y ambos países en su actualidad están inmersos en complejas situaciones políticas y económicas debido a su contexto particular. Venezuela con un problema de inflación a raíz de los precios bajos del petróleo, sumado a una marcada crisis democrática y éxodo de sus nacionales. Cuba con su sistema económico basado en el turismo y la agricultura, que en los últimos años ha iniciado diálogos sobre abrirse al mercado mundial.
Ninguno de los dos países lideran movimientos políticos fuertes o amenazantes en ningún lado del mundo, ni modelos a imitar, sus problemas internos les quitan todo el tiempo, fuerzas y energías, mucho menos los gobiernos actuales de ambos países tienen posibilidades de imponer visiones en otros, pero aun siendo más profundos hay que reconocer que tampoco tienen un sistema propio, sus economías no tienen peculiaridades específicas que permitan determinar que estamos ante una visión específica y teorizada del mundo o de Latinoamérica, el pensamiento de izquierda en el mundo no sigue esos modelos, y muchos países exitosos como los nórdicos, Alemania y Rusia aún beben de ideas sociales y alternativas exitosas. Hay entre Cuba y Venezuela una amistad por compartir una visión antiimperialista y anticolonialista del mundo, pero eso no genera un movimiento político que trascienda fronteras.
El castrochavismo no existe, no existirá y nunca ha existido. No tiene sustento académico, teórico o fáctico. Se construyó por un maestro de la retórica, por un sofista que aprovechando la difícil situación de ambos países, la contradicción ideológica, propone la aversión de muchos a esas realidades actuales, busca confundir y generar pánico con la posibilidad de una situación similar para Colombia, la cual es imposible a todos luces por las particularidades económicas, sociales, geográficas, culturales y jurídicas de nuestra nación.
El discurso del castrochavismo busca engañar y confundir para que la mentira gane, busca generar el miedo, el odio y la rabia para que se actué a punta de impulsos, pero la mentira se desvanece cuando empezamos a dudar, a pensar.