El cartel de los vándalos
Opinión

El cartel de los vándalos

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septiembre 09, 2013
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“Un agente de la Policía estaba muy ahogado por el gas y no podía respirar. En ese momento se dio cuenta que yo tenía vinagre para contrarrestar los efectos y me pidió ayuda”. Éste es el testimonio de uno de los supuestos “vándalos” cuya foto aparece en el cartel difundido por la policía tras los disturbios del paro agrario. El tío de otro de los jóvenes del cartel aseguró que tiene en sus manos videos que comprueban que su sobrino tampoco estaba delinquiendo. No obstante, la foto de estos y de otros 46 jóvenes más ha rondado por todos los medios de comunicación como en las épocas del famoso ‘Se busca’ de Pablo Escobar.

La semana pasada, en Noticias Uno, el coronel Camilo Cabanas invitó a la ciudadanía a dar información de cualquiera de los famosos vándalos: “no necesitamos que nos den evidencias judiciales, simplemente que digan que la persona se llama tal y vive en tal lado”. Un método, sin duda, efectivo: la ciudadanía señala, la Policía toma nota de la información sin verificar, y el acusado demuestra su inocencia. Si no es capaz de hacerlo es porque debe ser culpable. El medio de comunicación, muy patriota, retransmitió sin alterar el mensaje oficial.

Sin embargo, ser inocente hasta que se demuestre lo contrario no es un principio gratuito. Esta cláusula está ahí precisamente porque acusar, en muchos casos, es ya condenar. “Hazte la fama, y échate a dormir”, reza el refrán popular. Y como todo refrán, habla con verdad. Aunque la justicia lo absolvió, todavía hoy varias personas se preguntan si Sigfredo López realmente era inocente. Acusar es someter de inmediato a la censura, al reproche y al castigo social.

El periodismo ciudadano —aquel en el que cualquiera, a través de la web, puede difundir información— ha sido positivo. Que la gente participe de manera activa a través de sus teléfonos móviles ha permitido que, por ejemplo, hayamos registrado la total brutalidad del 9/11. No obstante, ha incrementado la aparición de juicios ficticios que acaban, en segundos, con la reputación de personas y, al tiempo, con su presente y su futuro. Muchas veces, el acusado, ni siquiera vuelve a conseguir trabajo.

El pasado 15 de abril, tras el atentado de la maratón de Boston, circularon por el portal web reddit fotos de “sospechosos” subidas por buenos samaritanos. Se leía: “su mirada es misteriosa” o “su mochila (porque es negra) se parece a la de la bomba”. El periódico New York Post publicó en primera plana la foto de Yassine Zaim y Sulahaddin Barhoum con el título “Los hombres de la mochila”. La razón: “Eran sospechosos porque estaban corriendo”. Claro, por esto de que nadie corre después de una explosión. El New York Post nunca rectificó.

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En 2008 se rodó en México el documental Presunto culpable. Allí se cuenta la historia de José Antonio Zúñiga, un joven de 26 años, condenado a dos décadas de cárcel por un crimen que no cometió. Gracias al documental, y a la ayuda gratuita de uno de los penalistas mexicanos más reconocidos, fue absuelto. Hoy, sin embargo, el estigma de su encierro no lo abandona. A este tipo de excesos no se llega de la noche a la mañana. La opinión pública y los medios tienen que consentirlo. Y así vamos aceptando vivir en un sistema en el que no somos presuntos inocentes sino presuntos culpables.

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