El pasado lunes 20 de diciembre, en Barranquilla la noticia fue la denuncia de “El cartel de las tetas”.
El médico Gustavo Romero, presidente de la Sociedad de Pediatría del Atlántico, denunció ante los medios de comunicación locales y nacionales lo que él calificó como “El cartel de las tetas”, haciendo un “fuerte llamado a las autoridades, de manera especial al ICBF, a la Personería Distrital, a la Policía Nacional de Infancia y Adolescencia y todos los entes encargados de proteger los derechos de los niños en nuestro país, para meter en cintura a mujeres que amamantando bebés en los semáforos se acercan a los conductores que por minutos detienen sus vehículos por el cambio de luces, para pedirles dinero o regalos para sus criaturas”.
La preocupación es válida, los derechos de los niños, prevalecen por encima de cualquier circunstancia y tiene razón el eminente profesional de la medicina: el frío provocado por las fuertes brisas, la contaminación, el ruido y la exposición en la vía, ponen en riesgo la salud e incluso la vida de la criatura y hasta la de la madre, pero ¿“meter en cintura”?, ¿quiere decir, medidas coercitivas?
El Dr. Romero, para tratar de solicitar con su denuncia la intervención de la mano fuerte del Estado, va más lejos y denuncia incluso, que detrás de esta situación hay un entramado criminal de mafias que le dan estructura a este Cartel.
¿Será que el galeno en mención soporta esta denuncia en una investigación seria y respetuosa con la realidad?, porque los días subsiguientes nos dimos a la tarea de constatar, en el terreno de los hechos, cada una de las denuncias y nos encontramos con una triste realidad:
Primero que todo, un alto número de las madres contactadas, hacen parte ese ese grupo de colombianos y colombianas que han llegado (de la Guajira, de Córdoba, del sur de Bolívar, etc.) hasta estas ciudades empujadas por el fenómeno del desplazamiento interno que padecemos en nuestro país, luego de perderlo todo, hasta su arraigo, a causa de grupos armados irregulares que pareciera, cuentan con respaldo institucional.
Otro tanto son familias que por engaño, abandonaron su país para venir a Colombia en busca de mejores oportunidades. En ambos casos, la respuesta de la institucionalidad se ha quedado en promesas de buenas intenciones y al no tener opciones, para sobrevivir, se encuentran abrazando y besando lo que el Dr. Romero con acierto califica como “mendicidad”.
Me imagino que las personas de bien, que se desplazan en sus lujosos carros de alta gama, con aire acondicionado y finos ambientadores, se incomoden con que una desprotegida mujer de estas, se les acerque a tocarles el vidrio de sus carros implorando una moneda. Debe ser incómodo para ellos, por eso califican esta situación como cuadros dantescos y claro, reclamen de las autoridades competentes, su debido derecho a no contaminar su mirada.
De nuestro trabajo de campo nos quedó claro que sí existe un “cartel”, ese de los delincuentes que se hacen elegir para gobernar y terminan apropiándose de los recursos estatales, destinados para estos menesteres sociales.
Lástima que nuestros reconocidos periodistas no cumplan con su tarea profesional de investigar para luego informar; pero por mucho que tapen, la cortina de la injusticia, poco a poco irá cayendo. Mientras que esos dineros del erario, alcancen para pagar millonarios contratos para “mejorar imágenes”, no solo tendremos que ver tetas en las calles amamantando bebes (afortunadamente aún, no lo han tipificado esto como delito), sino que desde los panorámicos vidrios, por muy ahumados que los tengan, tendrán que seguir viendo el rostro de la injusticia social de un estado indolente.