Los gigantes también caen. La más reciente catástrofe urbana sucedió nada más y nada menos que en la otrora ‘Capital Mundial del Carro’: Detroit.
Luego de su declaración oficial de bancarrota la semana pasada, se empiezan aponer nerviosos algunos de nuestros políticos. Ellos han tomado las decisiones de planeación de nuestras ciudades, inspirados en esos viajes de trabajo que hacen al Norte, donde embriagados por el placer de poderse comunicar en lo que piensan que es inglés fluido (en Miami), insisten en convertir a nuestras ciudades en réplicas de Detroit.
La ‘París del Oeste’ fue un gran icono del modelo urbano gringo. Es decir, ese modelo que representa todo lo que está mal cuando se habla de ciudades sostenibles. Por ejemplo, renunciaron al transporte público (cedieron sus tranvías eléctricos a Ciudad de México en los cincuenta), y lograron vender la idea de esos bullosos lancha-carros como el gran símbolo de poder y libertad. Mientras en Holanda, los jóvenes locos bloqueaban las calles demandando ciclorrutas y prioridades para el ciclista, en Detroit protestaban porque querían una invasión de cemento vehicular.
Allá también fueron los pioneros del combo agrandado “autopistas+metástasis de los suburbios”. Le apostaron a esa combinación tóxica como ninguna otra ciudad en la historia del planeta. Por mucho tiempo les funcionó, mientras la ciudad se iba extendiendo tragándose cuanta montaña y bosque se atravesara en su camino. Pero obviamente esa inercia venenosa solo puede durar un tiempo, antes que las externalidades negativas sean imposibles de ocultar con el rico vocabulario de los “expertos”. Ojalá mis amigos del gobierno departamental de Antioquia se acuerden de esto, mientras siguen dejando que el terrible proyecto de Túnel de Oriente rompa esa montaña.
Para rematar, fue en Detroit también donde se engendró el primer monstruo del shopping. Allí nació el primer mall suburbano, de esos que se ven pequeños si se comparan con el tamaño de sus parqueaderos. Por favor no se sienta aludido, si usted es de esos que derivan su felicidad del olor a nuevo, o si todavía confunde calidad de vida con nivel de consumo. La verdad, lo único que me molesta de esta dinámica es lo siguiente: ¿para qué ir a Zara en cada ciudad que se visita, si precisamente el éxito de esos almacenes es que venden lo mismo en todas sus tiendas?
¿Qué dicen en Colombia al respecto? Poco. Ahora se nos vienen unas elecciones nacionales, y salvo Peñalosa (gran experto urbano, pero siempre mal candidato), no me imagino genuino interés en el tema, de parte de ninguno de los otros personajes en el sonajero. Mientras Santos sigue enamorado de las locomotoras mineras, su primo pone vallas con preguntas tipo Bush, con cuanta foto se le atraviesa. Ahora que lo veo con ganas de sacarle voticos al debate sobre la independencia de San Andrés, no me extrañaría ver la próxima valla con la cara de Daniel Ortega vestido de payaso.
Por el lado de los honorables padres de la patria, nuestros estimados congresistas, su estrategia en movilidad se resume con una propuesta muy original: bajar el precio de la gasolina. Parece un chiste, pero eso es lo que promueven, y como los populistas abundan en ese honorable recinto, la idea ha logrado calar en muchos votantes inocentes y estrategas maquiavélicos.
Pero bueno, estamos a tiempo. Con la debacle de Detroit, los viajes de aprendizaje de nuestros políticos cambiarán. Ahora, en vez de ir a Houston y Atlanta para aprender de transporte público, en vez de promover el desarrollo urbano de los suburbios de Los Ángeles y Detroit, se concentrarán en Madrid. No estudiarán verdaderos ejemplos a seguir como Ámsterdam, Copenhague ó Singapur, porque aceptémoslo, no es muy fácil comunicarse allá. ¿Se imaginan al homofóbico senador Gerlein discutiendo con los holandeses que son extracariñosos con sus amigos? ¿O qué tal el alcalde de Bucaramanga explicándole al gobierno de Singapur, sobre su arresto por la pelea con una vendedora de empanadas?
Además, Madrid tiene todo: un metro quebrado, suburbios abandonados, y obligatoriedad del casco para los ciclistas. Fuera de eso, es un paraíso para contratistas tipo Nule; después de todo, fueron los estimados españoles quienes nos enseñaron eso de la “viveza”, que otra gente —malintencionada— llama corrupción. Más aún, conseguir visa para la ‘madre patria’ es fácil. Pues, no es fácil para el ciudadano del común, pero si el honorable político tiene una buena conexión, es facilísimo; que viveza.
¡Ay!, cómo extrañamos a esos candidatos bizarros que cruzaban las cebras a velocidad humana (así se amarraran quesos de plástico a la cabeza). Creyentes o no, a todos nuestros políticos les recomiendo seguir el ejemplo del papa Francisco, a quien ahora le regalaron una bicicleta eléctrica de pedaleo asistido, y ya empieza a hacerle publicidad ante sus colegas de esa institución mundial.