A los ojos de muchos extraños y de algunos advenedizos parecemos como habitantes de un mundo casi que surrealista, al que solo se interpreta, comprende y conoce cuando se adentra por sus pasadizos secretos y de la mano de un chamán de la oralidad; espontáneo, alegre y sincero.
La carga de epítetos con las que se nos pretende insultar es inmensa y pesada, pero de eso no se trata en esta intención de escribiente y menos de ustedes como lectores a los que quizá un clic en la pestaña de la página sea suficiente para dar por cancelada la cantilena.
La geografía del Caribe está trazada con fronteras de alegría que demarcan el territorio con una sinuosidad femenina expuesta en el horizonte, a contraluz y entre la neblina como en los Montes de María, la Sierra Nevada, la serranía del Perijá o el Nudo de Paramillo. De esos mojones que la naturaleza nos dotó está hecha nuestra manera de concebir el mundo, llegamos hasta las cumbres y la nieve, pero somos calientes en el pensar y el actuar con cada átomo de humanidad asomado al sol de todos los días.
El goce Caribe con los que el RH sanguíneo se nutre está disgregado mágicamente en el aire, o es el mismo aire que se mueve con cada una de nuestra presencia extendida por la región. Región que un día es carnaval, al otro día trabajo. Un día es fiesta pagana, luego es recogimiento sereno para darle tiempo al tiempo y que cada cosa trae su afán. Un día es resistencia, a la mañana siguiente se rebela contra lo perverso y decide recomponer el orden para impedir que nos estorben la contemplación del mar en su indeciso vaivén de hamaca.
Heredamos todas las alegrías viajeras que se posaron por estas tierras desde los primeros tiempos, desde mucho antes que los europeos y africanos complementaran la esencia que somos ahora: como la historia de la alegría la escribieron los vencedores, la tristeza del choque se enterró en el olvido y bajo palas de tierras incontables. Ahora son sólo fantasmas que vienen con vientos de guerras prestadas y que de vez en cuando hieren la piel del alma Caribe y nos recuerdan lo frágiles que somos en medio de la ventisca de un país que no se entiende y no nos entiende.
Cada vez que un Caribe respira y suspira es toda su esencia humana la que brota. No hacemos las cosas a medias o con hipocresía posmoderna: el artilugio gramatical de corronchos es asumido desde lo prístino y sincero. A veces somos ingenuos frente al mundo cruel y moderno que nos pretende dominar, porque concebimos la vida desde la solidaridad y el compadrazgo que refunda comunidad y pueblo.
Por eso los cantos que entonamos no son la manifestación de la alegría sino la alegría misma que va en cada música con alas que sale del campesino gaitero, el músico de banda rural tradicional, el tamborero riano, el champetero urbano, el vallenato auténtico de juglaría o el brincador y gritón de la nueva ola que posa de artista pop porque usa celulares de alta gama y tiene cuenta en todas las redes sociales. Es nuestro sustrato y de esa manera vivimos la condición de calentanos a los que les suda demasiada fe en la humanidad.
Insistir en lo Caribe es también un grito a la Nación de que estamos vivos y somos parte activa de las cosas que ocurren en el resto del país. Que no sólo nos cuenten cuando para salvar presidencias se trata, tampoco para reivindicar los triunfos en cualquier pendejada que cohesione a lo superfluo de nacionalidad que tenemos o que sea producto de la doble vencida que el boxeador que posa de champion haya tenido que hacer: primero vencer a su primer contrincante, la pobreza, después al oponente en el cuadrilátero.
Aquí en el Caribe de nuestras vísceras, frente al mar de testigo y juez, invocamos a los vientos de autonomía regional para que nos refresque el rostro y de una vez, demos la verdadera pelea aplazada frente a la Nación: no se trata de largarnos para otra parte, tampoco de quemar banderas tricolores y untarnos con su ceniza variopinta, se trata de acudir a la sensatez y exigir a cada uno de los próximos gobernantes, la unidad en torno a los criterios de región y de regionalización que nos merecemos.
Coda: las esperanzas de tener un presidente para la Nación desde el Caribe se esfuman demasiado rápido y diría que son más estables las espumas marinas que las propuestas en torno a tomar en serio una nominación. ¿Por qué nos negamos ese derecho?