Hay un viejo refrán que reza, “No es tan bravo el león como lo pintan”, haciendo referencia a los lugares comunes que crean las apariencias, y que logran engañar y erigir imágenes o conceptos temerosos de cosas que no representan la realidad.
Precisamente ese ha sido el común denominador fundado sobre el Caquetá, un departamento golpeado por el conflicto armado y la desidia estatal desde tiempos inmemoriales. Esta región, al ser un territorio con presencia histórica de la insurgencia, ha creado sobre su imagen un ambiente obscuro donde los medios han hecho una descripción más o menos parecida al infierno Dantesco, donde reina el caos, la desesperanza y la tristeza.
Debo decir que no ha sido fortuita mi presencia en este grandioso territorio, hace un mes cuando acepté el reto de ingresar al programa Manos a la Paz del Ministerio del Postconflicto y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo-PNUD. Quizás padecía de los mismos preconceptos y temores de venir a trabajar en una región donde al ojo de la gente, la sociedad caqueteña aún usa taparrabos, donde todo es una selva, donde la mayoría son guerrilleros y por lo general se escuchan estallidos y bombas por doquier.
Primero debo aclarar que rechazo tajantemente la mirada “civilizatoria” de quienes creen que es un agravio mantener tradiciones culturales de los pueblos indígenas, o un entorno que prioriza el medio ambiente natural, por encima de grandes construcciones o edificaciones que acaban la vida. Segundo, que una de las tareas de venir a interactuar desde un territorio como este es también ser un canal para contar la realidad y que, como diría el poeta español Antonio Machado “la verdad es lo que es, y sigue siendo verdad aunque se piense al revés”.
No tengo la menor duda que aunque en el resto del país se siga pensando lo anteriormente mencionado, aquí en el Caquetá la realidad es otra y hay que empezar a cambiar los imaginarios y percepciones para construir la verdad y devolver a este pueblo maravilloso la dignidad y altura que le pertenecen.
Por esa vía he ido conociendo esta joya de la naturaleza amazónica que brinda paisajes y experiencias inolvidables. Una de esas experiencias es el trabajo que he venido realizando con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en el área de gobernabilidad democrática y en algunos casos el área de paz. Ha sido imprescindible reflexionar posterior a cada encuentro y visita que hago a los municipios, por un lado para contemplar la riqueza humana de los pobladores y por el esfuerzo que hacen los mandatarios en territorios donde la violencia les ha quitado todo, donde la historia se detuvo a contemplar un conflicto del que no son culpables y donde ponen a todos sus dolientes como víctimas.
Cada sonrisa, cada anhelo y cada posibilidad de resarcir los daños que ha dejado la barbarie son una eventualidad más para mostrar la calidez y humanismo que encierran los caqueteños, a pesar de las secuelas y del dolor que llevan en cada procesión son personas que no se rinden y trabajan por sacar su región adelante. En esa tarea, el PNUD se ha convertido en un actor relevante que ha venido apoyando procesos para la reconstrucción del tejido social, y en ese propósito hemos sido nosotros un instrumento para apoyar y llevar a feliz puerto estos objetivos, desde el apoyo de iniciativas de perdón y reconciliación, procesos productivos y gobernabilidad democrática para la paz hasta ejercicios de inclusión, equidad de género y protección del medio ambiente.
Sin duda, esta ha sido una experiencia maravillosa que ha desatado sentimientos y pensamientos que solo me remiten a entender que el Caquetá no es como lo pintan; que esta región lucha a diario para que se pueda construir la paz, para que por fin se empiecen a girar las miradas hacía sus habitantes y las miles de necesidades que aquejan su territorio. La paz será la victoria más grande de este pueblo digno, que se levanta ante los prejuicios de una Colombia indiferente pero que no se rinde en la tarea de mostrar su potencialidad, su paisaje y los anhelo de miles de habitantes que dicen que el Caquetá es una perla y un regalo de la naturaleza para Colombia.
Por mi parte, sigo en esta ruta de aprendizaje permanente aportando desde lo poco que sé, sorprendiéndome a diario, conociendo y adaptándome a las dinámicas que aquí se manejan. No tengo la menor duda de que una vez terminada esta tarea, las nostalgias y los afectos construidos serán el mejor resultado de mi vivencia y que las contribuciones hechas serán la huella de un proceso transformador como este. Para el Caquetá vienen cosas muy grandes y depende solo de la voluntad política y del deseo de cambiar las condiciones de sus pobladores que se haga realidad un departamento pintado de alegría, desarrollo, equidad y paz para todos.
@camiloprieto