Por supuesto que un matón como el que pinta esta serie de Nuestra Tele, tiene que ser un tipo malo, que mata y tortura, pero no me refiero a ese aspecto de todo asesino, sino a la serie en si misma que no solo calca las historias anteriores en un abuso repetitivo del género narco, sino que tiene un pésimo libreto, malas actuaciones y peor trasfondo ideológico.
Empecemos por el libreto, lleno de lugares comunes, estereotipos de mafiosos y diálogos insulsos en los que se intercalan sentencias filosóficas de Pedro Pablo León Jaramillo que pretende actuar de conciencia ética de su cuadrilla mientras hace todo tipo de fechorías.
Las frases que salen de la boca de Marlon Moreno, encarnando por tercera vez al Capo son lo más parecido a píldoras de autoayuda, aforismos “profundos” como aquella que asegura que “lo que no te mata, te hace más fuerte” o, la otra que sentencia “si la reinserción no funciona no es por los malos, es por la prevención y los prejuicios de los buenos”. Así entre frases que le deben parecer geniales al libretista se busca armar una personalidad compleja, dura y tierna, bestial y generosa, un bandido íntegro que no convence a nadie, ni al propio actor.
La historia sobre la legalización de la droga gracias a la altruista acción del exmafioso que al salir de la cárcel decide regalar cocaína por todo el mundo para que se desplomen los precios, se quiebren las mafias y disminuya la violencia relacionada con la prohibición, tiene tan poca credibilidad como si contáramos que Osama Bin Laden murió intentando convencer a sus fanáticos seguidores de convertir las mezquitas en centros comerciales. Pero no es creíble por lo absurda, sino por lo mal construida y peor narrada.
El Capo III está lleno de personajes estereotipados, encarnados en actuaciones lamentables donde el manejo de la voz es absolutamente risible. Los grandes malos de la serie hablan como si estuvieran imitando a Marlon Brando en El Padrino, roncos y entre susurros. La organización a la que ataca con entusiasmos el Capo tiene el nada original nombre de “la mano invisible” y las mujeres que rodean al heroico mafioso se comportan todas igual, sin matices, amazonas domesticadas por la mirada profunda de Pedro Pablo. La que cae en sus manos se enamora perdidamente de él y lo convierte en su héroe y su ideal amatorio.
El trasfondo ideológico está lleno de buenas intenciones que para el caso resultan inútiles. Nadie en su sano juicio va a jugársela por la propuesta de legalización que hace la serie. Es cierto que el narcotráfico se alimenta precisamente de ser un delito. También que la legalización solo será posible cuando la comunidad internacional se convenza de la inutilidad de la prohibición. De la misma manera es verdad que la ilegalidad hace que al problema del consumo y de la dependencia de las drogas se les sume otros problemas que no existirían si no fuera el tráficoun delito. Nadie puede negar que las mafias se aprovechan de todo esto, crecen y se fortalecen gracias a los astronómicos recursos que reciben del negocio.
Con ese trasfondo ideológico no tengo ningún problema, pero sí con lo que se plantea allí, de que serán los malos los que algún día se cansen de delinquir y utilicen toda su estructura mafiosa para convencer al mundo de la necesidad de legalizar la droga. Ese planteamiento eleva moralmente a los delincuentes, como al que se encarna en el Capo III, a la altura de grandes estadistas.
Con esta producción, un tanto desesperada del Canal RCN, se tiene la sensación de que el género se agotó, llegó al punto de una caricatura, como le pasó en su momento a los Robocoop, los Shwazengers, los Indiana Jones. Cuando no se puede mejorar algo, es preferible saltar a otra cosa. Eso no lo entendieron en el Capo III que de paso está enterrando a buenos actores en papeles mediocres. Por favor no más capos o capitos, sino ¡Caput!
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