Los que lo conocen dicen que tiene una foto de Al Pacino en un costado de su biblioteca a la que le habla y le reza como si se tratara de un Dios. Todavía, cada vez que el director Gustavo Bolívar le indica que por un momento debe dejar de ser él para convertirse en un mafioso, su último pensamiento antes de entrar en trance es para el hombre de los ojos huecos.
A Marlon, como su tocayo Brando, la actuación le duele. Y ese dolor le ha agravado su natural mal carácter hasta el punto de que hoy, a pesar de su innegable talento, muchos actores no desean trabajar con él. Celoso de su privacidad, voluble, como sucede con muchos músicos no se necesita ser un tipo brillante para ser un gran actor. Todo histrión tiene su grado de locura y todo genio su lado tonto.
Y Marlon Moreno es un poco todas esas cosas. Infatigable, obsesivo, jamás dudó en que la actuación era su sino y eso le ayudó tener la suficiente valentía como para arrojarse al vacío. Taxista, mensajero y fotocopiador, hizo todo lo posible para costearse su educación en Monterrey y París, todo para alcanzar el sueño de ser el actor que hoy es.
Nunca le interesó ser una estrellita más, una cara linda que gana realities. Igual él pertenece a una generación en dónde el principal requisito que se tenía para llegar a un protagónico era ser un buen actor. Hizo fila, esperó y lo logró. Sin embargo el éxito le ha hecho olvidar que tiene una deuda pendiente con él mismo.
Hace siete años, cuando Pedro León Jaramillo lo convirtió en uno de los hombres más deseados de Colombia y a su rostro en el símbolo de las narco-novelas, Marlon Moreno dijo que interpretar al Capo había sido una experiencia amarga y que ante la inminencia de una secuela respondería a las ofertas, por más jugosas que fueran, con un rotundo no. Lo suyo era el cine y ayudar a crear una cinematografía nacional. Hablaba de abandonar para siempre la televisión y parecía que esto iba a ser así cuando decidió estar nueve meses alejado del mundanal ruido, de “Esa Mátrix a la que yo llamo realidad” como pomposamente le dijo en una reciente entrevista a Jaime Bayly. Pensábamos que hablaba en serio, que se había resguardado para hacer su papel consagratorio en el cine colombiano, el que nos iba a hacer olvidar para siempre al recordado Frank Ramírez. Pero que va… nada de esto sucedió. Lo que hacía Marlon era preparar al insípido y olvidable Juan Felipe Becerra, su personaje en la secuela de A corazón abierto.
Después, olvidando todas sus promesas, sus reparos, sus propias palabras, volvió a interpretar no una sino dos veces más al delincuente más querido por todos los colombianos después de Pablo Escobar.
Si Marlon Moreno aceptó la tentación de recibir más de 100 millones de pesos mensuales a cambio de encasillarse en el papel del mafioso sexy, el bad boy medio criminal pero a la vez consecuente, leal y deseable con el que le ha robado el raiting a Caracol, un logro que hace años no conseguía a RCN, lo hizo porque quería por fin tener la independencia económica para actuar en los filmes que a él se le dieran la gana. Trabajos independientes, de alto calibre artístico.
Y entonces vimos Entresábanas, bodrio inobjetable del matusalénico Gustavo Nieto Roa, Soñar no cuesta nada un despilfarro de dinero e historia en dónde nuestro Pacino criollo empieza a repetir los mismos gestos y las mismas caras de anteriores interpretaciones y la impresentable, pretenciosa y esperpéntica Secreto de confesión en donde encarna, cómo no, a un mafioso que se jura muy inteligente y filosófico sólo porque repite frases sacadas de un libro de Walter Riso.
Nos quedamos esperando el papel consagratorio, el que lo pondría de una vez y para siempre en el panteón del cine nacional. Lejos de abjurar del personaje que lo volvió millonario, como lo hacía a finales de la década pasada, ahora se muestra muy agradecido con él y hasta dice que ha aprendido muchas cosas, cómo por ejemplo que un mafioso no es un criminal sino un rebelde que para conseguir todo lo que desea desafía al sistema y toma el camino de los guerreros.
Entre las innumerables víctimas que cuenta Pedro León Jaramillo la más llorada y sentida es Marlon Moreno, el hombre que alguna vez supo ser un gran actor y que ahora, al parecer, ha sido devorado por El Capo.