Mucho se habla sobre el fracaso del socialismo y el comunismo, y de cómo estos modelos como posturas político-económicas llevan a las sociedades a pasar por situaciones de dependencia, hambre y en muchos de los casos a la pérdida de libertades. Cuando se nos bombardea en nuestras pantallas con información que habla de fracasos como el del régimen de Venezuela tales postulados cobran casi que un tinte de verdad irrefutable, mostrándonos al capitalismo como la única forma posible de traer justicia, desarrollo y libertad para el individuo y la sociedad en su conjunto. Lo anterior al punto de que libertad y capitalismo son presentados y acogidos por muchos como conceptos análogos.
Pero qué tal si variamos un poco las cosas y analizamos las distorsiones que provoca el capitalismo en una forma desapasionada, contando únicamente con los hechos como herramienta esclarecedora de la verdad.
Para analizar y entender al capitalismo la forma más sencilla (pero tal vez la más verdadera) sea tomar su significado como término, que no es otro que “la prevalencia del capital”. Y al entenderlo así, en su sentido más simple y puro, tal vez podamos explicar muchas cosas que ocurren alrededor del desarrollo económico de las naciones, pero muy especialmente dilucidar la forma en la que actúan las corporaciones y grandes multinacionales.
De esta forma, si hablamos de prevalencia del capital estamos queriendo decir en otras palabras que la generación de utilidades está por encima de cualquier otra consideración, sean estas de tipo humano, ético, moral o ambiental, solo poniendo como límite la legalidad. Esto en un escenario ideal, puesto que todos los días, a toda hora, la ley es violada en pos de la acumulación de dividendos. Sin embargo, planteemos el escenario en la forma más benigna posible y digamos que la legalidad es un verdadero limitante.
Al entender así nuestro objeto de estudio pronto nos damos cuenta de que libertad y capitalismo distan mucho de ser conceptos complementarios, sino que, por el contrario, la verdadera libertad individual riñe con varios principios fundamentales de la ideología capitalista. ¿Creen que exagero? Vamos a los hechos.
Durante el auge del capitalismo industrial, a finales del siglo XIX, los titanes de la industria imponían a los trabajadores jornadas laborales de entre 12 y 16 horas en condiciones totalmente insalubres e inseguras. De hecho, muchos morían desarrollando tareas en fundiciones, fábricas de herramientas, industria petrolera y otras. Los salarios eran de mera subsistencia, a duras penas. Todo esto bajo la tesis de aumentar la producción reduciendo costos, al tiempo que se instauró otra que decía que para evitar que los obreros adquirieran vicios como el del juego y el alcohol lo mejor era pagar un salario que a duras penas les permitiera reponer fuerzas para la siguiente jornada.
Luego de esto llegó el fordismo que estandarizó las jornadas de trabajo y el tipo de labores a realizar, se creó la línea de producción y hubo cambios que redundaron en una mejora de las condiciones laborales, pero siempre teniendo como mira el incremento de la eficiencia en el proceso productivo.
Después, igualmente los gobiernos, sobre todo en los países desarrollados, se dieron cuenta que al tener un ejército de trabajadores miserables y enfermos no podría generarse una economía realmente activa, ya que las grandes mayorías no disponían de recursos para adquirir los bienes que se producían, por lo que se impulsaron mejoras en salubridad y salarios. Probando esto que mejor que un ejército de miserables es mejor tener un ejército de consumidores, y fue de este modo como nació la clase media.
Hasta este punto el lector dirá, ¿pero qué hay de malo en impulsar el desarrollo, si en sí mismo este no tiene nada de malo? El problema radica precisamente en la médula capitalista que estamos tratando de analizar y la cual no podemos perder de vista: la prevalencia del capital y la búsqueda de lucro sobre cualquier otra consideración. En ocasiones esa búsqueda de lucro (como en el caso del fordismo) trae algunos beneficios para la población, pero en otras trae distorsiones que son francamente perversas. A continuación algunos ejemplos:
A inicios del siglo XX el inventor y visionario croata Nikola Tesla planteó la idea de llevar corriente a los hogares por vía aérea usando una antena receptora que estaría dispuesta en cada hogar, ahorrando millones de dólares en costos de instalación y materiales. Entonces los empresarios del cobre se pusieron de acuerdo para cortar todo apoyo a sus investigaciones boicoteando el proyecto. No contentos con esto dañaron la reputación de Tesla haciéndolo pasar por un charlatán excéntrico hasta que este terminó muriendo en el total olvido en 1943 sin cambiar esa reputación. Esto a pesar de que a este charlatán le debemos ni más ni menos que la corriente alterna y la radio, entre otros. Solo ha sido hasta años recientes en los que la visión de Tesla ha sido apreciada.
Ahora otros argumentarán que así era como funcionaba la ética empresarial y el capitalismo hace 100 años, pero que ahora las cosas son diferentes.
Eugene Malov, Stanley Meyer y Paul Pantone eran investigadores en el campo de la energía renovable, que desde los años 70 creaban motores y dispositivos que funcionaban sin combustibles fósiles. Los dos primeros fueron asesinados, y el último fue declarado loco por un tribunal y sentenciado a recibir un tratamiento de drogas psicotrópicas, que casi acaban con su cordura (incluso le sacaron los dientes para que supuestamente no se hiciera daño), y choques eléctricos. Esto fue así hasta su liberación en el 2009.
Pero acaso ¿es el energético el único campo en el que los intereses económicos de unos pocos impiden el desarrollo de tecnologías que podrían contribuir a mejorar la vida en este planeta? ¡Claro que no!
La industria farmacéutica es un claro ejemplo de las distorsiones que causa el capitalismo. Los gigantes de esta industria invierten sumas de dinero ínfimas en investigación y desarrollo de curas para enfermedades como el Sida, cáncer, diabetes y muchas otras, con relación a las ganancias que obtienen. ¿Por qué? Porque prefieren producir paliativos para dichas enfermedades que apenas controlan los síntomas sin generar una cura total de la enfermedad, ya que resulta mucho más rentable tener a las personas atadas de por vida a un medicamento de alto costo que suministrar una sola o pocas dosis de una droga que cure totalmente determinada enfermedad.
Y así podríamos hacer un repaso por industrias como la alimentaria, agroquímica, la de la moda, la electrónica, la construcción y otras, en donde si con colocar algún aditivo químico en su producción o materias primas se pueden aumentar las ganancias, esto se hace sin detenerse a pensar en las consecuencias humanas o ambientales de dichas prácticas. Y si hablamos de la economía extractivista (minería y petróleo) la cosa se pone aún peor.
No podemos completar este escueto análisis sin pasar por un sector crucial: ¡el bancario! Se supone que los bancos tienen una función social, la cual consiste en distribuir la riqueza en la sociedad mediante créditos a bajo o nulo interés para que las personas del común puedan emprender sus proyectos productivos o se puedan embarcar en la creación de pequeñas empresas que al final redunden en un aumento del bienestar de la población general.
Sin embargo, como estamos inmersos en el paradigma de la generación de ganancias a toda costa, los bancos se han convertido en entes que prestan dinero que realmente no tienen (solo escriben la cantidad en un tablero) a altísimas tasas, únicamente a quien prueba no necesitarlo. Y luego si esta persona se atrasa en los pagos van por sus bienes, estos sí reales y tangibles, para de esta manera seguir enriqueciendo sus arcas mientras generan más inequidad. Como el mito dice que cumplen con la función social antes descrita, si estos entran en una crisis debido a manejos muchas veces inescrupulosos son los Estados los que deben entrar a rescatarlos con ingentes inyecciones de capital, que jamás pondrían en ningún otro sector de la economía.
Así llega pues el momento de analizar el papel de los estados en todo este maremágnum. Antes dijimos que la legalidad sería una limitante, y si bien es cierto que existen leyes que protegen a los consumidores de ciertas prácticas insanas también es cierto que el lobby empresarial en los parlamentos (lobby que es casi imposible de hacer por los ciudadanos de a pie) hace que la legislación termine por beneficiar y proteger a los grandes conglomerados económicos, en lugar de cumplir con su razón de ser que es proteger al ciudadano.
Entonces cuando tenemos un estado arrodillado a los intereses de las corporaciones, donde los funcionarios usan al uno como trampolín para pasar a los otros, las leyes se hacen tan laxas que las empresas pueden actuar inescrupulosamente sin violarlas. En Colombia, por ejemplo, ha sido imposible que la ley obligue a las empresas de materiales para la construcción a cesar en el uso del asbesto, componente comprobadamente cancerígeno.
Otra de las nefastas consecuencias que trae el avance del capitalismo es la inmensa desigualdad que se acentúa cuanto más se profundizan sus políticas en las naciones (neo-liberalismo). Tan es así que en la actualidad hemos construido un mundo en el que 25 familias controlan más de ¼ de la riqueza mundial y donde el capital de las principales empresas supera ampliamente el PIB de muchas naciones.
Pero ¿acaso logran esto porque son muy inteligentes? ¡No! Lo hacen por que juegan con un conjunto de reglas que no aplican para el resto de los mortales. El tablero está diseñado para que ganen, ya que cuando digo que el capitalismo ha fracasado me refiero a la forma en la que nos fue vendido el modelo, pero si su verdadera finalidad era crear una élite rapaz que terminara por controlarlo todo, produciendo hordas de trabajadores dóciles y consumidores compulsivos, entonces ha sido tremendamente exitoso.
Así las cosas, tras este breve repaso a algunas de las perversidades que provoca la prevalencia del capital o capitalismo en la sociedad moderna nos damos cuenta de una verdad y es que la faz del mundo sería otra con rayos de luz llegando a cada hogar, con energías limpias totalmente masificadas desde hace mucho, con curas para la mayoría de enfermedades, con individuos capaces de tomarse el tiempo para cuestionar y disfrutar de la vida, un mundo sin la miseria e inequidad que hoy asfixian y esclavizan a la humanidad.
Es entonces cuando por fin abrimos los ojos a la verdad y vemos que si en el desarrollo de la sociedad consideraciones como las de tipo humano ético o ambiental hubieran prevalecido sobre la simple generación de lucro si nos hubiéramos dado cuenta de que el dinero y de hecho toda la economía no son más que un constructo humano artificioso, y que lo realmente importante es cómo administramos los recursos que tenemos de manera justa y sustentable para todos. Si en algún punto nos hubiéramos embarcado en la creación un sistema distinto al que podríamos llamar “progresismo humanista”, tal vez no habríamos continuado por este camino, que no lleva a otra cosa que a la destrucción de la raza humana y la del planeta entero en la búsqueda incesante de algo que en realidad no tiene ningún valor, dándonos cuenta de una vez por todas que el capitalismo ha fracasado.