No entiende uno la vocación por el dinero fácil de nuestras élites y candidatos cuando se trata de conseguirlo sin más explicaciones que a costa de nuestras riquezas naturales y la destrucción del medio ambiente. Quizás la única ventaja comparativa con que contamos para enfrentar la incertidumbre que nos generan episodios ineludibles como el cambio climático y el complicado crecimiento del capitalismo.
Basta convocarlos para que expongan sus ideas ante los gerentes y empresas dedicadas a estas actividades, por naturaleza destructoras, para que sus antenitas de vinilo activen sus más recónditas habilidades para ofrecerle el oro y el moro a los sedientos auditorios que continúan buscando gabelas en estos pueblos subdesarrollados.
Ni cortos ni perezosos acudieron los representantes de la derecha hasta su exponente más tieso y majo. Marta Lucía Ramírez, no se sabe por qué razón salvó la boleta, pero al menos advirtió en una declaración que el fracking necesitaba estudios y reglamentación, antes de aplicarlo; el del Centro Democrático, Iván Duque, fiel a los métodos de su jefe resolvió el problema con el redomado principio de que toda explotación minera será una realidad mientras les enviaran a los retrecheros pobladores que se han opuesto a la minería las regalías adelantadas, y Vargas Lleras, que no se podía quedar atrás ante auditorio tan selecto, expectó que el fracking no tenía problema, que había que reglamentarlo rapidito para sacar todo el petróleo y gas que allí se encuentren.
Ninguna consideración ecológica y menos de respeto a la dignidad de las comunidades campesinas y regionales, y para dejarlo claro advirtieron que la dueña del subsuelo donde se encuentran las riquezas minerales es la nación y no los entes territoriales.
Excluyendo, por supuesto, dentro del concepto de nación uno de sus pilares básicos como es la sociedad humana que la funda, para sacarla de taquito y dejar que por ella piensen, actúen y negocien las élites de la capital, que se resumen en el presidente y las todopoderosas compañías que con la biblia del capitalismo salvaje en mano le indicarán para dónde van, a lo que el mandatario asentirá con amabilidad.
Al Congreso le basta para pelechar la mermelada que le suministren desde el Ejecutivo, y a la Corte Constitucional, que hace rato dejó de ser admirable salvando al país hasta donde fue posible de lo que el mercado y sus adictos se propusieron destruir, de no seguir por el camino de la claudicación y el consentimiento con el modelo económico y político reinante que a buena hora recuperó, ya estará a mano su reforma a través de la Constituyente.
Ningún balance sobre lo que nos ha dejado un modelo económico intocable que antes que desarrollo nos ha colocado, con el crecimiento vegetativo de la población, en una sin salida donde ni siquiera el empleo de los jóvenes está garantizado. Menos afrontar las duras realidades de la destrucción de ecosistemas a que nos obliga un sistema depredador por antonomasia y tampoco una reflexión sobre la necesaria conversión ecológica a que nos comprometimos en COP21 y sobre la naturaleza del desarrollo sostenible.
Basta ser presidente de Colombia, como si dicha dignidad no fuera, para quienes desde fuera y desde dentro continúan abusando del país, sinónimo de indignidad.