La ansiada paz total del presidente Petro va camino a convertirse en una nueva frustración para el país. Por una suma de factores, el primero de los cuales es el mismo que está llevando al traste la mayoría de iniciativas de este gobierno: el complejo de Adán.
Y es que Petro cree que está en el primer día de la creación: nada de lo que se hizo antes del 7 de agosto de 2022 existe o es útil. Así pasa con las reformas a la salud, laboral y de pensiones. Y con la paz total.
Petro no ha querido echarle un repaso a la multiplicidad de procesos de paz que se han adelantado en este país. La mayoría con mal resultado. Cualquier gobernante sensato tendría en cuenta esas experiencias para no repetir los errores que entonces se cometieron. Pero cada vez es más claro que Petro no es un gobernante sensato.
Por ejemplo, el presidente obtendría valiosas lecciones si estudiara a fondo el proceso de paz del Caguán. El primer error que cometió el entonces presidente Andrés Pastrana fue arrancar unos diálogos de paz con unas Farc envalentonadas, triunfantes, que se daban el lujo de tomarse, y permanecer varios días en ella, una capital de departamento (Mitú).
Si el proceso de Juan Manuel Santos tuvo algún resultado fue porque cuando lo inició, las Farc estaban duramente golpeadas: sus principales cabecillas como Joaquín Reyes, el Mono Jojoy y Alfonso Cano habían sido abatidos y la política de Seguridad Democrática de Álvaro Uribe las había menguado de forma considerable. Primera lección no aprendida por Petro: para negociar con la insurgencia, primero hay que debilitarla militarmente.
El segundo error de Petro, que también lo cometió Pastrana, fue hipotecar su gobierno a la política de paz. Cuando la principal apuesta de un gobierno es la paz, queda secuestrado por esa iniciativa, es decir, no se puede dar el lujo de que fracase, porque implicaría el fracaso de su gestión. Lo que suele ser aprovechado por los violentos para obtener todo tipo de concesiones.
La tercera equivocación está amarrada a la anterior. Lo ocurrido en el Caguán y lo que pasó en el gobierno de Santos dejó muy en claro que los ceses al fuego hay que declararlos cuando las negociaciones están avanzadas y no al principio. Lo que ocurre cuando se decretan al inicio de los diálogos es que la Fuerza Pública queda amarrada, lo que aprovechan los alzados en armas para fortalecerse y para ampliar su dominio territorial. Tal como está ocurriendo ahora.
Y la cuarta equivocación cometida por Petro es pretender negociar con todos los grupos al mismo tiempo. La experiencia demuestra que lo prudente es dialogar con uno a la vez y cuando se llegue a un acuerdo con el primero se arranca a negociar con el segundo.
En fin, Petro ha repetido todas las equivocaciones cometidas en los procesos pasados, y otras más, dentro de su mesiánico sueño de alcanzar la paz total.
Petro ha repetido todas las equivocaciones cometidas en los procesos pasados, y otras más, dentro de su mesiánico sueño de alcanzar la paz total
Lo más grave es que ni siquiera teniendo en cuenta esos errores y haciendo las cosas de forma coherente hay garantía de éxito. Lo ocurrido con la paz de Santos lo demuestra.
En ese caso se logró firmar un acuerdo y se desmovilizaron miles de guerrilleros. Pero la paz no llegó. No porque el gobierno de Iván Duque se hubiera dedicado a boicotear ese acuerdo, sino porque el narcotráfico, combustible que alimenta el conflicto colombiano, sigue vivo. Y mientras ese negocio sea tan rentable, siempre habrá quien se le mida a entrar en él.
Al final, el acuerdo de Santos sirvió para que los viejos guerrilleros, Timochenko, Catatumbo, Paris, Alape y compañía, lograran una apacible jubilación. Porque los ‘coroneles’ de la guerrilla, El Paisa, Iván Mordisco, Gentil Duarte, se devolvieron al monte a seguir facturando por cuenta del tráfico de drogas.
Esa es la tragedia del país. Cuando las Farc y el ELN tenían motivaciones políticas y buscaban tomarse el poder, los procesos de paz tenían un sentido: que abandonaran las armas para buscar ese poder por la vía de los votos. De hecho eso ya lo lograron y la mejor muestra de ello es que el presidente de Colombia es un exguerrillero. O sea que desde el punto de vista político la lucha armada no tiene sentido.
Pero esos bandidos mercachifes que son hoy todos los alzados en armas no tienen la menor motivación para dejarlas. Ningún negocio les va a reportar las ganancias que les dejan las actividades ilícitas. Porque para desgracia nuestra ni siquiera el fin del narcotráfico garantiza que la violencia en Colombia acabe. Esas agrupaciones ilegales ya se están diversificando y buscando nuevas ( y viejas) fuentes de financiación como la minería ilegal y el secuestro (que este año ha aumentado en un 70 %).
En fin, es claro que con la cadena de errores que ha cometido Petro, su paz total no va para ningún lado. Pero lo peor de todo es que el gobierno en su inmensa candidez lo que está haciendo es alimentar al monstruo. Y al final lo que va a lograr es que la violencia se vuelva incontrolable y que volvamos a ser un estado fallido, como lo eramos en el 2002.