Cuando el niño Jorge Mario Valencia Yepes acababa de cumplir nueve años de edad, se sacó el ojo izquierdo con unas tijeras. Era el año 1965 y Jota -como ya lo llamaban en su casa- se había arrodillado en un andén para cortar el nudo ciego del zapato de uno de sus nueve hermanos. Tiró con tanta fuerza que una de las puntas de la tijera se le incrustó tan adentro de la retina que al sacar el objeto, el ojo no cayó al suelo gracias al nervio óptico. Con el órgano en la mano llegó al hospital, donde de inmediato le hicieron la primera de tres operaciones que lo dejaron postrado en una cama por medio año. Perdida la mitad de uno de los sentidos, agudizó mucho más otro, el oído. Desde aquella época se volvió adicto a la radio.
Los pocos ahorros que todavía conservaba su mamá -su abuelo había sido uno de los fundadores de Almacenes Ley-, además de la manutención de una familia de 10 hijos, comenzaron a escasear desmesuradamente en la recuperación del pequeño Jota Mario para que no perdiera del todo aquel órgano. Los médicos lograron mantenerlo en la cavidad, pero tan solo con el 15% de la visión y con la inmovilidad o a veces con el movimiento autónomo de un ojo desobediente.
De vuelta al colegio, la autoestima del pequeño se fue al piso. Todos sus compañeritos dejaron de llamarlo Jota para apodarlo ‘El tuerto Valencia’. El matoneo comenzó a ser inminente, cada día tenía peleas con sus amiguitos, de modo que un día llegó a su casa empapado en las lágrimas del ojo que le servía y le pidió a su mamá que lo cambiara de escuela. Con gafas nuevas y sin que nadie supiera que prácticamente Jota Mario solo ve por el ojo derecho, trató de finalizar su época escolar en un colegio de curas, hermanos y seminaristas; y que mejor que estar al lado de aquellos que ven a todos como iguales, pero no.
Ante la precaria situación económica que pasaba la familia, Jota Mario salía todas las tardes al centro de Medellín para vender las bufandas que tejía su mamá. Una de aquellas tardes en la calle lo sorprendió un profesor seminarista que se dio a la tarea de hacer echar del colegio al niño por ser evidentemente un alumno sin los recursos económicos que al parecer exigían en la institución. Con sus notas, sin problema alguno lo recibieron en primero de bachillerato en el Liceo Salazar Guerrero de la capital de la montaña donde nunca notaron el problema de su ojo y mucho menos lo excluyeron por los apuros económicos de la familia.
La pasión de Jota Mario por los medios de comunicación comenzó en la radio y terminará en la radio. Un día recorriendo las calles con bufandas en mano y gritando su precio se encontró con las oficinas de Caracol Radio. Apenas si tenía 12 años y quedó hipnotizado en la ventana que daba al control de la emisora. El niño en una suerte de ritual comenzó a ir todos los días hacia las 4 de la tarde para pararse frente al vidrio a ver hacer radio en vivo. Habían pasado varias semanas y aquel menudo jovencito ya hacía parte del paisaje de aquella pecera de locutores. Pero llegó la lluvia, un torrencial aguacero se desprendió en los cielos de Medellín por lo que el reconocido operador Jaime Barona Home se conmovió al ver empapado al menor y lo hizo entrar a la cabina. Desde aquel día Jota Mario nunca más volvió a pararse en la calle sino que pasaba derecho a los controles.
En medio del montaje de una radio novela, Barona Home necesitaba la voz de un menor, le pidió el favor a su nuevo huésped que leyera un par de líneas a ver qué tal sonaba. A los 12 años Jorge Mario Valencia Yepes consiguió su primer trabajo pago como radio actor en la célebre serie La ley y el hampa. Así siguió haciendo otros papeles, turnos nocturnos en el control de consolas y algunas salidas en la presentación de noticias. Reconocida su voz, cuando se encontraba con el rector del colegio este lo saludaba con un: “¿Cómo ha estado?, señor ministro de comunicaciones”. El dinero que se ganaba se lo daba a su mamá, pero también inició un ahorro para cumplir su segundo sueño, conocer el mar. Cuentan que a los 16 años, el día que vio esa inmensidad de agua y olas, se quedó varias horas paralizado ante el asombro, entonces se propuso que morirá en una casa al lado del Océano Atlántico.
“Jota, vos te deberías ir para Bogotá. Estas joven, no tenés hijos, ni ‘cola’, tenés talento, le caes bien a la gente, te gusta estudiar, tenés repertorio. Además vos trabajas con la voz y no con la cara. Ándate para la capital que allá te va a ir bien. Te lo apuesto”, cuentan que le decían, entre otros, el periodista Jorge Eliecer Campuzano. Pero el joven quería formarse antes. Entonces ingresó a estudiar periodismo en el Instituto Superior de Educación (INSE). En 1979 el INSE abrió su gran sede en Bogotá y pasó a llamarse Universidad de la Sabana, Jota Mario no lo pensó dos veces y pidió su traslado de ciudad.
Al llegar a Bogotá, buscó ganarse unos centavos, hizo un casting para presentar pilotos de programas en formato de televisión. Una suerte de actor temporal para que los dueños de parrilla aceptaran la realización de un programa o de otro. En ese trabajo hizo 15 pilotos, pero se tenía por sentado que él era solo eso, un comodín. En uno de los pilotos, sin embargo, lo llamaron con urgencia. Resulta que Julio Nieto Bernal, el hombre que aprobaba los programas, había quedado impactado con aquel paisa desgarbado pero animoso, de tal suerte que Bernal dictó como condición que el magazín Valores Humanos se realizaba pero con la conducción de aquel muchacho.
Desde hace 35 años iniciaron sus periplos por la pantalla chica, donde solo uno ha dejado de salir en televisión. En 1985 tuvo su primer rol como personaje principal en un espacio llamado Telesemana. Con aquella imagen, además de la relación de ser exalumno de la Universidad de la Sabana, Jota Mario se convirtió en un fiel seguidor del Opus Dei. Quizá por ello el grupo le encargaría en el año 1986 ser el anfitrión y presentador del Papa Juan Pablo II, en Colombia. La bendición del Sumo Pontífice, dicen sus amigos devotos, le dio la energía y la suerte suficiente para que en cada nuevo proyecto televisivo llamaran a Jota Mario. Por esos años se conoció con Fernando González Pacheco, tuvieron tanta empatía que presentaron juntos más de seis programas. El más recordado, quizá, Los tres a las seis, donde Caracol y RTI lograron juntar a los tres presentadores más representativos del país: Gloria Valencia de Castaño, Pacheco y Jota Mario.
Días felices. Todo el mundo lo reconocía en la calle. Salir era más fácil porque no habían teléfonos celulares con cámaras y todo no pasaba de un autógrafo. La fama estaba echada. Sus chistes y apuntes eran novedad y gustaban. Jota Mario ya había pasado por la casa de los colombianos con sus apariciones en Valores Humanos, Pequeños Gigantes, Telesemana, Las Puertas de la esperanza, Adán y Eva, Los Tres a las Seis, Domingos Gigantes, Dominguísimo y Súper Domingo. Incluso, estos tres últimos programas darían pie para una controversia que hace mucho tiempo el presentador dejó de lado: nunca haber reclamado por los derechos de autor de un formato inventado por él que tiempo después volvería famoso y millonario al presentador chileno Don Francisco. Si se mira, los programas Sábados Gigantes y Sábado Sensacional que el chileno aún sigue presentando son en suma una copia fiel de lo que se inventó el colombiano.
Así como se casó con Caracol Televisión, también vendría su primer matrimonio. De esta unión nacieron sus dos únicos hijos, Simón y María José. Pero con tanta fama vendrían los problemas. Para los niños comenzó a ser insoportable el asistir al colegio porque los compañeros buscaban cualquier excusa para burlarse porque su papá era el reconocido Jota Mario. El matoneo llegó al punto, como en un déjà vu de la infancia del presentador, que los niños llegaron llorando para insistirle a su papá no solo que los sacará del colegio sino del país. Así lo hizo, Simón y María José se fueron a acabar el bachillerato a los Estados Unidos, acompañados por la madre. La distancia traería otro pero. Después de 13 años de casados, decidieron separarse. Por esa época Jota Mario probó el único de sus vicios: el cigarrillo. Se fumaba hasta cuatro cajetillas diarias como por reflejo, como si el humo del tabaco le hiciera falta para respirar.
A finales de los años noventa comenzaron a llegar amenazas. Que lo iban a matar, que debía pagar una vacuna por ser millonario, que lo iban a secuestrar. El periodista puso aviso a las autoridades. Todo fue peor. Una mañana recibió la llamada del general Rosso José Serrano, “el mejor policía del mundo”, quien le dijo que no se responsabilizaba por su vida y que lo mejor era que se fuera del Colombia. Con aquel susto en la garganta, Jota Mario vendió su apartamento y su carro y se fue para Miami. Allá consiguió algunos chances en Univisión, pero era infeliz. Pasado un año y solo con la alegría de ver que sus hijos estudiaban becados por sus buenas notas, no resistió más. Una mañana se levantó y todo eran ruidos: la televisión, la radio, la calle. No escuchaba diálogos sino ruidos. No entendía nada. “Así me maten tengo que volver”, se dijo y regresó sin ningún ahorro económico.
Desempleado comenzó a mandar proyectos de televisión a todas las programadoras y a los dos canales privados. Había arrendado un pequeño apartamento mientras uno de sus hermanos le prestó muebles de segunda mano. Fumar y escribir propuestas eran sus días. La depresión acechaba. De los 35 años que lleva apareciendo en la televisión colombiana, fue la única temporada donde los televidentes no lo vieron en sus pantallas.
En el año 2001 pasó un proyecto a Caracol Televisión donde les proponía realizar un programa de variedades de seis horas de duración pero con el plus de iniciarlo a las 6:30 de la mañana y empatarlo con el noticiero del medio día. Se lo aceptaron. El propio Jota Mario bautizó el magazín: Día a Día. No pasó un semestre y algunos productores incomodos por todo el tiempo al aire que le habían dado a Valencia, iniciaron una suerte de conspiración para que vetaran Día a Día. Con siete meses al aire, Jota Mario renunció. Pero no todo estaba perdido, metido todo el tiempo en el canal, conocería a la mujer quien hoy es su esposa, la productora de arte Gineth Fuentes, 18 años menor que él.
No pasaron tres meses y como los canales en Colombia son un remedo del otro, RCN Televisión llamó a Jota Mario para que hiciera algo igual, de suerte que en el año 2002 nació Muy Buenos Días. Durante estos 12 años de estar al aire el programa, los realizadores del canal dicen que el presentador no ha faltado a un solo día de emisión. Durante los primeros 10 años el programa inició a las cinco de la madrugada y terminaba sobre el medio día. Si se hacen sumas Jota Mario Valencia estuvo al aire más de 15 mil horas en las pantallas de los colombianos, de ahí que llegara la primera tesis aún no comprobada: que la mitad de los televidentes lo aman y la otra mitad no lo soportan de tanto verlo.
Su imagen también se vio opacada por un par de comentarios que realizó como quien habla de cualquier cosa: el primero fue hacer un chiste sobre unos payasos que habían acabado de pasar por una tragedia. Mientras que la segunda fue todo un escándalo: referirse a su antigua compañera de set, Jessica Cediel, como: “La mejor cola de plástico de Colombia”. Con el auge de las redes sociales, especialmente el micrófono que ha abierto Twitter, el nombre del presentador fue dilapidado al punto de pedir su retiro de la televisión Colombiana.
Todo esto despertó una decena de conjeturas que el propio Jota Mario llama “leyendas urbanas” y se mofa de ellas. Verbi gracia: en el canal se dice que el presentador y su esposa Ginneth son los dueños del espacio de Muy buenos días, que pagan un permiso de emisión de 200 millones de pesos al mes, que ellos mismos pagan los sueldos de las presentadoras y obtienen el resto de las ganancias por publicidad que son igual al monto por el que alquilan el espacio. Leyenda que rotundamente niega el presentador. Otro de los mitos es que Laura Acuña es la única presentadora que se ha mantenido por años porque es la consentida y mejor amiga de Ginneth. Respecto de la esposa de Jota Mario también se dice que en el set y en todo cuanto tenga que ver con Muy buenos días, no se mueve un cable sin su autorización. “Dicen que vivo en una mansión de miles de millones de pesos, que soy el dueño de la casa más grande de las Islas del Rosario, que tengo casa en Miami y una colección de carros. ¡Qué me los muestren! Ya quisiera”, dijo el presentador hace poco en una entrevista de radio.
Lo cierto es que Jota Mario vive en un apartamento amplio cerca a Unicentro en el norte de Bogotá. Que las cosas que considera de mayor valor son algunas obras orientales que decoran la sala de su casa y su gigantesca biblioteca repleta de libros. Devorar libros es su hobbie. Que se moviliza en una sola camioneta con un chofer que lo ha salvado de que la gente en cualquier roce o accidente se aproveche de su nombre: “Hace poco abrí la puerta del carro, un señor de una moto se cayó. Yo cerré y mandé llamar ambulancia, médicos, policía, pero no me dejé ver, porque ¿se imagina el escándalo?”, cuenta Jota Mario. Tal vez el único lujo que ostenta el periodista es una casa de campo a las afueras de Bogotá, una parcela que por su diseño (piscina gigante, media docena de cuartos, una cocina espaciosa, numerosas obras de vírgenes y ángeles, Etc.) salió reseñada en un medio de internet experto en inmuebles. “Esa casa es su tesoro material, es el fruto de más de tres décadas de trabajo”, dice uno de sus amigos.
¿Pero cómo no? Si es que Jota Mario se ha convertido en workaholic, un adicto al trabajo. Hoy los días del presentador son un poco más que agitados: se levanta a las tres de la madrugada, escribe o lee una hora; verifica la continuidad del programa; a las 4:30 sale hacia el otro extremo de la ciudad para llegar al canal y presentar durante cuatro horas Muy buenos días; en los intermedios de avances de noticias, sigue leyendo; a las 11 de la mañana regresa a su casa, almuerza y toma rumbo hacia la emisora RCN Radio para presentar de 2 a 6 P.M., el magazín radial El tren de la tarde. De regreso a casa cena con su esposa y se retira al estudio para sentarse a escribir hasta las 11 de la noche, cuando por fin se va a descansar. Duerme apenas tres horas y media, como el expresidente Uribe.
El resultado de dicha disciplina es fáctico: ha escrito 17 libros, tiene 10 más sin publicar, tiene preparados cinco guiones completos de telenovelas, dos historias más para cine y tres libretos para series de televisión. Como si fuera poco de las cuatro conferencias de motivación que tiene en su repertorio para dictar, dos se han convertido en libros.
Hace poco uno de sus compañeros del Tren de la tarde contó para televisión un hecho que muestra la hiperactividad de Jota Mario. En el pasado Mundial Brasil 2014, el computador donde tenían todos los archivos radiales y comandos para transmitir desde Sao Paulo se dañó. Llevaron a más de tres ingenieros pero todos dijeron que no se podía hacer nada porque la board se había quemado. Varias entrevistas y documentos importantes del presentador estaban allí. De modo que con otro computador buscó un tutorial por internet, abrió las tapas del portátil dañado y comenzó a buscar la salvación. Halló que se trataba de un integrado, lo reparó y salvó la transmisión. “Quién se iba a imaginar que el jefe de uno se iba a poner en esas”, contó su compañero. Al final Jota Mario realizó desde Brasil, en 20 días, 48 notas para radio y televisión.
Aunque el cigarrillo quedó atrás hace un par de años, por los serios problemas cardiacos que le provocó, la lucha ahora es por el bulling y por el cansancio de ser el colombiano con más horas de aparición en la televisión colombiana. “La televisión me ha dado todo pero también me ha quitado mucho. Por ser el tal Jota Mario no tengo derecho a tener sueño, porque va la crítica si me ven cabeceando; no tengo derecho a tener afán de entrar al baño porque qué antipático si no poso para la foto; me han dejado aviones por parar y no negar autógrafos; si voy a un banco, hago la cola y llego a la ventanilla, comienzan a criticar porque piensan que me he saltado la fila; si llegó a la clínica infartado y me atienden de inmediato, la gente protesta porque dice que me atendieron rápido por ser Jota Mario, y así. Pero eso sí, debo estar obligado siempre a estar feliz, a sonreír, a saludar de manera amable, a no llorar –me he sentado a llorar detrás del set-. Adquirí fue obligaciones, que le vamos a hacer”.
Curiosamente aunque muchos lo nieguen también le deben su fama y profesión a Jota Mario. En su programa han iniciado sus carreras: Carolina Cruz, Jessica Cediel, Mabel Cartagena, Milena López y hasta el Padre Chucho. Muchos de los mencionados ya ni siquiera llaman a saludar a su mentor. Incluso el propio Padre Chucho, que se jactaba de ser el invitado especial a la casa de campo de Jota Mario hace poco hizo una confesión que puso a dudar cómo terminó esa amistad: “Solicité que mi espacio fuera independiente de Muy Buenos Días, porque tanto los directores como el equipo técnico de la sección Cura para el Alma no soportaban la actitud arrogante de los realizadores de Muy Buenos Días”, aseguró el cura de la farándula.
Jota Mario ha confesado su cansancio. Ya ha dado avisos que su final en la televisión está cerca. Hace poco se le vio buscando casa en Cartagena, quizá para cumplir su sueño de vivir hasta sus últimos días cerca al mar. Los días del mejor rating y de llenar coliseos para teletones ya pasaron. Las cartas de amor y cariño a mano alzada de otrora, ahora se convirtieron en insultos en 140 caracteres en una plataforma llamada Twitter. Su vida es una paradoja, por ejemplo dice que: “Nunca me ha llamado atención la televisión”, pero la televisión le ha dado todo. Incluso, le ha dado enemigos que jamás ha ofendido, que jamás ha conocido y que jamás conocerá. Ese es el precio de la fama, ese es el precio de ser Jota Mario.
Twitter autor: @PachoEscobar