El país tuvo un final del año inusualmente convulsionado. Las marchas del 21 de noviembre y, sobre todo, los cacerolazos que siguieron parecían indicar que la estructura institucional del país era frágil. Los más alarmistas señalaban que ya se venía el camino venezolano, otros apuntaban a Chile y su eventual constituyente como modelo, y otros apostaban, como en el Gatopardo de di Lampedusa, que todo iba cambiar para que nada cambiara. La estructura de poder ha cambiado, sin duda. Sin embargo, todas esas apuestas, en especial las más extremistas, parecen erradas. Con nadadito de perro, el gobierno ha logrado ahogar el paro, en buena parte por errores de la misma conducción del paro. Desde el infinito pliego de peticiones, pasando por la falta de representatividad evidente del comité, hasta, en palabras de Claudia López, la incapacidad total de dirigir las convocatorias. Las escenas del lunes pasado fueron especialmente lamentables: en buena parte la atención se centró en focos de violencia (que empiezan en Suba, Bogotá) en dónde encapuchados desde muy tempranas horas están destruyendo la ciudad y no más. Poquísimas personas y cacerolas. Ninguna reivindicación política visible.
La verdad es que el desorden y desarticulación eran parcialmente inevitables. La misma diversidad alegre y multitudinaria de las marchas y cacerolas del primer día, hacían imposible su autoorganización. Aunque los políticos son vistos con recelo por esas multitudes, paradójicamente, son los políticos los que pueden organizar esas demandas. Movimientos mucho más estables y numerosos, con demandas más precisas y mejor sustentadas, como el de los indignados en España y el de Occupy Wall Street en Estados Unidos, terminaron por diluirse en parte y por entrar a la política electoral en otra parte (a través de Podemos y la campaña de Bernie Sanders, respectivamente). Contamos, además, con un agravante en Colombia: políticos que estaban apoyando el movimiento de las marchas y, relativamente, bien vistos por los marchantes, como Claudia López, Daniel Quintero y William Dau, ya no están marchando sino gobernando. Y son dos posiciones bien distintas, criticar al Esmad y dirigir al Esmad. Transitando una delgada línea, los políticos que marchaban que ahora gobiernan, tratan de balancear su apoyo a la idea de la marcha -es una idea, porque ya gente en las calles no hubo- mientras controlan los posibles desórdenes. Quintero, en principio, fue hábil: dirigió la mirada al gobierno nacional y pidió que resuelvan el tema desde allá, que eso no es asunto de los alcaldes. Esa astucia le sirve por un momento pero, difícilmente, le va a durar porque en las calles de Medellín la gente está pendiente de él y no de Duque, del que ya casi nada se espera, y que está ocupado en Davos.
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Hay un riesgo importante que se corre al observar la política: pensar que el mundo de las redes y el de los comentaristas políticos, es el mundo de la “opinión pública”
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El gobierno, en su intimidad, se debe sentir ganador. Sin hacer ningún cambio de nada, ha llevado la protesta a un asunto de minorías radicales y violentas mientras, poco a poco, empieza a contar con apoyos ciudadanos. Para esto, basta con caminar un poco en la calle, conversar con ciudadanos y, quizás, ver el noticiero del mediodía. Eso hice esta semana. Hay un riesgo importante que se corre al observar la política: pensar que el mundo de las redes y el de los comentaristas políticos, es el mundo de la “opinión pública”. David Brooks, analizando la política gringa, decía: “Es el caso número 947 en el que vemos que cada segundo que pasa en Twitter resta valor a su conocimiento de la política estadounidense, y que la única cura para esta enfermedad de la insularidad es viajar y entrevistar constantemente, prestar mucha atención a los datos estatales y locales y la humildad absoluta sobre el hecho de que las actitudes y los grados académicos que crees que te hacen inteligente son en realidad las actitudes y los grados académicos que te separan de la textura real de la vida estadounidense.” Exacto, cambie estadounidense por colombiana y funciona igual.
En las calles, en el noticiero del medio día, lo que se ve son ciudadanos mamados de los bloqueos y de la violencia. Algunos de esos ciudadanos marcharon el primer día y, muchos más, sacaron cacerolas pero ya tuvieron suficiente. No hay un estado insurreccional en Colombia, y ningún líder por más ínfulas que tenga, lo va a crear incendiando desde Twitter. Resulta que esos ciudadanos mamados no están en Twitter, están viendo el noticiero del medio día y lo que se ve ahí es la violencia, las calles destruidas y, de regreso a casa, lo que ve es que las estaciones del bus están destruidas, las paredes pintadas. En Colombia, además, las cosas van más o menos bien. Por ejemplo, el drama del asesinato recurrente y sistemático de los líderes sociales, uno de los problemas principales del país, muy difícilmente hará que los trabajadores urbanos piensen en renunciar a sus trabajos para iniciar una revolución.
La insularidad de las redes y de los comentaristas de la política, es evidente con las “tendencias” que se posicionan cada semana. Desde las más estúpidas -como la de revocar a alcaldes que llevan 20 días- hasta las que se repiten una y otra vez– un insulto o un halago a Petro y a Uribe-. La gente en la calle no está en revocatorias y está cansada de la mayoría de los liderazgos políticos. Los trolls organizados tienen un impacto nulo en la opinión pública. Las inmensas mayorías que no están o no opinan activamente en las redes, están resolviendo otros problemas, no les interesa revocar al alcalde o alabar a un líder. El gobierno lo debe saber y entonces, además de enroscarse con los dos espacios en donde siempre contará con apoyos -los empresarios organizados y los políticos tradicionales que vienen del santismo-uribismo-, juega simplemente a que el tiempo pase y que las mayorías silenciosas se sigan aburriendo de los bárbaros con capucha.
El riesgo es inmenso: resulta que, aunque sin duda Colombia avanza gradualmente, la marcha de las cacerolas del comienzo señalaba con claridad que hay un ambiente propicio para el cambio. Hay un país que no quiere mirar para un lado cuando están matando voces críticas en las regiones más alejadas, hay ciudadanos que quisieran un congreso que legisle de frente al país, hay voces de la clase media que entienden que la reforma tributaria iba cargada de exenciones tributarias a los más poderosos, hay estudiantes que saben que las mejoras graduales son mediocres en su mayoría, que podemos cambiar la trayectoria con reformas mucho más audaces, por ejemplo, en la financiación pública de la educación.
Si esas voces se ahogan, vamos a quedar con la crítica en manos de delirantes radicales y, los mismos de siempre, celebrarán. Una oportunidad perdida, otra. Estamos a tiempo de corregir.
@afajardoa