En Colombia viene haciendo carrera la estrategia del "todo vale" para debilitar y desprestigiar al contendor político. Es una especie de canibalismo, consistente en hablar mal de los contradictores, auscultando su vida pública y privada con el objeto de hallar comportamientos y actos reprochables que les permita destruir su imagen y personalidad, sacándolo de la arena política, aún sin realizar un juicio de valoración de su desempeño como figura pública y de sus propuestas y pensamiento político.
Esa manera de ejercer el debate político, especialmente en escenarios como el Congreso de la República, concejos, asambleas, y al interior de las colectividades políticas, entre otros, es alimentada y divulgada morbosamente por los medios de comunicación privados, carentes de argumentos y alejados de la realidad social. Además, en dichos escenarios en predomina más el interés de descalificar y derrotar a su contradictor que avanzar en el debate en torno a las conductas reprochables de corrupción existentes al interior de las estructuras del Estado y en el planteamiento de alternativas de solución en materia de inversión social para atender las demandas de las comunidades más vulnerables.
Esa disfunción que padece nuestra clase política busca encubrir los escándalos de corrupción, de los cuales se han beneficiado a costa del bienestar de la mayoría de la población, logrando que escándalos como los de Odebrecht, en los que se encuentran comprometidas las más altas esferas del Estado, desde el ejecutivo, pasando por los órganos legislativos y de la justicia; creando un manto de impunidad y desviando la atención de la ciudadanía hacia otros escándalos, igualmente reprochables, pero de menor dimensión, argumentando una falsa ética y dignidad de la cual carecen totalmente.
Esa cultura de canibalismo político agota la paciencia y credibilidad ciudadana en la dirigencia política y gremial... esa dirigencia tan falta de valores de moralidad y ética pública, contaminada con actuaciones plagadas de irrespeto, denigrantes, carente de argumentos válidos, llena de odio y ansia por destruir a su opositor, en la que prevalece el interés del beneficio personal sobre el deseo de trabajar por recuperar los valores. Lo anterior tiene como consecuencia el debilitamiento y fraccionamiento del Estado y la ciudadanía, rompiendo con lazos de afecto y amistad entre los individuos, fomentando una cultura de hostilidad e intolerancia que puede terminar en hechos de violencia tan graves como los ocurridos durante los años 50 de conflicto bipartidista.
La recuperación de valores de la ética y la moral, que en concepto de Aristóteles son el conjunto de comportamientos del ser humano en la República, son parte de la nueva cultura política que debe predominar en el comportamiento de los ciudadanos, en el entendido de que para la actual dirigencia política es más rentable mantener ese estado de odio y desconfianza entre contradictores que construir canales de diálogo, respeto y tolerancia en la diferencia, que puedan dar al traste con el control hegemónico de quienes nos han gobernado durante los 2 últimos siglos
Si los ciudadanos somos capaces de construir esa nueva cultura, en la que predomine la verdad, el debate sincero y transparente, alejado de las bajezas de la calumnia y la mentira, podremos avanzar en la edificación de una nueva sociedad gobernada por una nueva dirigencia política integrada por los mejores hombres caracterizados por su honestidad y transparentes en sus actuaciones, que como lo señalaba Sócrates, son quienes deben aspirar a llegar al poder.