En estas fechas pre-electorales se empieza a ventilar de manera consistente una gran cantidad de verdades, mentiras, verdades a medias, que sirven para apoyar o desacreditar los candidatos. No quiero hacer apología del insulto y la agresión, sino sumarme a la reflexión sobre este debate.
Las encuestas (de dudosa credibilidad) pasaron al candidato Iván Duque del 6% al 46% de favorabilidad en cosa de 15 días. Además de la obvia suspicacia que generan estos resultados, pone al candidato en un dilema ético bastante complejo. En el caso de ganar la presidencia, ser independiente política e intelectualmente o ser simplemente el que dijo Uribe.
Matador, el genial caricaturista, ha dibujado a Duque como un cerdito y su argumento fue que lo veía como una mascota. La verdad comparto esta noción, Duque no es un títere, porque para serlo necesitaría carecer de conciencia e inteligencia, y creo que este no es el caso. Creo que es un tipo con buenas intenciones y que puede ser incluso inteligente. Por esto la noción de mascota es más creíble: quien actúa incluso en contra de su voluntad, por obediencia a su entrenador o a su amo.
En el caso de que llegue a la presidencia tiene dos opciones: pasar a la historia como mascota o como traidor. Si decide independizarse, asumir su rol presidencial, tomar sus propias decisiones, seguramente será tildado de traidor, de falaz: no seguir la línea ideológica de su jefe sería ir en contra de los principios de quienes lo elijan. Ya lo vimos con la historia del actual presidente, quien ha tenido aciertos y desaciertos, pero que sufrió durante todo su mandato de la agresión de su antiguo jefe y patrocinador en la campaña presidencial.
Si en cambio Duque decide mantenerse alineado, estará alienado. Será un actor secundario, siempre a la sombra del protagonista. En ambos casos el candidato pierde. Y si además, para llegar al poder cae en los mismos juegos corruptos, como inflar la hoja de vida con falsos títulos, o criticar proyectos que fueron presentados por él mismo como senador, su identidad se debilita aún más para ser simplemente una imagen estática que disimula los verdaderos hilos de poder.
Cuando en la primera campaña presidencial de Uribe le di mi voto, jamás imaginé que evolucionaría en el personaje perverso y nocivo que es hoy. Además de todos los delitos cometidos durante su mandato hizo un daño aún mayor, transformó una ideología política en un dogma, en una enfermedad que resiste peligrosamente incluso las mejores curas proporcionadas por la educación o la inteligencia. Y alrededor de esta ideología de culto se agrupan, junto con los culpables, una gran cantidad de colombianos de bien, que por fanatismo, ignorancia o conveniencia le apuestan al candidato Duque, que, inflado en las encuestas, se enfrenta ahora al reto de su vida, que no es ganar la presidencia (porque Uribe está haciendo todo lo necesario para ganarla por él), sino ubicarse en el lado correcto de la historia, de la cual, en cualquier caso, no sale bien librado.