El campo de golf que se volvió una escuela de arte que Fidel y el Che odiaron

El campo de golf que se volvió una escuela de arte que Fidel y el Che odiaron

Una de las obras emblemáticas de la revolución terminó perseguida por la ola soviética del realismo socialista en cabeza del Che y sus arquitectos en el exilio

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agosto 15, 2015
El campo de golf que se volvió una escuela de arte que Fidel y el Che odiaron

En 1961, poco después que el ejército cubano impidiera la invasión norteamericana en Playa Girón,  Fidel Castro y el Che decidieron ir a jugar golf a las instalaciones del Country Club de la Habana. Invitaron a la prensa y se tomaron varias fotografías. La imagen de los dos símbolos revolucionarios produjo un revuelo que llegó hasta las páginas editoriales del New York times que señalaron la contradicción.

Iban en el tercer hoyo cuando Fidel, mirando los interminables campos de golf, tuvo una idea que compartió con el Che: “¿Por qué no construir allí una escuela de arte acá?”. La idea le quedó rondando.

Fidel no le dio vueltas y se propuso volver realidad su entusiasmo.  Tomó un carro y se parqueó frente a la escuela de artes de la Habana. Al azar escogió una estudiante de arquitectura y la invitó a subir el carro. Vilma Ordoñez tenía 19 años cuando el líder de la revolución le encomendó la misión de construir en las canchas del Country club una gran escuela de artes latinoamericana con un presupuesto ilimitado.

Vilma, consciente de sus limitaciones de pichón de arquitecta, no dudó en recurrir a su maestro el profesor Ricardo Porro. El reflejo del maestro fue mirar fuera de Cuba y contactó a dos grandes arquitectos italianos Vittorio Garatti y Roberto Gottardi que trabajaban en Venezuela.

En 1961 miles de jóvenes de todo el mundo encontraban en Cuba la prueba que el paraíso socialista era más que una utopía. La expectativa colectiva tocó a los tres arquitectos comprometidos en iniciar el diseño de los cinco edificios que conformarían la Escuela de las Artes para el tercer mundo.

Aunque cada arquitecto trabajó de forma independiente, el diseño se hizo bajo tres premisas básicas: respeto al entorno y al paisaje, las escuelas debían integrarse orgánicamente a la vegetación y al río Quibú que atravesaba  los campos de golf; utilizar un material distintos al cemento, escaso en la isla por el bloqueo recién impuesto por el gobierno de Kennedy, emplear el recurso estructural de Bóvedas catalanas para hacer más ligero el edificio. Este detalle le dio a la obra ese aire futurista que hoy, más de medio siglo después, todavía persiste.

Con la forma de las bóvedas los arquitectos buscaban hacer referencia a la Cubanidad.  Cuando le preguntaban a Roberto Porro que significaban las cúpulas, él respondía “Representan la sensualidad que irradian los senos de las cubanas”. Una idea que completó con una escultura en la plaza central de la escuela una escultura inspirada en una papaya abierta por la mitad, de cuyo centro  salía un chorro de agua.

La obra llevaba dos años en construcción cuando el ahogo del bloque y la llegada del poder soviético se hizo sentir también en la arquitectura. Llegaron inicialmente de Yugoeslavia las moles pre-fabricados ajenas al Caribe.

La conspiración de los amigos  arquitectos de Fidel contra el diseño original de la Escuela no se hizo esperar. Los tres arquitectos terminaron señalados de estar presos de un esteticismo inútil frente a las urgencias funcionales y austeras que debían tener la nueva arquitectura cubano-soviética. Ernesto Guevara se unió a esta visión y en su célebre discurso sobre El hombre nuevo amenazó a aquellos que “se escudaban en la belleza para hacer la contrarrevolución”. Se empezaba a aplicar en Cuba la lógica del realismo socialista. Stalin había llegado al Caribe.

El cubano Porro fue uno de los más combatidos por el Ché, en ese momento tambor mayor de la  revolución.  En 1965, a escasos días de haberse inaugurado la primera parte de la Escuela de arte, se ordenó detener definitivamente la obra. La escuela había dejado de ser una prioridad y el esfuerzo de los arquitectos debía concentrarse en soluciones de vivienda, a la manera del modelo soviético que garantizaba economía y a la vez rapidez.

Vittorio Garatti, Roberto Gottardi y Ricardo Porro comenzaron a ser perseguidos por el régimen. Fue el momento de los ingenieros prestos a construir planos estandarizados. En 1966, Garatti es encarcelado acusado de ser un “agente del enemigo” y termina expulsado de Cuba. A Roberto Porro se le empezó a hacer a un lado. Le daban trabajos menores, como por ejemplo construir una jaula para un águila en el zoológico de La Habana. En 1966 emigró a París, donde floreció con propuestas de viviendas de interés social con calidad arquitectónica y con precios económicos.

Entre 1965 y 1980, en esos quince años la Escuela de arte fue abandonada, casi que arrasada por el rio Quibu. La maleza y la sal del mar arrastrada por el viento carcomían los techos. La soledad y su belleza lo hacían el lugar perfecto para que los jovencitos de la isla se iniciaran en el sexo. En ese periodo se usó como asentamiento para un circo y sus instalaciones futuristas sirvieron de set a una extravagante serie de televisión.

En los años 80 Cuba los estudiantes de arquitectura forzaron la recuperación de la escuela: trasladaron sus clases a la emblemática al edificio. Un esfuerzo que quedó sepultado por el Periodo especial de los años 90 en donde Cuaba se entregó irremediablemente a la Unión Soviética para poder sobrevivir. La Escuela se convirtió en albergue de cubanos necesitados de techo.

La Escuela entró a formar parte en 1999, de la lista de los cien monumentos más deteriorados del mundo, según el New York Times. La única edificación construida en el Siglo XX. Esta alarma forzó a Fidel Castro a reaccionar y ordenó concluir salvar el edificio. Sacó del ostracismo a Garatti y Gottardi, ya ancianos pero con las ideas intactas, para que terminaran el complejo. Fidel Castro en un acalorado discurso reconoció el error. Se destinarían todos los recursos necesarios.

Pero el propósito se frustró rápidamente. Los recursos llegaron a cuentagotas y se hicieron reformas que dieron al traste con la idea original de los arquitectos. El huracán que azotó a Cuba en el 2009 obligó al gobierno a destinar el presupuesto para la construcción, a los damnificados de las inundaciones. Ya no quedaba un sólo peso para retomar la obra y terminar el complejo.

Hoy en día cientos de jóvenes artistas estudian allí, entre el esplendor y el abandono en medio del  futurismo de sus formas. Es un lugar de peregrinación de arquitectos de todo el mundo.

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