En los temas climáticos y particularmente en las energéticos hay una tensión sobre los términos en los que deben llevarse a cabo y quiénes pueden participar. Aunque suene esquemático, hay un sector que defiende los debates técnicos y vigila que no se salgan de las escalas de algunos campos de conocimiento, especialmente la economía y la ingeniería. Generalmente los voceros de este sector son hombres que han superado cierta edad y que pertenecen a círculos académicos o empresariales de las élites. Por el otro lado, hay una multiplicidad de actores que tienen una preocupación política por estos temas porque les atañen de manera directa y que buscan generar una discusión que incluya otras variables de interés público que no necesariamente han sido cuantificadas y desglosadas en los términos técnicos de los primeros.
Cuando los segundos aparecen en alguna escena de incidencia, los primeros suelen desacreditar sus argumentos de formas muy predecibles: que son argumentos políticos y no técnicos, que tan pronto sean capaces de entender la ciencia y la tecnología opinarán distinto y que, en general, sus posiciones no son rigurosas ni posibles dentro de las variables económicas existentes. Y así, bajo una mirada despectiva, ni siquiera atienden el llamado a pensar en temas como las afectaciones diferenciales climáticas sobre mujeres, campesinos o indígenas; la relación entre proyectos mineroenergéticos (fósiles y verdes) y los conflictos armados; o el cabildeo del sector de combustibles fósiles en normas internacionales y nacionales.
Sobre estos rasgos del discurso tecnocrático pueden leer más en este texto que escribimos Tatiana Roa y yo, en el que pusimos la lupa en la discusión sobre el fracking publicado por la Universidad Nacional. Aquí quiero resaltar sencillamente que en los debates climáticos y energéticos se han ido consolidando unas barreras que impiden la discusión política de la crisis y la participación de grandes e importantes sectores de la sociedad, así como de enfoques y temas. La Convención Climática está vigentes desde hace tres décadas y sus acuerdos globales, centrados en soluciones de mercado y tecnológicas – y en engañosos juegos de suma cero sobre las emisiones-, no han logrado aplanar un poco la pendiente de aumento de temperatura media del planeta; es decir, han fracasado rotundamente.
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La única solución real a la crisis que es dejar atrás el consumo de combustibles fósiles y proteger los ecosistemas, en particular la Amazonia
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En ese sentido, el discurso de Petro en la COP me pareció valioso. En pocos minutos trazó unos derroteros que necesitan de una gran imaginación política de la humanidad y del conocimiento técnico para desarrollarse. Petro, de manera muy sencilla, reordenó las prioridades en la lucha climática a través de tres puntos cruciales. El primero es que resaltó la importancia de la discusión y los acuerdos políticos en los foros globales climáticos, por encima del reacomodo de fórmulas a través de vericuetos burocráticos y tecnocráticos. El segundo es que Petro pone la lupa sobre la única solución real a la crisis que es dejar atrás el consumo de combustibles fósiles y proteger los ecosistemas, en particular la Amazonia. El tercero, es la centralidad que da a la humanidad como actor político, en donde, de manera tácita, desplaza de su rol principal a los Estados, a los actores multilaterales y a las empresas, y se enfoca en la necesidad de que la humanidad rompa las barreras discursivas e institucionales para actuar frente a la crisis.
A estas tres prioridades (el enfoque político, la superación de la economía fósil y la humanidad como actor central) deben subeditarse las instituciones y las narrativas y no al revés. En su discurso, por ejemplo, de manera explícita, señala que los acuerdos políticos climáticos deben guiar a la Organización Mundial del Comercio y al Fondo Monetario Internacional. Esto es disruptivo, porque hasta la fecha, las políticas climáticas se han acomodado a estas instituciones, sus normas y discursos. De la misma forma, Petro invita a todos los organismos multilaterales a ponerse al servicio del propósito de descarbonizar la economía y de la adaptación de los ecosistemas, así como al cuidado de algunos tan estratégicos como la Amazonia. Incluso, convoca a pactar la paz para no perder tiempo valioso en enfrentar la amenaza mayor que vivimos.
El llamado a la movilización de toda la humanidad con o sin permiso de los gobiernos es potente. Invita a jóvenes, mujeres, indígenas y en general a toda la ciudadanía consciente a movilizarse desde la imaginación política y economías centradas en la protección de la vida. Hasta ahora, muchas formas organizativas populares que garantizan la reproducción de los ecosistemas han sido desestimadas por la economía oficial y por las políticas públicas. En Colombia y en el mundo existen modelos de cuidado de semillas y de ecosistemas o acueductos comunitarios que funcionan no sólo sin el apoyo de los gobiernos, sino muchas veces a pesar de ellos. Al menos en el discurso presidencial parece haber un camino para estas soluciones que sí tienen impactos reales.