Colombia ha inaugurado recientemente una nueva apuesta de gobierno y de gestión de la cosa pública que apenas si empieza a mostrar sus primeros gestos, pero ya toda suerte de malos augurios no solo apuntan a pintar catástrofes, sino que además le adjudican los vientos de incertidumbre que soplan para la economía del país.
Como suele suceder, a las habituales resistencias y bloqueos que se le interponen a gobiernos que no tienen su origen en las entrañas de las élites gobernantes de siempre, se le añaden los evidentes yerros que exhiben los gobernantes de tinte social y de izquierda. Eso provoca una especie de ecuación perfecta de zozobra en la que lo que se destaca por un lado es la estrategia ultraconservadora que busca conservar privilegios de la élite y de una franja significativa de la sociedad, y por otro lado, se sobrevaloran las carencias de los nuevos gobernantes.
Vale recordar, sin embargo, que sí hay algo contra lo cual toda empresa, o todo cambio de importancia social debe lidiar, es con la estructura mental fija con la que se asume una misión de transformación. Eso además produce en el entorno o la sociedad un desgaste emocional y síquico que no siempre se presenta de manera tangible, salvo porque las cifras de los trastornos mentales suelen incrementarse.
Pues bien. Los simbólicos primeros cien días de gobierno de Petro pueden mostrar catástrofes por venir para los que creen que eso les ofrecerá rentabilidad política. Y para otros, con las razones contrarias, podrán mostrar que todo va bien y que los cuestionamientos al gobierno son más bien producto de una dirigencia insensible, ahora huérfana de burocracia y contratos.
Lo que parece obvio es que el país decidió inaugurar una nueva etapa de gobierno, pero los renombrados primeros cien días de gobierno no pueden ser el indicador de medida para mostrar si este lleva un rumbo positivo o negativo, pues Petro ha mostrado desde hace tiempo que su apuesta va por una nueva forma de gobernar y de cumplir de veras las deudas sociales que por décadas la dirigencia política gobernante no pudo pagar.
Por eso a veces resulta desconcertante que cierta clase política, empresarial y de los medios, siga insistiendo en presentar que Petro debe gobernar no controvirtiendo a los exponentes de la gran empresa, ni a los poderes externos, sino siguiendo la ortodoxia de quienes han manejado la economía durante décadas.
La verdad, no se comprende cuál es la sorpresa y el enojo, cuando saben que Petro es presidente a pesar de ellos. Y, por si fuera poco, ¿cómo pretenden que un gobierno que no eligieron, acabe dejándoles muchos de los múltiples privilegios que se regalaron con el manejo de la cosa pública durante décadas?
Algo similar, aunque con otra perspectiva, sucede con la dirigencia social y de izquierda que impulsó el respaldo y elección de Petro. Muchos siguen con la vieja visión y usanza de que Petro debe gobernar solo para ellos y ofrecer bienestar solo para ellos. Para un fragmento de este espectro social el gobierno ya está andando hace mucho tiempo, y quieren ya resultados tangibles (coinciden con sus adversarios, pero con exigencias diferentes, por supuesto).
Ven mal que Petro se haya rodeado de tecnócratas o dirigentes liberales de centro, así dentro de la orilla de la izquierda y social no haya el número suficiente de cuadros para cubrir tantas responsabilidades de Estado y gobierno que exigen trayectoria y experiencia, pese a que Petro ha abierto espacios de aprendizaje de gobierno y de la cosa pública para líderes sociales, como era de esperarse.
Por supuesto, grande también es la franja de colombianos que aún están a la expectativa de cómo el nuevo gobierno los tendrá en cuenta, ya sea para mejorar su calidad de vida, o para conservarles el bienestar que han conseguido por muchos años. No se trata solo del llamado centro, sino de vastos sectores de todos los estratos sociales.
Es evidente, en un examen sereno del nuevo gobierno, que este fijó desde el comienzo una ruta de prioridades en la que ha estado empeñado en el poco tiempo de instalado. Si Petro logra entregar la cantidad de tierra que ha anunciado para campesinos, si logra concretar resultados sobre la llamada paz total, o logra un cambio en la manera de afrontar la guerra contra las drogas, el cambio climático, o un giro significativo en el manejo de los recursos que garanticen la producción energética, nadie lo sabe con certeza.
Lo que sí parece claro es que su apuesta de gobierno sigue vigente y que su gestión apunta a cumplir los compromisos adquiridos. El Gobierno debe atender otros frentes, pero es razonable esperar que muchos resultados dependerán, no de su buena voluntad, sino de las contingencias favorables que encuentre en su ejecución.
En este sentido, se pueden compartir los buenos propósitos que ha anunciado Petro en el sector de la Educación o la Salud, pero es prematuro calcular hasta dónde avanzará en los logros que piensa conseguir en esas áreas. Lo mismo cabe pensar en sectores tan sensibles como los pueblos afros o indígenas o, aún mejor, en la vasta franja de mujeres y jóvenes que reclaman nuevos espacios y cumplimiento de derechos. Las señales y gestos prometen hasta ahora, pero las exigencias no cesan.
De hecho, en algunos de estos sectores todavía pesa una dirigencia que, habituada a las luchas sociales en las calles, no atina a ver las nuevas circunstancias y solo apuntan a hacer movilizaciones para presionar las soluciones por tanto tiempo postergadas. Mucha razón les cabe seguramente en esa visión. Pero también es la misma lógica que pesa en la dirigencia insurgente ad portas de iniciar diálogos y negociaciones con el gobierno de Petro.
En esta visión se apuesta por una suerte de oclocracia, en el sentido de que la dirigencia social que se asume alternativa, le cede el balón y las decisiones a las multitudes para que en asambleas y formas populares de participación, presumiblemente decidan lo que finalmente se le arranca, o acuerda con el Gobierno.
Lo cierto es que, como decíamos, lo que parece urgente es cambiar esa mentalidad de quienes ya creen que todo lo saben y todo lo han visto. Y, consecuentemente, creen que el gobierno de Petro calza en una de esas visiones, según el lente con el que se le mire.
A nuestro modo de ver la situación actual, parece más razonable pensar que con Petro podemos estar asistiendo a un nuevo pacto de convivencia en la que por fin se acepte que hay otros actores sociales y naturales distintos a los ya conocidos; un país que apenas asoma (Duncan, 2022). Y en eso es probable que todos los sectores de la sociedad, salvo los radicalistas de siempre, pueden aportar para construir una sociedad libre de violencias y cimentada en la reconciliación.