Barranquilla, la “Puerta De Oro” de Colombia, la ciudad que a punta de creatividad criolla y conocimiento universal, aprendió que la única forma de salir adelante era precisamente levantándose con cada paso erróneo que encontraba en su andar, la ciudad que acogió a propios y extraños que empujados por la primera y segunda guerra mundial, llegaron a estas praderas que más tarde se convertirían en enormes jardines, depredados y casi aniquilados por la maquinaria civil moderna para luego darle paso a los grandes edificios que empobrecieron la magia de uno de los barrios más hermosos del mundo, el barrio el prado.
La cuna del periodismo caribe, el seno que alimentó la pasión académica en aquel cuarto piso donde hoy sigue funcionando la facultad de ciencias sociales y humanas de la Universidad Autónoma Del Caribe. Ese fortín del debate que vio nacer a cientos de profesionales que más tarde pasaron a ser voces a favor de los menos afortunados y críticos del establecimiento público, de la forma de hacer política y del manejo de los recursos distritales y departamentales.
De ese periodismo que se ganó el respeto y la admiración local, nacional e internacional, poco ya queda. La maquinaria política y la descarada hipocresía empresarial de la ciudad le abrieron paso a un filoso cuchillo, al mejor estilo de “Pedro Navajas” que, disfrazado de populismo, fue cercenando aquellas voces y plumas hoy señaladas como “voces disonantes” o periodismo sensacionalista, caramba, como cambió el mundo (al menos eso parece). Quienes no quisieron hacer parte del “cambio”, han intentado sin mucho éxito, conservar su propia voz y opinión sin mucha fortuna, al encontrarse con una sociedad mercantil donde todo debe funcionar y andar al mejor estilo de un reloj suizo, donde cada quien tiene un rol, una posición y quien se atreva a salir de esa “carrera de la rata”, es sentenciado al rechazo y despojo de toda credibilidad.
Dónde está el periodismo investigativo que en décadas pasadas fueron los “heraldos del pueblo”, dónde está el periodismo perspicaz que con documentos y testigos desenmascaraban los actos de corrupción, aquel que en vez de responder “si señor”, preguntaban los porqué y para qué, dónde quedaron los auténticos defensores del pueblo, vaya usted a saber, probablemente fueron un invento del maravilloso realismo mágico de Gabo, o de pronto nos toca buscarlos con lupa al mejor estilo de Sherlock Holmes.
La realidad periodística de la ciudad de Barranquilla es el reflejo de una prensa capitalina, arrodillada a los poderes públicos, hambrienta de pauta oficial, recientemente descubierto como catalizador mágico para temas de corruptela, la mayoría de los medios de comunicación en Barranquilla se desnudaron, agacharon su cabeza y tiernamente se empoderaron de un estilo de vida alegre, la pobre “Cándida Eréndira”, le daría el premio a mejor actuación. Somos testigos de un periodismo románticamente perverso, que, en su afán monetario, terminaron vendiendo su conciencia a una pequeña sociedad de pobre naturaleza desatinada. Nace entonces el cómplice secretismo que se predica hasta hoy, el de aquel susurro de olor putrefacto “ese tema no se toca aquí”, al alcalde “no le gusta hablar de ese contrato”, te van a cortar la pauta “si sigues diciendo eso”.
Pero como lo último que se pierde es la esperanza, sino tomamos este tema como lo que es, un tema de mucha seriedad y de legítimo debate, vamos acabar peor que el pueblo al que se lo llevó el diablo, de mi amigo Alberto Agámez B. Por favor, no claudiquemos y rescatemos al periodismo de las garras cegadoras por el bien de la honorable ciudad de Barranquilla y sus habitantes.