El cambio que requiere Colombia es estructural, a fin de responder al afianzamiento, empoderamiento y control del Estado por una clase política, que mediante métodos de corte populista han diseñado estrategias electorales que les ha facilitado la creación de clanes mercantilistas de la política, cuyo capital está respaldado por los presupuestos de los proyectos de inversión del Estado, bien sea de instituciones del orden nacional, departamentales o municipales, de tal suerte que las campañas políticas no son otra cosa que el mercadeo de los votos para la elección popular de los representantes a las diferentes corporaciones públicas, donde el ganador será quien más y mejor sepa negociar los potenciales proyectos de inversión a ejecutar para la correspondiente vigencia electoral.
El mecanismo expuesto está tan cimentado en la práctica política nacional, que las tales empresas electoreras se heredan, por lo que político o política que se retira, es reemplazado por su hijo o familiar a quien él designe, sin tener en cuenta su idoneidad para el cargo al que aspira. He ahí la razón de la pobreza intelectual en los debates que se dan en los órganos colegiados o ejecutivos, sobre las causas y propuestas de solución a los gravísimos problemas que padecemos. ¡SIMPLEMENTE, NO HAY CON QUIEN!
Pero la solución no está en cruzarnos de brazos. Colombia demanda, de manera urgente, de cambios estructurales en tres sectores fundamentales, si queremos dar el salto al desarrollo sostenible.
La crítica situación del momento, hace de la educación el factor determinante para el apremiante proceso de transformación nacional, haciendo de la niñez una ciudadanía con una sólida formación cimentada en valores, capacitada para interpretar objetivamente la realidad en que vivimos y con una actitud y motivación para vincularse de manera activa en la solución de sus problemas.
Igualmente, hay que hacer de la reforma agraria un verdadero proceso de transformación de las tierras improductivas en modelos de empresas asociativas por acciones, para convertir al campesinado carente de tierra, en actor principal de este proceso. No podemos reducir la reforma agraria a la simple entrega de tierra a los campesinos, dejándolos desprovistos de elementos esenciales para que ellos puedan producir adecuadamente con altos niveles de productividad y de sostenibilidad de su explotación. Al no suministrárseles estos elementos, dicha reforma estaría transformando el latifundio en minifundio, el cual no genera ingresos suficientes para satisfacer las necesidades básicas de las familias campesinas.
En este contexto, es imperativo extirpar de raíz la corrupción y la inseguridad, para lo cual se deben realizar cambios profundos en el sistema judicial colombiano para darle eficiencia y eficacia, eliminando la malla de fisuras y vacíos que presenta, cuyo resultado es el vergonzoso nivel de impunidad del 96%, que por sí solo da a entender que en nuestro país no hay justicia. Es lamentable que esta grave situación no le haya merecido la mínima atención al presidente Petro. Da la impresión que a él solo le interesara hacer uso de la facultad para designar a los funcionarios de la rama judicial.
Colombianas y colombianos, los tres factores anotados anteriormente, constituyen el eje medular para sentar las bases de la transformación que todos anhelamos. Es hora de que reflexiones y actuemos sin prevenciones políticas, antes de que el abismo nos absorba.
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