Lo más desafiante y deprimente es sentir el cambio generacional cuando te hace caer en cuenta lo viejo que estás y lo mucho que te pareces a todo lo que les criticas a tus padres. Hay algunos que se rehúsan a aceptar que son adultos formales, que deben cumplir con ciertas responsabilidades que trae consigo la vida de los grandes y a sus treinta y tantos siguen viviendo con sus padres y usando pantalonetas, chancletas y camisetas con trabajos informales e inestables. ¿Qué dirían mis abuelos con un hijo así? No creo que se lo permitieran. A trabajar o a trabajar y pare de contar. Estudie para encontrar mejor trabajo, cásese, procréese y espere la muerte un día de trabajo a la vez. La disciplina se enseñaba y se aprendía y ya.
¿Gueimboio Nientiendo en la mesa o en una finca? “Suelte esa mierda y hable con sus familia que se ve como un bobo… vea que se le chorrea la baba y todo” sería la inmediata respuesta de mi padre si me viera con uno de esos aparatos. Pero ahora no, ahora la mayoría de los niños de esta generación, los nacidos en este milenio, casi que nacen pegados a estos bichos como los llamaba mi abuela. Ahora veo por todo lado a hijos que controlan a sus padres a diestra y siniestra y padres que le acolitan cualquier rabieta al peladito en el supermercado porque hay que dejarlo “expresarse” o alguna neohippiependejada de esas. Coscorronazo y se acabó la maricada como en los viejos tiempos. La mano dura ya no se aplica y cualquier falla que el baby pueda tener en el colegio es inmediatamente culpa del profesor pero nunca, ni más faltaba, responsabilidad del niño. ¿DVD en el viaje porque el niño se aburre en el carro? Mire el paisaje o duérmase, cante canciones de Piero o juegue con los carritos en la parte superior de la bodega del carro. Hoy en día el chip del mareo se les quemó a los niños pues antes de cantar una ronda infantil, prefieren poner toda su atención en películas que ven con caras de retraso una y otra vez. Y ¿cuál niñera ni que ocho cuartos? En mi niñez eran pocas familias las que tenían a estas señoras vestidas de blanco que son más mamás que las mismas progenitoras del muchachito, y el que la tenía era porque tenía algún problema cognitivo o si no era tetiado, molestado a más no poder por los compañeritos de clase. A nosotros nos cuidaron nuestras propias madres y, claro está, las empleadas de servicio que simplemente nos trataban y regañaban como si fuéramos de ellas. Ningún trato especial, nada.Comida.
Gracias a Dios había mucho menos distracciones electrónicas en mi infancia y pude vivir una niñez de aventuras y mapas, caminatas y comitivas; fogatas y guerras de piedras, bicicletas, balones y piscinas. No digo que ahora no lo haya, pero en un paseo no falta el que está buscando señal por celular o el niño obeso que solo juega videojuegos al que la torpeza de su sedentarismo le impide patear un balón. Ya casi no se ven las familias de clase media-alta, yendo con la olla del sancocho y el panal de huevos duros en búsqueda de ríos en los cuales remojar los pies. Las conversaciones se han vuelto casi que nulas y me siento como un abuelo porque me irrita de sobremanera eso. ¿Cuándo fue la última vez que se sentaron en familia y alguno de ustedes no miró el celular al menos una vez? Probablemente ya ni se acuerdan. Hemos perdido la capacidad de mirar a la gente a la cara y entablar una conversación de más de media hora. Ya importa más el allá que el aquí. Es más importante todo el resto del mundo que la persona que tenés al frente. Esa es la triste realidad.
Me siento viejo porque ya no sé cuáles son los grupos nuevos de moda; porque no soporto el volumen de la música en las discotecas y en los bares; porque me duelen las rodillas de estar parado mucho tiempo y no paro de visualizar mi cama y mi almohada cuando estoy en una fiesta; soy un anciano decrépito porque prefiero una peliculita y arruncharme en la cama antes que salir a beber. Probablemente sea una etapa, ruego porque sea una etapa y no sea el comienzo de mi senilidad a tan temprana edad. Es simplemente inevitable, he llegado al punto en el que por más que luche en contra y me ponga chancletas, pantalonetas y camisetas de superhéroes, soy el “cucho” del bar y el aburrido de la fiesta. Ya ahora pienso en el futuro, en ahorrar, procurar tomar agua cuando bebo para que no me dé tan duro el guayabo, echarme bloqueador, comer saludablemente, acatar la ley, manejar con precaución, sentarme para orinar pensando en la próstata, vicios y chochadas que lo terminar invadiendo y convirtiendo en el ineludible cambio en la generación. A todos nos llega. Nadie se escapa.