"Hay revoluciones que estallan, que suelen ser las políticas, y hay revoluciones que ocurren, que nadie las decreta un día ni se toman el poder, pero van cambiando la sensibilidad, los conceptos, los principios (...) Hoy está ocurriendo una revolución de ese género, y va a cambiarlo todo" (William Ospina).
Vivimos momentos caóticos en lo político, social, económico, militar, religioso y ambiental. Esta tercera década del siglo XXI, nos exige una gran reflexión frente a nuestra actitud ante el planeta, ante la vida en todas sus formas y ante la sociedad; es tiempo de asumir muchos cambios urgentes y a profundidad que nos comprometen a todos sin excepción. No basta con que iniciemos el 2020 con nuevas administraciones regionales y locales, porque en la práctica vemos con preocupación pocos cambios de fondo en las formas de gobernar o en la política trazada. En lo escolar, iniciamos un nuevo año académico, pero aquí en la escuela, también se requieren nuevas estrategias metodológicas y nuevas actitudes verdaderamente participativas y democráticas; urgen nuevos proyectos que nos permitan metas por encima de los DBA (Derechos Básicos de Aprendizaje), y por ende, más allá de la simple preocupación por subir el ISCE (Índice Sintético de Calidad Educativa). Los resultados son importantes, pero los procesos son esenciales.
Por otro lado, recordemos que el paro iniciado el pasado 21 de noviembre de 2019 desbordó las expectativas, permitió aflorar la voz de una ciudadanía que había estado sufriendo en silencio o vociferando en voz baja su descontento y, la indignación nacional rechazó con creativas y entusiastas marchas los reiterados incumplimientos a los acuerdos que se han venido quedando en el papel por falta de seriedad del partido de gobierno. Se evidenció y se sigue rechazando el fracking que arruina la vida en todas sus formas y que ya mostró la reacción de la naturaleza en Australia y en el pulmón amazónico; el pueblo cuestiona duramente un PND (Plan Nacional de Desarrollo) pensado para las multinacionales y el gran capital, pero muy distante del Estado Social de Derecho plasmado en la Constitución de 1991.
De hecho, este 21 de enero, nuevamente el pueblo hará resonar las cacerolas en todas las ciudades con la esperanza de hacer escuchar al gobierno nacional, de manera pacífica, las necesidades que agobian hoy a los estudiantes, trabajadores, sindicalistas, indígenas, afro-descendientes, campesinos, transportadores, mujeres, ambientalistas y toda la diversidad que conforma éste hermoso y rico, pero mal gobernado país.
Los maestros no somos ajenos a ésta lucha. La educación como derecho fundamental, es nuestra principal bandera, pero sigue siendo golpeada con políticas fiscales que priorizan las competencias del mundo del mercado y los resultados estadísticos en las pruebas, sobre el pensamiento crítico, la investigación y las condiciones dignas para niños, niñas y jóvenes en todas las escuelas del país. La política neoliberal se resiste a la reforma constitucional al SGP, pero además, amparada en el decreto 3020, prefiere hablar de maestros “excedentes”, que de niños sin maestros o sin aulas; habla de la urgencia de establecer la jornada única, pero no ofrece las garantías para la misma e irrespeta al gobierno escolar, al imponerla sin tener en cuenta las condiciones previas, planteadas en el decreto 2105 de 2017.
Sumado a lo expuesto, hoy a la escuela, a la que se le vienen cargando todas las responsabilidades y culpas, bajo el discurso demagógico de la inclusión, se le pretende con mucha publicidad, pero sin las condiciones necesarias como infraestructura adecuada, profesionales de apoyo y material didáctico; imponer la tarea de responder por la atención de la población con necesidades educativas especiales (NEE) y de los menores infractores. Para que no se malinterprete, no es negarles la oportunidad, lo que cuestionamos es que deben recibir atención digna y que se les pueda garantizar no solo que estén en la escuela regular, sino una verdadera oportunidad de cambio para su vida. Particularmente creo que el gobierno debe asumir seriamente y con todo lo que ello implica, una verdadera política de inclusión nacional.
Aunque el panorama es preocupante los maestros y la escuela no podemos desfallecer, todo lo contrario, desde las aulas la esperanza debe brillar como lo hace el sol cada mañana. Amamos lo que hacemos y tenemos propuestas: proyectos como “la escuela como territorio de paz”, deben implementarse en nuestros currículos, así como la enseñanza de los derechos humanos, valores y el carácter ciudadano para defender lo propio. Coincido con William Ospina, cuando plantea: “El aprendizaje de nuestro propio valor, de nuestra propia dignidad, es lo primero. Nunca llegará a saber nada el que no sabe de sus propios derechos y posibilidades. Por eso la educación que tiraniza y que irrespeta, la educación que masifica, es fuente de todos los fracasos y todas las violencias. Por ello la educación no es simplemente la solución a los problemas de la sociedad: a veces es el problema. Puede educarnos en la exclusión, en el racismo, en el clasismo, en las manías de la estratificación social. Solo cierto tipo de educación forma realmente individuos y forma ciudadanos” . Como maestra estoy convencida de que debemos hacer todo lo posible por lograr ese “cierto tipo de educación”, que genere la conciencia suficiente para conseguir el cambio que nos exige el momento histórico que estamos viviendo.