Las actitudes carentes de empatía son una especie de autosabotaje a los propósitos de cambio. Del presidente y la vice, de líderes del PH en el Congreso, de las broncas internas, no hacen sino restar. Hasta las del director de la Policía, con sus exorcismos y sus enfoques acerca de la población Lgtb, poco ayudan a convocar.
Por supuesto que la gente votó por cambios. Al menos en el papel hay cambios que tienen todo el sentido. El de la transición energética, un clamor del mundo hace lustros ante el cambio climático, sin éxito; el de la paz, en un país en el que, después de la firma del acuerdo, son asesinados líderes sociales y desmovilizados por centenares y en el que campean grupos narcos y disidencias en los territorios, asolándolos, complementados por la minería ilegal y otros tráficos ilícitos. Los indispensables cambios hacia el logro de mayor equidad social y económica…
Se diría que se trata de una agenda de cambios obvia, que un partido socialdemócrata moderno adoptaría de inmediato.
Sin embargo, más allá de los contenidos específicos de las distintas políticas públicas, vengan en la forma de reformas como la de salud, la laboral, la pensional, contenidas en proyectos de ley, o empaquetadas en el Plan de Desarrollo que se discute actualmente en el Congreso, hay un ingrediente indispensable que se requiere a la hora de impulsar los cambios: la empatía de la dirigencia y en este caso, de parte del gobierno nacional y de líderes “oficialistas” del Congreso. Empatía para convocar, agrupar, construir alianzas, discutir, acordar con diversos sectores de la sociedad y la economía y sacar adelante los cambios.
Es obvio que hay fuerzas resistentes a determinados cambios. Hay fuerzas que viven de la deforestación, por ejemplo, y que en Brasil o en Colombia se le atraviesan a cualquier intento de frenar, por ejemplo, la minería ilegal. O grupos armados que se oponen a que el estado colombiano haga efectiva presencia en los territorios en los que imponen su ley dadas las rentas descomunales del narco.
Y en terrenos más civilizados, hay cambios que requieren, como diría Mockus, de profundas transformaciones culturales. El cuento de la “sociedad del conocimiento” no ha pegado en Colombia y se relaciona, por ejemplo, con la existencia de un aparato exportador altamente vinculado con los combustibles y los “commodities” y poco con procesos sustentados en investigación y desarrollo. No es que haya resistencia a la innovación; simplemente no existe cultura, tanto en el sector público como en el privado, que reconozca el valor de las inversiones requeridas en ciencia y tecnología. Hay que hacer cambios al respecto. (A propósito, estamos viendo pasar como si fuera un cuento ajeno, la revolución de la inteligencia artificial, sin asomos de interesarnos en apropiarnos de ella, justamente, en aras de los cambios anhelados. Bill Gates escribió hace pocos días un artículo, “La era de la I.A. ha comenzado”, que plantea que en 43 años es la irrupción tecnológica más importante y avasalladora con implicaciones descomunales en la forma en que vivimos, producimos y nos educamos).
Volvamos al asunto de la empatía.
Menciono algunas posturas que no convocan.
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El “yo no lo crie” del presidente difícilmente puede atraer miles de mujeres que han tenido que criar solas a sus hijos, ni el “de malas” de la vicepresidenta
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Lo ya criticado, desde varias tribunas, sobre la forma en que la vicepresidenta reacciona frente a determinadas inqietudes, con su “de malas” y su recurrente alusión a que ocupa el segundo cargo más importante del país después de haber sido empleada del servicio. Sin más comentarios.
El “yo no lo crie” del presidente que, difícilmente puede atraer centenares de miles de mujeres que han tenido que criar, solas, a sus hijos por la irreponsabilidad y ausencia de los padres. Como ya se ha dicho, la paz con la organización a la que Petro perteneció, se firmó hace 33 años.
Aunque no se trata de un funcionario de recorrido político, sino de un general de la Policía, las declaraciones del general Sanabria, director de la fuerza, sobre los exorcismos y la población Lgtb, no le suman al gobierno. Tiene todo el derecho a orar y camandulear, pero no a imbuir con sus creencias el ejercicio de su cargo en un país que se supone debe contar con un gobierno secular.
En terrenos de la política, la forma en que distintos actores del gobierno y el Pacto Histórico se lavan las manos o se tiran la pelota, poco añade. El último evento, el del retiro de la reforma política, es tan solo un ejemplo de como el fuego amigo quema naves… Ariel Ávila, Roy Barreras, el ministro Prada, tirándose la pelota del fracaso legislativo en la materia…
Hay otras narrativas, mas de tipo estructural, destructivas.
En mi opinión, la más grave es la de haber ignorado el papel de los pequeños y medianos empresarios como potente motor en la agenda de cambios importantes en el país. Decenas, centenares de miles de empresarios que crean empleo, que están al frente de sus negocios en contextos de alta incertidumbre, han sido dejados de lado. Ellos siguen pedaleando, aunque es una verdadera pena que el gobierno no los haya involucrado. La narrativa de que lo “público” se contrapone moralmente a “lo empresarial” es uno de los mayores errores. Inimaginable un partido socialdemócrata moderno sin contar con los empresarios.