El cambio climático es una realidad. Desde hace años, expertos y científicos venían advirtiendo sobre el fenómeno y las graves consecuencias que generaría. Se intentó realizar pactos mundiales para intervenir el problema, pero los resultados señalan que de nada sirvieron.
El 11 de diciembre de 1997 en Kioto, Japón, se intentó concertar un protocolo frente al cambio climático que tenía por objetivo reducir las emisiones de los gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global.
El protocolo fue inicialmente adoptado en 1997, pero no entró en vigor sino hasta el 16 de febrero de 2005. En noviembre de 2009 eran 187 estados los que ratificaron el protocolo; sin embargo, países como Estados Unidos, mayor emisor de gases de invernadero a nivel mundial, no ha ratificaron el protocolo y, por el contrario, se retiró del mismo.
La realidad hoy en día es que lo que se anunciaba como amenaza se volvió una realidad: el cambio climático llegó para quedarse. No solo ha afectado el régimen de lluvias sino que ha elevado las temperaturas de muchas regiones del planeta, incluida Colombia, regiones frías se han vuelto templadas, regiones con alto nivel de lluvias observan largos periodos de sequía. La Guajira, por ejemplo, lleva cuatro años azotando la región con extremos descensos de lluvias y elevadas temperaturas, con graves consecuencias en la calidad de vida de sus habitantes, e incluso incidiendo fuertemente en la muerte de niños dado que el cambio climático acelera la desertificación que genera, a su vez, inseguridad alimentaria y esto conlleva a desnutrición generalizada para todo el grupo social, de mayoría indígena, que habita esta región.
¿Pero qué ha pasado en Colombia? La respuesta es fácil: que no se hizo nada significativo. Muchas iniciativas se quedaron en el papel. Durante años una norma exigía a los municipios destinar el 1 % de sus planes de inversión para reforestar cuencas y microcuencas productoras de agua, pero no se cumplió, nadie le hizo seguimiento, nadie fue sancionado, sino, por el contrario, la deforestación se incrementó, la tala de árboles y creación de zonas de pastizales para ganado o cultivos transitorios lícitos e ilícitos se aceleró, y ahora ese descuido nos está pasando la cuenta de cobro.
Se lee en las noticias que la mayor parte de municipios de país han comenzado a racionar el suministro de agua, que el río Magdalena ha descendido tanto que ya no se puede navegar. Una de las maravillas del mundo, Caño Cristales, tuvo que cerrar porque el rÍo se secó con el riesgo de que sus algas multicolores se extingan por la falta de agua. En La Guajira, pese a la grave crisis, el presidente prometió 100 pozos profundos de los cuales solo han construido 38 después de dos años, cuando se necesitan en la realidad más de 4.000. En fin, lo que se ha observado en Colombia no solo es que no nos preparados para el cambio climático, sino que afrontando ya la dura realidad, las acciones son insuficientes porque para el gasto público social de la Nación es más importante una carretera 4G que garantizar el agua a la población, dado que el agua es sinónimo de vida y su ausencia es sinónimo de muerte.
¿Qué requiere hacer Colombia? Adoptarse a la nueva realidad, asumir verdaderos compromisos, asignar recursos prioritarios a este tema, construir represas y sistemas para almacenamiento de aguas en época de lluvias. En La Guajira y en muchos municipios del país se deben construir represas y embalses, en terrenos planos se debe construir grandes reservorios que almacenen agua, reforestar de verdad y educar a la población. Esto se debe hacer de la mano con el sector privado, dado que la falta de agua no solo afectará a la población y las familias sino que afectará la economía profundamente.
Ojalá los dirigentes de este país se pellizquen y comiencen a pensar en grande, con altruismo y visión, sin pensar en el cómo voy yo en cada proceso.