Sentado frente al computador me pregunté si contar que me han robado dos veces y de la forma más miserable, me tornaría nuevamente blanco de los timadores. Después de darle vueltas al asunto, estoy seguro que, como diría el filósofo de Vijes: “El que incurre en el mismo error, es porque se cayó del zarzo.”
La primera vez, retiré en un banco en la Plaza de Caycedo, de Cali. Creyendo que estaba amparado por una amplia concurrencia a esa hora de la tarde, me fui caminando con mi maletín, sin “dar visaje”, como dicen los jóvenes hoy día.
Antes de llegar al semáforo, dos ladrones me abrazaron. “Hace tiempo que no te veíamos”, dijeron, acompañando sus palabras con risas, como amigos de toda la vida. Uno de ellos me colocó un cuchillo en el costado y me pidió la plata. Sabía dónde la guardaba. Me dejó el celular. Todavía me pregunto si fue porque el teléfono le pareció de los más baratos o, tal vez, muy chichipato.
La segunda vez, más reciente, en un cajero automático del centro. Introduje la tarjeta, marqué la clave y, nada. “Inténtelo de nuevo”, decía la pantalla.
Entre tanto afuera, dos personas. Un ejecutivo en apariencia y, detrás, una señora que veía su teléfono.
Después de muchos intentos, decidí irme. Entró el “ejecutivo”. Me llama con insistencia: “Señor, aquí dice que su transacción todavía está en proceso. Venga y la cancela”. Y allí fue Troya.
“Marque su clave, me dice, e inténtelo porque parece que sí va a funcionar.” Y se dio vuelta, en apariencia. En el teclado había una sustancia con la que él y la señora que veía el celular, como distraída, lograron identificar los cuatro dígitos.
“Venga le ayudo a limpiar el chip”, me dijo y, en cuestión de segundos, me hizo el “cambiazo”. Me pasó una tarjeta débito idéntica. Total, en menos de una hora me sacaron $11 millones de la cuenta. Dos millones de retiro y nueve millones en compras en varios centros comerciales. ¿Pude reclamar? En absoluto, porque el banco anuncia en el mismo cajero, que no acepte ayuda de nadie.
No está demás que tome nota. Y, aunque quien le ofrezca ayuda sea la misma Esperanza Gómez, con diez años menos, dígale: “Gracias, prefiero vivir”, y salga de allí corriendo… ¡Lo van a robar!