Los personajes, las circunstancias y los hechos de esta historia parecen propios de una comedia, de una telenovela o, si se quiere, de una caricatura: un poderoso fiscal, una politóloga bogotana devenida en aristócrata austriaca y un físico de altas energías que en lugar de partículas analiza crímenes. Sin duda, un pintoresco triángulo multidisciplinario, bien fondeado por cuenta del presupuesto de la Fiscalía General de la Nación, y dispuesto a revolucionar el mundo del derecho penal a punta de regresiones lineales y hojas de cálculo en Excel. En una vieja historia medieval, un gato, para no morir, debe hacer uso de todos los recursos de que dispone: fingir que su amo es un marqués, por ejemplo. En nuestra historia, para sobrevivir en el mundo de la contratación pública, el fiscal, la politóloga austriaca y el PhD en física fingen haber encontrado la piedra filosofal de la criminología en Colombia y, por la mera fuerza de su palabrería, la venden muy bien en el centro mismo del poder colombiano.
En lugar de cuestionar la postura ética de los personajes de esta historia, quiero proponer un ejercicio diferente, más interesante. Quiero suponer que todos actúan de buena fe, con un interés genuino por aplicar nuevas técnicas para el estudio de crímenes sistemáticos por grupos al margen de la ley. Que el fiscal, que no por ser fiscal deja de ser abogado, cree, como el hielo de Macondo, que el cálculo infinitesimal o el álgebra lineal son los grandes descubrimientos de nuestro tiempo. Que la politóloga, que no por ser doctora deja de ser contratista, cree que la algoritmia y la computación son las grandes revoluciones que necesita el derecho penal para disminuir la impunidad. Y que el físico, que no por ser físico deja de ser hermano de la hermana, quiere que ésta continúe con una rutilante carrera como contratista y, por cariño o amor, la ayuda con sus conocimientos matemáticos. Y finalmente que todos creen sinceramente que, por su novedad, el trabajo vale una considerable suma de pesos colombianos.
Normalmente, las instituciones públicas contratan costosas firmas de consultoría para realizar trabajos del mismo tipo, con precios mucho más elevados y con resultados iguales o incluso peores. Es un hecho positivo, por lo tanto, que en este caso se haya querido incentivar el pujante emprendimiento colombiano. Ahora bien, parte de lo que sale mal en esta historia es que este creativo trío interdisciplinario parece actuar al margen de la realidad científica, guiados por la buena fe pero también por la ignorancia y la autocomplacencia: todos se admiran porque cada uno sabe lo que el otro no sabe y sin embargo, pese a que casi siempre ocurre lo contrario, aquí la suma de las partes es menor que el todo.
La moraleja más importante de esta historia es que no parece tan cierta la ubicua escasez de fondos públicos para la investigación en Colombia y que Colciencias no es la única entidad capaz de fondearla. Con seguridad, la Fiscalía es una de muchas instituciones públicas o privadas que pueden disponer de suficiente dinero para financiar una genuina investigación científica, cuyos resultados la propia institución reconoce que necesita.
¿Cuántas investigaciones doctorales podrían financiarse con 4.000 millones de pesos? ¿20? ¿Cuántas tesis de máster? ¿100? En otras latitudes la investigación se hace sobretodo al nivel del doctorado, y muchos doctorantes, en lugar de una universidad, trabajan directamente en una empresa pública o privada bajo la supervisión de un investigador experimentado. Lo que es más importante aún: a lo largo de su investigación, los doctorantes deben presentar sus resultados, someterlos a la crítica, discutirlos y publicarlos, lo que normalmente garantiza su calidad y seriedad. Por eso, quiero proponer la creación de las Springer-Montealegre fellowships para el análisis de conflicto por medio de técnicas cuantitativas avanzadas. Para empezar, por iniciativa de la Fiscalía podría ofrecerse unas 10 becas doctorales y 2 postdoctorales, que serían otorgadas por concurso, con pares evaluadores, cuyo monto total sería muy inferior al actual contrato.
No es que sea poco serio trabajar con los amigos o los familiares que uno considera brillantes (porque a lo mejor lo son), sino que el efecto práctico de hacerlo es poco o ninguno. Los resultados se pierden, no se transmiten y difícilmente el conocimiento adquirido se acumula. Además, por lo visto, es caro. Si de revolución se trata, sería realmente novedoso y sobretodo útil que las empresas públicas y privadas en Colombia incentivaran la investigación, financiándola, vinculando a las universidades o a los centros científicos del país. Un primer paso para conectar dos mundos que en Colombia han estado desconectados.