Ya casi llega la primera temporada de lluvias a Colombia y sin duda alguna, cada día los ciudadanos se verán más afectados por la fuerza de las aguas. Eso sucederá así por las equivocadas decisiones técnico-políticas que se han venido acumulando y no a causa de un castigo divino.
La alcaldesa hace poco declaraba a la prensa que los desastres resientes de Bogotá se debían al calentamiento global y a la deforestación de los cerros, pero claro, el problema es mas complejo de lo que a primera vista un televidente puede interpretar y por lo tanto es deber de todo ciudadano tratar de entender lo que está sucediendo en cualquiera que sea el centro urbano donde viva.
El uso del suelo depende de decisiones políticas y en el proceso de deforestación intervienen los campesinos, los industriales de la madera, los especuladores inmobiliarios, los invasores de tierras y los pirómanos. Una vez tumbado el bosque, entonces las aguas caen directamente a la tierra, para luego rodar a altas velocidades por la pendiente hacia las zonas planas, arrastrando toda clase de partículas. Pero sembrar árboles en las laderas o poner plantas ornamentales en las zonas urbanas sin enfrentar el problema de la expansión del asfalto y el concreto es permitir que el problema de las inundaciones siga creciendo.
En un lugar donde las construcciones estén suficientemente rodeadas por suelos cubiertos con una buena capa vegetal, la radiación de los rayos solares y las aguas lluvias son recibidas o aprovechadas por los árboles y en consecuencia tenemos menor temperatura, así como una inferior velocidad de las aguas superficiales porque parte de ella va a alimentar los pozos subterráneos o como se dice, los acuíferos.
Ahora bien, cuando los politiqueros ególatras aprovechan sus puestos de poder para querer perpetuar su imagen repartiendo contratos en obras faraónicas como autopistas, plazas y grandes complejos urbanísticos convencionales, entonces desaparecen las zonas verdes, se impermeabilizan los suelos y la ciudad se va convirtiendo en un enorme embudo sobre el cual las aguas lluvias caen para empezar a fluir cada vez más rápido hacia las zonas bajas donde tarde o temprano las alcantarillas colapsan y los ríos se desbordan. Eso sin contar que el cemento se transforma, por la incidencia de los rallos solares en extraordinarios elevadores de temperatura y crean, junto con los gases de la combustión, sobre las ciudades lo que se conoce como islas de calor. Por eso ciudades como Bogotá y Medellín cada día sufrirán más con los problemas de contaminación, las inundaciones y el aumento de la temperatura.
Para reiterar que estos son problemas políticos será suficiente contarles que el anterior alcalde de mi pueblo, después de estar posando como gran reforestador de los cerros, tras las quemas de verano, poco antes de las elecciones del 2019 se dedicó a dar contratos, utilizando a sus expertócratas de la oficina del medio ambiente DAGMA. Dichos contratos pretendían “modernizar” o “adecuar” los parques a las nuevas circunstancias, pero como los lectores ya adivinarán y como ya es tradición, toda “remodelación” significó nuevos metros cuadrados de asfalto sobre las zonas verdes. Así es como hoy los parques se llenan de pistas de ciclocrós, la caceta comunal, la iglesia, la plaza, los senderos peatonales, la placa de concreto para la cancha de fútbol y el puesto de ventas informales. Pero eso no es todo, ya el actual mandatario esta pensando en tres nuevos parques donde muy seguramente habrá que hacerle "algunas adecuaciones” para el disfrute de la comunidad.
Por todo lo anteriormente dicho, no es difícil adivinar que llegarán abril y mayo y con ellos las inundaciones.