“Por favor señores, no nos dejen solos…” fueron las palabras que apenas susurraba la anciana, protagonista de esta historia, cuando la comitiva presidencial abordaba sus vehículos listos para irse. Y es que los que fuimos testigos de la tristeza que se le notaba de lejos en el rostro a la venerable anciana, aferrada de su camándula con las escasas fuerzas que le quedaban, mientras repasaba con sus dedos cada una de las 33 sartas de cuentas que tenía aquel artificio religioso, creímos de verdad que los milagros se podían hacer realidad si con sus rezos y oraciones. Ella, obtenía la respuesta a la pregunta que le hacía con algo de insistencia y mucho de obstinación a sus vecinos, incluido al señor presidente de la República, que ni siquiera hizo eco de sus peticiones y reclamos ya que fue uno más de los que pasaron raudos por aquel paraje remoto ubicado en el Bajo Cauca antioqueño; escenario por enésima vez de otro de los desmanes y de las arbitrariedades que a diario y a plena luz del sol, hacen los bárbaros amparados en sus gatillos de fácil accionar.
Lo que la atribulada anciana quería saber era el destino de su hijo Agustín, ahora en poder de uno de los tantos grupos que se disputan a sangre y fuego buena parte de esa región que dejó de ser desde hace un buen rato la despensa agrícola, piscícola y maderera de Antioquia, para convertirse hoy en una de las más turbulentas y agitadas del país, merced a que allí pretenden cohabitar, con sus rencillas y venganzas a flor de piel, una serie de personajes de la peor lacra, que ni siquiera los más de diez mil ojos que dicen vigilarlos, han podido dar con el paradero de sus jefes.
Hoy, buena parte de los colombianos hablamos con tal naturalidad del corregimiento El Guáimaro, en jurisdicción de Tarazá, como si todos lo hubiéramos visitado alguna vez en nuestra vida y cuando, a duras penas, lo han aprendido a pronunciar con la tilde en la a, cuyo nombre se le debe a un árbol que fue venerado por nuestros antepasados, con frutos que son como unas bayas muy parecidas al café y que llegó a nuestras tierras desde el lejano México de los mayas.
Sin embargo, para las personas que allí nacieron, se criaron y se levantaron en paz, no deja de ser una tragedia y un verdadero drama humano que por causas ajenas a la voluntad de todos hayan perdido la vida en los últimos días y de manera miserable. Los paisanos Carlos Andrés Chavarría Posada, Danilo Alfonso Montalvo Tuberquia, Wilmer Alexander Sampedro Posada, Luis Alberto Villegas Martínez y Jorge Eliécer Rodríguez Monsalve; sin que todavía se conozca la suerte de otros tantos de los habitantes de municipios como Cáceres, Caucasia y Nechí, que han tenido que abandonar la región y salir corriendo con lo único que llevaban puesto, sólo porque a alguien le pareció que esas fértiles tierras solo pueden ser sembradas de lo que ellos digan.
La sevicia, la crueldad y el salvajismo con el que actúan todos los grupos que encontraron en aquellas tierras el mejor escenario para su guerra, ha dado pie para que muchos de los pobladores señalen que allí, así lo quieran contradecir las autoridades locales y regionales, el Estado ha perdido el control y lo que se conoce como la institucionalidad ha sido un total fracaso y camina con pasos agigantados hacia su más franco deterioro porque el ciudadano le perdió la confianza, como ya se ha dicho en otros textos escritos sobre el mismo asunto.-
La tarde ha caído y con ella parece desvanecer la esperanza que tiene doña Amalia, madre de Agustín y dueña de unos asombrosos ojos de un azul intenso, de ver con vida y abrazar de nuevo a su hijo, mientras a lo lejos se escucha un lamento en tiempos de ranchera que habla de un tal “Juan que un día domingo que se andaba emborrachando a la cantina le corrieron a avisar, cuídate Juan que por ahí te andan buscando son muchos hombres no te vayan a matar”.-
Y ante tan desolador panorama, que en lo corrido de este año 2020, que apenas despunta en el almanaque, las noticias confirman que más de 30 personas han sido asesinadas sin fórmula de juicio en por lo menos tres de los seis municipios del Bajo Cauca, amén de las granadas que estallan en horas nocturnas y de balaceras que sacuden las madrugadas, el presidente Iván Duque Márquez y su equipo de enredadores siguen con su cantilena de declaraciones que “están defendiendo y defenderán la vida” de aquellas personas que, por su labor comunitaria, están signadas hace rato con una invisible cruz de víctima, cuando el Estado tiene la obligación constitucional de defender la vida, honra y bienes de todos los ciudadanos, pero ya sabemos que esto no es más que letra muerta.-
Quienes visitan la zona con frecuencia recuerdan que hace unos cuatro meses sus habitantes clamaban por acciones integrales del Estado, que no sólo se materializaran con el natural envío de militares o policías, que al parecer se volvieron el trompo de poner de todos los gobiernos, sin que esto quiera decir que no es necesaria su presencia.- Lo que pasa, dicen sus pobladores, es que ante el abandono estatal y la escasa voluntad que tienen los gobernantes de entender nuestra realidad, de nada sirve ser el centro de grandes operativos, que a la hora de la verdad son flor de un día, mientras que la solución a nuestras necesidades se mantienen represadas y lo peor, como lo vimos a mediados del mes de agosto del año pasado, cuando con anuncios extraordinarios y rimbombantes, propios de su autor, se inauguró el hospital de Caucasia, que a la fecha no ha podido cumplir con el propósito loable de atender de manera adecuada los pacientes que allí acuden.-
Por ahora la esperanza que les queda a muchas de las comunidades es que el gobierno de verdad acelere lo estipulado en iniciativas como el Programa de Desarrollo con Enfoque Territorial, PDET, en donde están priorizados los municipios de Amalfi, Anorí, Briceño, Cáceres, Caucasia, El Bagre, Ituango, Nechí, Remedios, Segovia, Tarazá, Valdivia y Zaragoza.-
Después de la visita de Iván Duque Márquez y del gobernador Aníbal Gaviria Correa y los altos mandos militares, un líder de Tarazá alcanzó a declararle a los medios locales: “Bien por la voluntad, pero tenemos el campo totalmente desprotegido. ¿De qué sirven que envíen militares en las zonas urbanas si en los corregimientos y en las veredas estamos completamente abandonados?”.