El caleño que hipnotizó a Suecia

El caleño que hipnotizó a Suecia

De un orfanato en Cali, John Montoya se convirtió en una estrella musical que lo llevó a ganar 'Suecia tiene talento', y ahora planea conquistar Europa

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abril 18, 2015
El caleño que hipnotizó a Suecia

Cuando John Montoya llegó recién nacido a Mittaladen, adoptado por una pareja de Samis, la única tribu indígena que aún habita las escarpadas montañas de Escandinavia, sus padres creían que el niño no resistiría el clima glacial. En este pueblo al norte  Suecia, el agua se congela apenas sale del grifo. Los cuarenta grados bajo cero han llevado a muchos a la locura. Hace menos de un siglo, una expedición se perdió en medio de una tormenta de nieve. A la semana, presas de la desesperación, empezaron a atacarse unos con otros. Los sobrevivientes se comieron a los caídos. Treinta años después encontraron los despojos de los incidentales caníbales intactos, como si el tiempo no hubiera pasado sobre ellos. El frío los había conservado.

Los padres del caleño no querían reeditar historias como ésta. Lo untaron grasa de reno en la piel y le dedicaron a sus dioses plegarias milenarias. John se enfrentaba a una segunda muerte. La primera había ocurrido siete semanas atrás, cuando sus padres biológicos lo dejaron abandonado en un orfanato en Cali. La segunda la vivía ahora, oprimido en los cuarenta grados de su nuevo hogar. Sin embargo su voluntad terminó ganándole el pulso a la muerte. Los dioses escucharon las oraciones y a punta de amor el niño colombiano no sólo vivió sino que se fue convirtiendo, al cabo de pocos años, en uno de los 1.000 sumis que aún se dedican al pastoreo en Suecia.

Olvidó el idioma que sus genes traían y dejó el apellido Montoya para ponerse el de Fjällgren. De ahora en adelante se llamaría John Hendrik  Fjällgren.

A los 12 años iba a la escuela y, respondiendo a una tradición muy antigua, se ganaba la vida cuidando la doce de renos que tenía su familia. Siendo muy joven conoció a Daniel, el amigo que lo marcaría para siempre. Ambos viajaban en trineos por el paisaje blanco. El traje grueso, hecho por su madre con el cuero de renos viejos, lo protegía del frío. No importa cuán gruesa fuera la nieve o que tan temible pudiera ser una tormenta, Daniel y John subían, como dos cabras, los riscos más puntudos.

Un día Daniel no volvió a salir. Los médicos lo vieron y el diagnóstico fue inapelable: a sus veinte años padecía de diabetes. La enfermedad y la tristeza consumieron al joven en un par de meses. Cuando el ataúd en donde navegaría hacia la eternidad fue sepultado por la blanca tierra de Mittaladen, a John Hendrik le salió de los más profundo un joik, aquella forma de cantar creada por el pueblo indígena sueco que a pesar de no tener casi letras, expresa un sentimiento muy hondo. Daniel se le aparecía en sueños y le susurraba esas canciones viejas que él nunca había escuchado. Sin tener ninguna preparación en conservatorio alguno, el joven pastor de ovejas descubría que había sido tocado por un don que el desconocía.

Al principio le cantaba a sus ciervos, luego a los niños de la zona. Sus padres lo escucharon y supieron al instante que estaba ungido, que desde el otro lado del mundo tenía que venir un muchacho a resucitar una tradición que se creía perdida para siempre.

Cuatro años después, el jurado de Suecia tiene talento se rindió ante su voz. No se necesita hablar mandarín o finlandés para entender las profundidades del alma y nada como un joik para expresar un sentimiento. En la final John tenía que enfrentarse a un grupo de experimentados motociclistas que arriesgaban sus vidas en temibles acrobacias. Sin embargo, ningún sueco podría olvidarse de la fuerza emocional del pequeño Sami.

Ganó y el triunfo se gritó en toda Suecia como si hubiera sido un gol de Zlatan Ibrahimovic. El canal privado TV 3 que emite el programa, le entregó un cheque de un millón de coronas, unos trescientos millones de pesos. La totalidad del premio lo donó el joven de 26 años a una fundación que previene la diabetes: era la forma que tenía de darle las gracias a Daniel por haberlo inspirado.

A pesar de que ahora las giras y compromisos que tiene por ser toda una figura pública lo tienen moviéndose por el mundo, John Hendrik lo único que quiere es volver a Mittaladen a estar con sus padres y con sus renos. Colombia es un capítulo de su vida que más bien le interesa poco pero donde ha estado invitado por la embajadora para celebrar el día nacional de Suecia pero donde viene y se va porque su alma está en los riscos helados de Mittaladen

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