Unas horas antes de que la cadete Lina Maritza Zapata se graduara de alférez, su madre, Adiela Gómez, la llamó con insistencia al celular. Nunca le respondió. Ese 25 de enero del 2006, Adiela se lamentaba de no haber podido desplazarse desde Marsella, Risaralda, hasta la Escuela General Santander de Bogotá para acompañarla en su graduación. Un peldaño más en la carrera de esta joven que avanzaba en la Policía.
Después de decenas de intentos, una voz extraña le contestó el celular. Con frialdad un oficial se lo dijo: su hija estaba muerta. En la noche de ese 25 de enero el cadete de la Escuela General Santander, Julián Andrés Lucumí, entró a los dormitorios colectivos y encontró a Lina Marítza tendida en el suelo, bañada en sangre y con un disparo en el rostro. Asustado, corrió a informarle a sus superiores. El shock en el que estaba no le impidió notar que la reacción de los oficiales era extraña. En vez de llamar al CTI de la Fiscalía, decidieron buscar un experto en balística de confianza de la institución.
Adiela tomó el primer vuelo que pudo para llegar a Bogotá. El entierro de su hija sería en su pueblo, en Marsella, Caldas. El propio director de la Escuela, el general Álvaro Caro Meléndez, la recibió con una información que le sonaba extraña: Lina Maritza estaba en una profunda depresión por un desengaño amoroso, razón por la cual se había quitado la vida. Para Adiela nada de esto era cierto. Sabía, por el contrario, de su felicidad por la graduación y decidió indagar por su propia cuenta con los cadetes compañeros.
A Lina Maritza Zapata la desvelaba los escabrosos secretos que había descubierto dentro de la Escuela. Estaba decepcionada por haber descubierto a través de un compañero, el alférez John Cifuentes que, al parecer, existía un álbum con fotografías de cadetes que les ofrecían a oficiales de alto rango y a congresistas. El valor del favor sexual estaría oscilando entre el $1.000.000 y los $4.000.000. Pertenecer a ese círculo, que desde esa época ya se empezaba a conocer como La Comunidad del Anillo, significaba acceder a regalos como motocicletas scooter, viajes en avión e invitaciones a restaurantes de lujo. Lina Maritza Zapata sabía tanto sobre la presunta red de prostitución dentro de la Policía que hasta conocía el nombre del supuesto coronel que cargaba el catálogo de los cadetes: Jerson Jair Castellanos.
Adiela se limitó a actuar como cualquier madre dolida. Pidió el uniforme de su hija; quería enterrarla con éste. Le entregaron su par de botas altas. Nunca creyó en la versión del suicidio. A los tres días de la muerte de Lina Maritza, el CTI de la Policía cerró la investigación.
Pero pasaron más cosas. El cadete Lucumí, quien había encontrado su cadáver, fue retirado a las dos semanas de la Escuela y trasladado a la seguridad del Palacio de Nariño. Alcanzó a advertirle a Adeila en sus palabras “sobre las cosas raras” de las que había sido testigo en los dormitorios de la Escuela, esa noche del 25 de enero del 2006. El viaje a Marsella se frustró dramáticamente. Lucumí fue encontrado con un balazo mortal en el pecho. Se habló entonces de un misterioso accidente.
Pero sus compañeros cadetes sí supieron de lo ocurrido. Habría sido el propio director de la Escuela, Álvaro Caro quien habría ordenado quemar las prendas y cambiar la localización de los objetos y el cuerpo de Lina Maritza. Se lo hicieron saber a su mamá Adiela Gómez.
La indignación le dio la fuerza para no acobardarse. Seis meses después, la Fiscal de la Unidad Primera de Vida de Bogotá, Esperanza Acevedo, ordenó abrir la investigación. La versión del suicidio no resultaba verosímil. El dictamen de Medicina Legal confirmó sus dudas: en la mano de Lina Maritza no había un solo rastro de pólvora; ella no había disparado el arma.
Las presiones cayeron sobre ella. Adelia tomó el rumbo del exilio.
Después de nueve años, la investigación por la muerte violenta de Lina Maritza salió por fin de los anaqueles de la Fiscalía. En el 2014 se ordenó su exhumación, una orden judicial que solo se cumplirá este viernes 19 de febrero, dos años después. Los restos de la cadete darán la clave.