EL USO DE UN LÁPIZ EN TODAS SUS ALOCUCIONES, tiene un sentido simbólico indudablemente profundo. Creo interpretar, que el lápiz, que maneja Gustavo Petro con maestría y, que muestra en sus intervenciones, reivindica su función en el desarrollo de las ideas. Igual la espada de Bolívar o un busto de este recientemente traído de Venezuela, son un conjunto de símbolos que componen una serie de mensajes subliminales. En este caso es el lápiz el instrumento fundamental para reescribir nuestra pisoteada historia.
El manejo del lápiz en sus intervenciones, funciona como el énfasis que solidifica el argumento, el elemento que le proporciona el toque final a la concreción de la idea. No es gratuito mantener en sus manos, un lápiz que muestra, cohesión, cierra el círculo y enfatiza la congruencia y coherencia en la exposición tecnocrática o el dialéctico discurso.
Antes que el bolígrafo, el lápiz, junto con el borrador encabezaban la lista de útiles escolares y anterior al maremágnum tecnológico, cuando todo se escribía a mano, el lápiz era el protagonista. Segun la Ciencia Médica, esta demostrado, que la escritura a mano especialmente con lápiz, junto a resolver crucigramas, mejora la actividad neuronal y previene o retrasa enfermedades como el Alzhéimer. La escritura a mano, mejora la organización espacial y la coordinación viso-motora entre el ojo y la mano.
El maestro a la tiza, el estudiante al lápiz. Los Lápices en su representación más significativa marca Icolapiz y su hermano Siamés el sacapuntas, escribieron la historia, llenaron planas, se escribieron poemas, grandes obras literarias, bitacoras; con los lápices se elaboraban los planos Arquitectónicos, y era el arma más práctica para dibujar -los Faber Castell- en sus diferentes calibres, usados para mejorar la expresión en el dibujo. El lápiz se ha dejado a un lado, hoy Gustavo Petro lo enaltece, lo reivindica como símbolo de la educación.
En un país como el nuestro, con deficiencias en la calidad educativa, donde deliberadamente y de manera planificada, desmejoraron la publica, mucha gente es presa de la desinformación, multitudes son manejadas y manipuladas por una clase política que aprovecha y embauca. Políticos que solo buscan réditos personales y otros solo preocupados por eternizar sus espurios privilegios. Completa el circulo, unos medios de comunicación militantes y nefarios, puestos al servicio de la causa de extrema derecha, que propugnan por la intolerancia y el autoritarismo.
En este orden y en aras de lo anterior, muchas de las realizaciones de un gobierno bien intencionado como este, son tergiversadas, malinterpretadas, se inventan verdades a medias y venden físicas mentiras, todo de manera holística, en un afán enfermizo por desprestigiarlo. Los autores de estos atentados, se les caen por su torpe manejo, se convierten en el bumerang que se les devuelve y, sucede, que en vez de hundirlo lo catapulta. Esta misma estrategia de desprestigio se implementó en su Alcaldía de Bogotá y los resultados todos los sabemos: gracias a la torpeza del procurador de la época Alejandro Ordóñez Gustavo Petro fue restituido. Hoy, los mismos andan en las mismas. Ante esto se tiene que convocar, un frente común para confrontar, neutralizar y corregir. Hay que propugnar, que los argumentos prevalezcan sobre las falsedades; donde escasean los buenos propósitos sobresalgan las virtudes, el ejemplo y las sanas costumbres.
Asi las cosas hay que apelar a la pedagogía, pero ella, tiene que ser permanente, brindarle una oportunidad al lápiz y con él en la mano, explicar las bondades, de lo que se quiere lograr con el cambio profundo. Las reformas hay que explicarlas en su verdadera dimensión, habrá disensos que son inevitables habrá consensos que son logrables. En esa lógica es donde entra el lápiz como elemento pedagógico, señal de enseñanza señal de aprobación o desaprobación y con el, sacar el maestro que todos llevamos dentro, cuando se encuentra en la edad que solo se pueda dar el buen ejemplo, y ya no tenemos ánimo, ni la formación ética, para ejecutar malas acciones.
El lápiz, en este caso es simbólicamente pedagógico. Con el lapiz se ejerce un poder didáctico, que acota y señala, con el se dan instrucciones, ordenes cumplibles unas, otras no tanto,
pero aun así, el lápiz ejerce su poder simbólico de ser el elemento imprescindible en el mensaje que se desea transmitir.