El jueves 11 de abril, Jair Bolsonaro, de 64 años, cumplió 100 días como presidente de Brasil. Las expectativas frente a este gobierno estaban caracterizadas por las promesas de cambio en un país corroído por la corrupción y el mal manejo de las empresas estatales. De hecho, este panorama, sumado al apoyo de Trump y otras figuras de la política mundial, hizo que un exmilitar —con un discurso de transformación para una nación necesitada de promesas y de un clamor de pasión, amor y compromiso por cambiar el rumbo— lograra que los brasileños confiaran en él y sus propuestas.
Bolsonaro llegó en un momento de cambios políticos a nivel mundial. Si bien es cierto que las elecciones se dan por muchos factores, es evidente que se está creando un nuevo orden dentro del sistema internacional, en el cual Estados Unidos y las principales potencias buscarán el control político y económico moviendo las fichas del ajedrez a su antojo.
El triunfo del Trump tropical, como se le conocía por algunos medios de comunicación a Bolsonaro, no solo fue un duro golpe contra la izquierda política latinoamericana, sino que representó el momento de aburrimiento político de los brasileños con sus dirigente. El triunfo del presidente puede considerarse también como un castigo por los casos de corrupción en los que se han visto involucrados los principales líderes del país. Pero otro acto que catapultó definitivamente a Bolsonaro al escenario de la presidencia fue el atentado contra su vida. Ese hecho marcó la victoria del exmilitar el 28 de octubre de 2018, día de las elecciones en el país.
A nivel internacional, Brasil apenas está ejerciendo un protagonismo frente a un caos llamado Venezuela. Su principal aliado en la región es Estados Unidos y ahora Israel ha entrado en el selecto grupo de países que integran las estrategias de la política exterior de Bolsonaro. La visita a Trump y Netanyahu se da en momentos clave para el presidente, en los que está estructurando el camino de su gobierno para los próximos cuatro años, buscando desde ya una posible reelección.
A nivel interno, las decepciones políticas que ha generado Bolsonaro pueden despertar el clamor de cambio. Los cambios que esperaba la población con el presidente no han superado las expectativas. Se divisa un Brasil con una economía débil, con muchos interrogantes de la forma de hacer política, los nombramientos de los ministros poco preparados para cargos de máxima responsabilidad, además del racismo y el exceso de fuerza de los miembros de la policía, le han ocasionado problemas a Bolsonaro. Su imagen en los primeros tres meses de gobierno está en mínimos históricos para un gobernante que lleva 100 días en el palacio de Planalto.
Las fricciones en el congreso a causa de los discursos nostálgicos por la dictadura y con apenas 54 de 513 diputados, en la Cámara de Representantes, refleja la debilidad de su gobierno en el plano legislativo. La tarea de Bolsonaro debe centrarse en crear o consolidar una línea de gobierno que le permita obtener más apoyos políticos para cumplir sus promesas de campaña y también para lograr un equilibrio político con el cual pueda gobernar en los tres años y medio que le quedan en el poder.
En general, con una economía que trata de despegar, con un presidente que expresa su desconocimiento en la materia, con una política exterior entregada a ser el mejor aliado de Estados Unidos en la región, con un racismo cada días más fuerte en la sociedad brasilera y una imagen que deja mucho que desear, Jair Bolsonaro cumple sus primero 100 días frente a una de las potencias latinoamericanas y un país con una expectativa de crear una posición geopolítica de futura potencia económica y militar. Ese es el actual Brasil, el Brasil de Bolsonaro. La pregunta final que queda por resolver es: ¿logrará Bolsonaro terminar su mandato?