Es difícil no dejarse estremecer por los cuadros del pintor Jerónimo Bosch, El Bosco; una gran cantidad de detalles acompañan el tema principal de cada una de sus obras: figuras de apariencia anodina conforman un cortejo de acompañamiento, casi como los “extras” de nuestras películas actuales, aunque en estas los figurines hacen sólo parte del decorado y desfilan a tal velocidad que difícilmente puede el espectador componer un análisis o detener sobre ellos su ojo escrutador; es decir, carecen de gran importancia. A contrario, los figurines de El Bosco están fijados en sus obras por la eternidad, que lleva hasta ahora 5 siglos, para ser examinados, estudiados y sobre todo para encontrarles el significado para el cual fueron allí plasmados. Ingenuamente muchos han decidido en sus subjetivas interpretaciones que son sólo parte del acicalado, están allí, a mi parecer, con un propósito claro, si bien enigmático muchas veces.
Estas figurillas no son, entonces, naturalezas llenas de candor, sino elementos cargados de semántica, de una intención que contradice soterradamente el tema principal, en muchos casos religioso. Debería El Bosco reírse en su taller cuando dibujaba estas travesuras, estos guiños “inocentes” que la posteridad ha venido desentrañando. Ah picarón que no anda ahora ardiendo en las hogueras a las que podrían haberlo condenado, de no ser porque ese más allá es inexistente, así como las entelequias que lo definen. No obstante, El Bosco siempre fue, al contar de los historiadores, religioso y sus óleos sólo representaciones de temas que ensalzan a dios o denuncian a quienes se extravían del sendero que conduce a su reino extraterrestre.
Que graciosas figurillas que sagazmente se esconden entre los temas principales, bajo formas de demonios, animales, plantas, paisajes, monstruos, frailes y monjas desvergonzados, asesinos, occisos o traviesos saltimbanquis en el filo separador de la vida y la muerte. Hoy en día las asociaríamos con las figuras de los comics o con los emoticones del mundo digital; es decir dibujos que tienen un mensaje per se y que hablan más que frases completas. Figuras que podrían ser fruto de alucinaciones, ¿estaría El Bosco bajo el efecto de alucinógenos?, se preguntan algunos especialistas.
El Bosco pertenece a una época fluctuante entre el final del medioevo y el inicio del renacimiento, es decir a horcajadas entre lo todo religioso teocentrista y la puesta en valor del ser humano que comienza a liberarse de las ataduras divinas. En su intento de unir el mundo medioeval en agonías y el renacentista en ciernes saltó al surrealismo que no aparecería con fuerza sino 5 siglos después, fue empero su precursor. Por entonces, las hogueras inquisitoriales aún humeaban o se encendían con facilidad para asar sacrílegos, apóstatas e irrespetuosos de la Iglesia; ese hedor a chamusquina detenía todavía la libre expresión, en particular aquella que se plasmaba pictóricamente y podía constituir prueba fehaciente de herejía en cualquier juicio y de facto enviar a un auto de fe. En ello debería cavilar El Bosco cuando pintaba y coqueteaba con sus figurillas yuxtapuestas.
Jerónimo Bosch (1450-1516) de nombre Jheronimus van Aken, nació en Hertogenbosch de donde toma su apellido (Bolduque en español), en los países bajos. Hijo de una familia de varias generaciones de pintores, aunque ninguno de ellos haya alcanzado renombre. Su terruño no conservó ninguna de sus obras, fueron otros países, sus mentores y compradores, quienes se quedaron con su legado artístico. El mayor de ellos fue la España de los Austrias, comenzando por Felipe el Hermoso –hijo de Maximiliano I de Habsburgo, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y casado con la famosa Juana la Loca, hija de los reyes católicos– quien apreció su arte y le hizo varios encargos. Más tarde su nieto Felipe II –hijo de Carlos V– también tendría afición por su obra póstuma y recolectaría varias de sus obras para atesorarlas en su colosal construcción de El Escorial.
Tuvo, como pocos, El Bosco el gran privilegio de ser célebre tanto en su tiempo como en la posteridad; el hecho de haber tenido una vida económica holgada lo hizo más libre en sus temas y le permitió desarrollar con menos coacciones sus ideas. La libertad de pensamiento, suele ocurrir, pertenece con mayor propiedad a quienes no tienen dependencias económicas de sus patrones o empleadores.
Es “El Jardín de las delicias”, sin duda, su más admirado cuadro, residente en el museo de El Prado de Madrid; un excepcional tríptico que encierra sobremanera todo ese juego abigarrado de imágenes y que deja el ojo, como en toda su obra, turbado y en examen estudioso buscando detalles, escrutando significados, vagando en elucubraciones, adivinando intenciones, captando quimeras para volverlas fines reales. Es esta la fuerza de El Bosco en un mundo pictórico en el que todavía no había costumbre de mensajes indirectos o codificados y menos aún de algún tipo de abstracción que pudiera dejarse a libre interpretación del espectador.
El Bosco recupera implícitamente el mundo dantesco, algunos de sus personajes están en un infierno macabro, ensartados por lanzas o cuchillos, sufren sus cuerpos que traducen la expresión de sus rostros, otros por el contrario se deleitan de sus desnudeces, se instalan en un hedonismo lascivo de éxtasis orgásmicos. Humor, colorido a granel, ironías a la religión, en particular a sus clérigos.
El Noordbrabants Museum de Bolduque tuvo la acertada idea de organizar en 2016 en el pueblo natal de El Bosco una exposición de su obra, con ocasión del 500° aniversario de su muerte. 20 pinturas de las 24 existentes y 19 dibujos de los 20 reconocidos fueron prestadas de los diferentes museos del mundo que albergan sus obras. Regresa así El Bosco 5 siglos después con pompa a casa, a esa ciudad que no guardó su huella pictórica, la de su más ilustre pintor. Una exposición excepcional que ha atraído una multitud entusiasta de su obra. Gracias a Cine Colombia pudimos admirar esta estupenda exposición que incluyó visita guiada con comentarios de expertos. “El curioso mundo de El Bosco” tuvo por nombre.
Mis recomendaciones para descubrir o repasar esta obra en donde los ensueños son el tema central, y en donde comprobamos como este pintor descubrió el surrealismo que muchos artistas de su época plagiaron, hasta el punto de hacer labor difícil el reconocimiento de sus cuadros genuinos.
Una gran delicia a la que no conviene sustraerse, un placer visual, intelectual y un juego interpretativo iniciado 5 siglos hace. Y con en mente, además, que la cultura no solamente es una preparación para sacar adelante el convulsionado mundo que vivimos, sino un paliativo eficaz contra las vicisitudes que nos atribulan impertinentemente y con insufrible frecuencia.